Desprenderse de una fe ideológica cuesta demasiado. Incluso cuando la realidad demuestra su ineficacia.
La fe en un Dios cualquiera, la ideología o los vicios, cuesta sepultarlos. Para otros, como Vladimir, la pasión por aquella etapa soviética, al igual que por los viejos roqueros, nunca muere.
Hijo de padres comunistas, cursó estudios universitarios en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Habla el ruso como un moscovita y aun lee a Gorki o los poemas de Yevtushenko en su lengua original.
En un estante de pino reposa una caterva de escritores soviéticos al estilo de Borís Polevói, Nikolái Ostrovski, Mijaíl Shólojov o Ilya Ehrenburg, que escribieron sobre la epopeya del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial. Vladimir no se considera un fanático. En su cuarto no cuelgan lienzos de Stalin, tampoco de Marx o Lenin. “La URSS puede parecer periódico viejo. Pero no está muerta del todo. En Cuba la gente no extraña los muñequitos rusos ni la carne en lata. Es en la estructuras del poder donde aún siguen latentes ciertos mecanismos de la era soviética”.
Desmontar ese tinglado es una tarea ardua. Desde un gobierno vertical, policía secreta omnipresente, amplio sector de la economía planificada y la habitual unanimidad a la hora de aprobar leyes en el aburrido parlamento nacional, son vestigios de la Cuba oficial soviética que se resiste a morir.
Cubanos como Vladimir durante años trabajaron en la creación de instituciones calcadas de la Unión Soviética. Desde la Constitución hasta la organización de pioneros. “Todos los que creíamos en la URSS suponíamos que el futuro a corto plazo era del comunismo. Y que la desaparición del capitalismo era cuestión de tiempo. Pero no lo fue. Ahora la Rusia de Putin es tan imperialista como Estados Unidos”, acota el nostálgico comunista habanero.
De la URSS quedó muy poco entre los cubanos de a pie. Algunos nombres eslavos, tomar vodka ─aquí suavizado, con jugo de naranja─ y cientos de matrimonios que aún perduran de aquella etapa roja. No pocos funcionarios del régimen sienten añoranza del pasado. Fue una época de oro cuando se despilfarraban los rublos y el ejército tenía la versión más actualizada del armamento ruso convencional.
De la URSS llegaban el petróleo, fertilizantes y tractores. Revistas, libros y películas inundaban el país. Por aquel entonces, era de buen gusto colgar cuadros del dirigente de turno soviético al mismo nivel que el de Fidel Castro. El actual presidente, Raúl Castro, tenía un enorme cuadro de Stalin, el carnicero de Georgia, en su oficina del Ministerio de las Fuerzas Armadas.
Lo que está por ver es si los Castro fueron comunistas solapados a tiempo completo u optaron por la ideología para aferrarse al poder. El estrafalario sistema euroasiático tenía encantos irresistibles para cualquier aprendiz de autócrata. No había elecciones presidenciales. Ni prensa libre. Tampoco, sindicatos independientes. La justicia era administrada por el Estado. Y si creaban una policía política competente, los ciudadanos inconformes solo se quejarían en la sala de su casa o desertando en una balsa.
La historia de amor por la URSS entre un sector intelectual y político en Cuba es de vieja data. Muchos que juran ser nacionalistas a pie firme, acusan de 'anexionistas' a las personas que admiran el estilo de vida de Estados Unidos.
Pero el comunismo es el primero de todos los anexionismos, al importar el marxismo-leninismo y querer clonar el modelo soviético en una isla del Caribe a 9,500 kilómetros de Moscú. Y no eran analfabetos ni tontos los que aplaudían la teoría de una Cuba soviética. Dentro de las filas del Partido Socialista Popular (PSP), destacaban intelectuales de talla como Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Salvador García Agüero y Nicolás Guillén.
Con la llegada al poder de Fidel Castro, el oportunismo político se acopló al imaginario comunista de hombres curtidos en el quehacer sindical cubano y el proselitismo marxista en diversos sectores académicos e intelectuales.
Antes de 1959, el PSP tildaba a Castro de pandillero, comegofio y pequeño burgués. El hijo de Anastas Mikoyán, que acompañó a su padre en la visita de una delegación soviética a La Habana en febrero de 1960, dice haber presenciado un diálogo entre Fidel y Ernesto Guevara: “Ellos (Castro y Guevara) decían que sólo podían sobrevivir con la ayuda soviética, pero que tendrían que esconderlo de los capitalistas en Cuba... Fidel dijo: Tendremos que sobrellevar estas condiciones en Cuba durante cinco o diez años. Entonces el Che lo interrumpió: Si no lo haces en dos o tres años, estás acabado".
Se sabe el resto de la historia. Castro sovietizó la isla y 55 años después, las principales instituciones políticas del Estado siguen usando su metodología. Desde los servicios especiales hasta la diplomacia, que cuando de alinearse con un socio se trata, aprueba políticas expansionistas como la de Putin en Crimea o se agrupa con repugnantes dictadores solo porque son enemigos de su enemigo.
La actual legislación laboral ─que aún no se ha publicado oficialmente─ o la aberrante Ley de Inversión Extranjera, demuestran que el gobierno cubano actual solo cuenta con el pueblo como instrumento para legitimar sus tibias reformas económicas y no para beneficiarlo. Desprenderse de una fe ideológica cuesta demasiado. Incluso cuando la realidad demuestra su ineficacia.
