La voluntad de los surfistas mantiene vivo en la isla un deporte que enfrenta desde carencias materiales y de información, hasta la desconfianza por estos "potenciales balseros".
El diario The New York Times dedica un reportaje a los surfistas cubanos, quienes –sugiere-- antes de dominar las olas deben sortear los obstáculos que enfrenta ese deporte en la isla, desde carencia de implementos y accesorios hasta falta de información técnica y meteorológica.
El reportaje destaca que el surfing persiste en Cuba gracias a la determinación de los surfistas isleños y organizaciones creadas en el país como Royal 70, una entidad conjunta cubano-australiana.
Aunque muchos cubanos lo ignoran, se han celebrado dos competencias de surf en La Habana, y está programada otra para fines de este mes.
El autor, Nick Corasaniti, expone que durante años, una tabla de surf moderna era una rareza en Cuba. La mayoría de los surfistas tenían que utilizar piezas toscamente cortadas de madera contrachapada a las que llamaban pleybos (del inglés plywood), a menudo arrancadas de pupitres desechados, que luego recubrían con resina adquirida en el mercado negro. Por encima, en lugar de la cera de surfing, usaban la de velas derretidas.
Lo más cercano a una tabla moderna de poliuretano en la isla era una construida con poliespuma tomada de algún refrigerador viejo encontrado en un depósito de chatarra. El material flotante se recubría con fibra de vidrio desviada de algún astillero o tomada de algún bote desahuciado.
Además de superar estos retos materiales, los surfistas cubanos deben enfrentar los peligros del principal rompeolas de La Habana, situado en la calle 70 de Miramar. Allí las olas pasan rasantes a un filoso arrecife cubierto de erizos de mar. Cualquier caída termina con el surfista sangrando.
"Es probablemente el lugar más espantoso en que he surfeado", dice el australiano Blair Cording, de 42 años, fundador de Royal 70 y quien vendió sus pertenencias para viajar a Cuba y donar tablas a los surfistas habaneros.
En Cuba el surfing es principalmente un deporte invernal, que aprovecha los vientos del noreste o del noroeste durante la temporada. Pero los surfistas también aprovechan el oleaje que levantan en la temporada ciclónica las tormentas y huracanes.
El Times señala que al margen de las dificultades logísticas, los cubanos que practican surfing han tenido que librar una campaña de relaciones públicas con el gobierno, que no sólo no lo reconoce oficialmente como un deporte, sino que a sus funcionarios les inquieta la sola idea de cubanos lejos de la costa y encima de algo que flote.
Baracoa, en el extremo oriental del país, se considera un buen lugar para surfear, por estar sobre la desembocadura del río Duaba. Se cuenta que los primeros surfistas que fueron a practicar el deporte allí fueron arrestados. Cuando los pusieron en libertad, les dijeron: “¡Cojan sus tablas y se van para La Habana. No los queremos ver en la playa con esas tablas!”.
El temor de los policías era que intentaran irse del país, aunque la tierra más cercana desde allí son las islas Inagua de las Bahamas a 160 kilómetros.
(El Código Penal cubano prescribe en su artículo 216, inciso 1 que “el que, sin cumplir las formalidades legales, salga o realice actos tendentes a salir del territorio nacional, incurre en sanción de privación de libertad de uno a tres años o multa de trescientas a mil cuotas”).
El reportaje destaca que el surfing persiste en Cuba gracias a la determinación de los surfistas isleños y organizaciones creadas en el país como Royal 70, una entidad conjunta cubano-australiana.
Aunque muchos cubanos lo ignoran, se han celebrado dos competencias de surf en La Habana, y está programada otra para fines de este mes.
El autor, Nick Corasaniti, expone que durante años, una tabla de surf moderna era una rareza en Cuba. La mayoría de los surfistas tenían que utilizar piezas toscamente cortadas de madera contrachapada a las que llamaban pleybos (del inglés plywood), a menudo arrancadas de pupitres desechados, que luego recubrían con resina adquirida en el mercado negro. Por encima, en lugar de la cera de surfing, usaban la de velas derretidas.
Lo más cercano a una tabla moderna de poliuretano en la isla era una construida con poliespuma tomada de algún refrigerador viejo encontrado en un depósito de chatarra. El material flotante se recubría con fibra de vidrio desviada de algún astillero o tomada de algún bote desahuciado.
Además de superar estos retos materiales, los surfistas cubanos deben enfrentar los peligros del principal rompeolas de La Habana, situado en la calle 70 de Miramar. Allí las olas pasan rasantes a un filoso arrecife cubierto de erizos de mar. Cualquier caída termina con el surfista sangrando.
"Es probablemente el lugar más espantoso en que he surfeado", dice el australiano Blair Cording, de 42 años, fundador de Royal 70 y quien vendió sus pertenencias para viajar a Cuba y donar tablas a los surfistas habaneros.
En Cuba el surfing es principalmente un deporte invernal, que aprovecha los vientos del noreste o del noroeste durante la temporada. Pero los surfistas también aprovechan el oleaje que levantan en la temporada ciclónica las tormentas y huracanes.
El Times señala que al margen de las dificultades logísticas, los cubanos que practican surfing han tenido que librar una campaña de relaciones públicas con el gobierno, que no sólo no lo reconoce oficialmente como un deporte, sino que a sus funcionarios les inquieta la sola idea de cubanos lejos de la costa y encima de algo que flote.
Baracoa, en el extremo oriental del país, se considera un buen lugar para surfear, por estar sobre la desembocadura del río Duaba. Se cuenta que los primeros surfistas que fueron a practicar el deporte allí fueron arrestados. Cuando los pusieron en libertad, les dijeron: “¡Cojan sus tablas y se van para La Habana. No los queremos ver en la playa con esas tablas!”.
El temor de los policías era que intentaran irse del país, aunque la tierra más cercana desde allí son las islas Inagua de las Bahamas a 160 kilómetros.
(El Código Penal cubano prescribe en su artículo 216, inciso 1 que “el que, sin cumplir las formalidades legales, salga o realice actos tendentes a salir del territorio nacional, incurre en sanción de privación de libertad de uno a tres años o multa de trescientas a mil cuotas”).