Me pareció vergonzoso que como vulgares ladrones reunidos en la complicidad de la noche, presidieran dicho acto el comandante Ramiro Valdés (miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba y Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros), Lázaro Expósito (integrante del Comité Central y Primer Secretario del PCC en la provincia), ciertos dirigentes locales y un número reducido de familiares obedientes que fueron seleccionados no por amor al difunto sino por cercanía a la oficina del General Raúl Castro.
Mucho antes de esta inauguración, amigos y no tan amigos, unos para informar y otros para molestar, me enviaron videos y fotografías, vía e-mail o redes sociales, de cómo se iba realizando lo que sería esta obra de arte.
Me gustaría agradecer a todas y cada una de las personas que trabajaron en ella, albañiles, constructores, y a esos que me mantuvieron informado todo el tiempo que duró el montaje. Al pintor, escultor y diseñador Enrique Ávila González, autor de esta gigantografía. Agradezco además a los miembros de las agrupaciones musicales invitadas, en especial, la magnífica interpretación que de la música de mi padre hiciera para este momento la banda juvenil de conciertos del conservatorio santiaguero Esteban Salas. También a la administración del teatro por el trozo de pared.
Conozco muy bien cada piedra del teatro Heredia, importante centro cultural que vi construir y abrir sus puertas. En una ocasión, colado en un equipo de realización de espectáculos y con algo de ayuda, sobre las tablas del Heredia logré realizar un viejo sueño, formar parte de un homenaje a mi padre. La música era su sentir, y eso lo hacía feliz.
Mi padre amó con devoción al gran Oriente, Santiago de Cuba fue su pasión, y por asociación el teatro Heredia formó parte de su afición. No obstante a eso siempre tengo cierto reparo ante el invasivo actuar, como el de imponerle una imagen a un pueblo, sin conocer de antemano si están de acuerdo o no. Una cosa es que me guste a mí como hijo, y otra, bien diferente, es no respetar el criterio de los residentes locales. Puedo apostar con seguridad, que nadie les consultó.
Hace algún tiempo entendí que en el mundo todo es relativo, lo que para mí es honor, para otros puede ser ofensivo. Con algunos amigos comparto la indescriptible rareza de tener como padre a un humano que, con razón o sin ella, los gobiernos transforman en mito. Es difícil de aceptar, máxime cuando el objeto a idealizar, o a odiar, es simplemente alguien que amas.
A mí, en lo personal, esta exhibición me provoca indignación, más sabiendo que Raúl Castro colaboró en la muerte de mi padre con alevosía, engaño despiadado que para mi tranquilidad, antes de morir descubrió. De manera que si ahora el señor General al dormir siente un fantasma más y desea liberar un ápice de su cuestionable pasado; le cuento que mi familia, más que un relieve escultórico, merece escuchar su perdón. Yo no, yo quiero verlo ante un juez, y que sea condenado.