No es hasta años después, cuando hojeamos el libro de primer grado con que aprendimos a leer, que nos percatamos en su justa medida del torrente de propaganda a que fuimos sometidos quienes estudiamos en Cuba del 1959 hasta la fecha.
Se siente sorpresa, ira, risa, y finalmente preocupación por aquellos que aún no han vivido la epifanía como nosotros, por los que están aprendiendo a leer con ese mismo libro ahora.
Por eso sería válido preguntarse: ¿Es efectivo el adoctrinamiento político en la enseñanza cubana? ¿Cuál es el verdadero alcance de la propaganda del gobierno castrista en estas mentes en formación? ¿Cómo reaccionan a ella?
La economista Karina Gálvez, quien trabaja como profesora del Instituto Politécnico de Economía, en Pinar del Rio, asevera que la saturación de propaganda política en cada clase ha provocado el rechazo total de los alumnos a cualquier comentario con el más ligero tufo a teque revolucionario.
No importa si es contenido de la clase de historia, aclara Gálvez. “Después de años y años de tanta politización tú le puedes preguntar a alguno: ¿quién dirigió el asalto al cuartel Moncada?, y no lo saben.”
La profesora, quien comparte cada día con jóvenes de entre 14 y 18 años durante años, da cuenta de la gran ignorancia que padecen los educandos en cuanto a política e ideología. “Puedes encontrarte estudiantes que no tienen ni idea de lo que es el Comité Central del Partido, ni qué es el Buró Político, ni la diferencia entre la Asamblea y el Poder Popular.”
El joven Eliecer Ávila, joven activista que durante toda su vida estudiantil vivió la influencia del adoctrinamiento político, asegura que sí es efectivo, “yo diría que es decisivo en la futura conducta que sumen los cubanos cuando ya llegan a la mayoría de edad y tienen la posibilidad de decidir y de votar”.
“Porque en eso consiste – opina – en darles un sistema escogido, unas decisiones tomadas, unas verdades por absolutamente ciertas e incuestionables, y eso va formando un mundo muy estrecho de análisis.”
Para Ávila los problemas que enfrenta Cuba actualmente tienen que ver con esa limitada visión que les inculcan a los cubanos desde pequeños en la escuela: “Es el arma fundamental que tiene el gobierno para controlar el comportamiento de los ciudadanos.”
Sin embargo, la profesora Gálvez considera que quienes se muestran simpáticos al sistema político lo hacen por “una especie de inercia o de deseos de reconocimiento. “La mayoría de los jóvenes con los que he trabajado no quieren pertenecer a la UJC, porque esto solamente entraña un compromiso de participar en todos los actos políticos, tareas y trabajos voluntarios”.
Clases de Debate y Reflexión y reuniones de aula que tiene como tema obligatorio el discurso más reciente del líder político: nadie escapa a la cucharada de jarabe oficial. Unos estudiantes asumen la situación con estoicismo, pronuncian dos o tres frases llenas de lugares comunes sobre “el compromiso revolucionario”. Ayudan así a que el secretario de actas pueda llenar la cuartilla más aprisa y concluya la reunión.
Otros, hacen mutis, un silencio de 45 minutos que deja claro al profesor o alumno encargado que les importa un comino “la continuidad de la revolución”. Pero no faltan a quienes determinado tema les despierta la pasión, el sentido de justicia o simplemente le ofende la inteligencia.
Para Ávila, la universidad fue un espacio de ruptura: “es muy difícil desprendernos de esa doctrina que ya llevamos muchos años repitiendo. La mayoría lo que hace es repetir un patrón que le fue inculcado y violar esa reglas llega a sentirse como violar reglas morales. Tener inquietudes normales llega a ser un problema moral.”
“El esfuerzo que se necesita para romper todas esas barreras es mucho más grande que cuando se sobreentiende desde la educación que todo es cuestionable, todo es perfeccionable.”