Hijo de padres comunistas, cursó estudios universitarios en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Habla el ruso como un moscovita y aun lee a Gorki o los poemas de Yevtushenko en su lengua original.
En un estante de pino reposa una caterva de escritores soviéticos al estilo de Borís Polevói, Nikolái Ostrovski, Mijaíl Shólojov o Ilya Ehrenburg, que escribieron sobre la epopeya del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial. Vladimir no se considera un fanático. En su cuarto no cuelgan lienzos de Stalin, tampoco de Marx o Lenin. “La URSS puede parecer periódico viejo. Pero no está muerta del todo. En Cuba la gente no extraña los muñequitos rusos ni la carne en lata. Es en la estructuras del poder donde aún siguen latentes ciertos mecanismos de la era soviética”.
Desmontar ese tinglado es una tarea ardua. Desde un gobierno vertical, policía secreta omnipresente, amplio sector de la economía planificada y la habitual unanimidad a la hora de aprobar leyes en el aburrido parlamento nacional, son vestigios de la Cuba oficial soviética que se resiste a morir.
Cubanos como Vladimir durante años trabajaron en la creación de instituciones calcadas de la Unión Soviética. Desde la Constitución hasta la organización de pioneros. “Todos los que creíamos en la URSS suponíamos que el futuro a corto plazo era del comunismo. Y que la desaparición del capitalismo era cuestión de tiempo. Pero no lo fue. Ahora la Rusia de Putin es tan imperialista como Estados Unidos”, acota el nostálgico comunista habanero.
De la URSS quedó muy poco entre los cubanos de a pie. Algunos nombres eslavos, tomar vodka ─aquí suavizado, con jugo de naranja─ y cientos de matrimonios que aún perduran de aquella etapa roja. No pocos funcionarios del régimen sienten añoranza del pasado. Fue una época de oro cuando se despilfarraban los rublos y el ejército tenía la versión más actualizada del armamento ruso convencional.
De la URSS llegaban el petróleo, fertilizantes y tractores. Revistas, libros y películas inundaban el país. Por aquel entonces, era de buen gusto colgar cuadros del dirigente de turno soviético al mismo nivel que el de Fidel Castro. El actual presidente, Raúl Castro, tenía un enorme cuadro de Stalin, el carnicero de Georgia, en su oficina del Ministerio de las Fuerzas Armadas.
Lo que está por ver es si los Castro fueron comunistas solapados a tiempo completo u optaron por la ideología para aferrarse al poder. El estrafalario sistema euroasiático tenía encantos irresistibles para cualquier aprendiz de autócrata. No había elecciones presidenciales. Ni prensa libre. Tampoco, sindicatos independientes. La justicia era administrada por el Estado. Y si creaban una policía política competente, los ciudadanos inconformes solo se quejarían en la sala de su casa o desertando en una balsa.
La historia de amor por la URSS entre un sector intelectual y político en Cuba es de vieja data. Muchos que juran ser nacionalistas a pie firme, acusan de 'anexionistas' a las personas que admiran el estilo de vida de Estados Unidos.
Pero el comunismo es el primero de todos los anexionismos, al importar el marxismo-leninismo y querer clonar el modelo soviético en una isla del Caribe a 9,500 kilómetros de Moscú. Y no eran analfabetos ni tontos los que aplaudían la teoría de una Cuba soviética. Dentro de las filas del Partido Socialista Popular (PSP), destacaban intelectuales de talla como Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Salvador García Agüero y Nicolás Guillén.
Con la llegada al poder de Fidel Castro, el oportunismo político se acopló al imaginario comunista de hombres curtidos en el quehacer sindical cubano y el proselitismo marxista en diversos sectores académicos e intelectuales.
Antes de 1959, el PSP tildaba a Castro de pandillero, comegofio y pequeño burgués. El hijo de Anastas Mikoyán, que acompañó a su padre en la visita de una delegación soviética a La Habana en febrero de 1960, dice haber presenciado un diálogo entre Fidel y Ernesto Guevara: “Ellos (Castro y Guevara) decían que sólo podían sobrevivir con la ayuda soviética, pero que tendrían que esconderlo de los capitalistas en Cuba... Fidel dijo: Tendremos que sobrellevar estas condiciones en Cuba durante cinco o diez años. Entonces el Che lo interrumpió: Si no lo haces en dos o tres años, estás acabado".
Se sabe el resto de la historia. Castro sovietizó la isla y 55 años después, las principales instituciones políticas del Estado siguen usando su metodología. Desde los servicios especiales hasta la diplomacia, que cuando de alinearse con un socio se trata, aprueba políticas expansionistas como la de Putin en Crimea o se agrupa con repugnantes dictadores solo porque son enemigos de su enemigo.
La actual legislación laboral ─que aún no se ha publicado oficialmente─ o la aberrante Ley de Inversión Extranjera, demuestran que el gobierno cubano actual solo cuenta con el pueblo como instrumento para legitimar sus tibias reformas económicas y no para beneficiarlo. Desprenderse de una fe ideológica cuesta demasiado. Incluso cuando la realidad demuestra su ineficacia.