Sara Marta Fonseca, una habanera de 38 años, miembro de la oposición por herencia y por elección, recuerda que durante su niñez y temprana adolescencia la intolerancia política en las escuelas cubanas alcanzo niveles inhumanos. A pesar de ello, muchos de sus contemporáneos al crecer, mostraron una abierta apatía a integrarse activamente a la vida política del país.
“Solo los que crecieron en familias que alimentaban el odio pudieron ser realmente adoctrinados,” explica. “El adoctrinamiento funciona en el sentido que las personas cogen mucho miedo a decir lo que sienten.”
Incluso con la discreción que piden padres a hijos para evitar ser señalados, la curiosidad y la inocencia echan abajo el falaz discurso político. Por poner un ejemplo, la clase de Historia Mundial dedicada a las causas de la caída del campo socialista en la antigua Unión Soviética, permite al estudiante promedio reconocer a su Cuba reflejada allí.
“Por mucho que el régimen se empeña en adoctrinar a los muchachos, ellos se dan cuenta de que les están diciendo mentiras. Los jóvenes y los adolescentes en lo único que piensa es en salir de Cuba,” acota Fonseca.
Muchos se preguntan cómo ha podido el pueblo cubano soportar tantos años de opresión, de falta de libertad básicas, de adoctrinamiento político desde el círculo infantil hasta la universidad e incluso después. Tal vez sean la apatía y las ganas de volar la primera muestra de esa rebelión.
Se siente sorpresa, ira, risa, y finalmente preocupación por aquellos que aún no han vivido la epifanía como nosotros, por los que están aprendiendo a leer con ese mismo libro ahora.
Por eso sería válido preguntarse: ¿Es efectivo el adoctrinamiento político en la enseñanza cubana? ¿Cuál es el verdadero alcance de la propaganda del gobierno castrista en estas mentes en formación? ¿Cómo reaccionan a ella?
La economista Karina Gálvez, quien trabaja como profesora del Instituto Politécnico de Economía, en Pinar del Rio, asevera que la saturación de propaganda política en cada clase ha provocado el rechazo total de los alumnos a cualquier comentario con el más ligero tufo a teque revolucionario.
No importa si es contenido de la clase de historia, aclara Gálvez. “Después de años y años de tanta politización tú le puedes preguntar a alguno: ¿quién dirigió el asalto al cuartel Moncada?, y no lo saben.”
La profesora, quien comparte cada día con jóvenes de entre 14 y 18 años durante años, da cuenta de la gran ignorancia que padecen los educandos en cuanto a política e ideología. “Puedes encontrarte estudiantes que no tienen ni idea de lo que es el Comité Central del Partido, ni qué es el Buró Político, ni la diferencia entre la Asamblea y el Poder Popular.”
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El joven Eliecer Ávila, joven activista que durante toda su vida estudiantil vivió la influencia del adoctrinamiento político, asegura que sí es efectivo, “yo diría que es decisivo en la futura conducta que sumen los cubanos cuando ya llegan a la mayoría de edad y tienen la posibilidad de decidir y de votar”.
“Porque en eso consiste – opina – en darles un sistema escogido, unas decisiones tomadas, unas verdades por absolutamente ciertas e incuestionables, y eso va formando un mundo muy estrecho de análisis.”
Para Ávila los problemas que enfrenta Cuba actualmente tienen que ver con esa limitada visión que les inculcan a los cubanos desde pequeños en la escuela: “Es el arma fundamental que tiene el gobierno para controlar el comportamiento de los ciudadanos.”
Sin embargo, la profesora Gálvez considera que quienes se muestran simpáticos al sistema político lo hacen por “una especie de inercia o de deseos de reconocimiento. “La mayoría de los jóvenes con los que he trabajado no quieren pertenecer a la UJC, porque esto solamente entraña un compromiso de participar en todos los actos políticos, tareas y trabajos voluntarios”.
Clases de Debate y Reflexión y reuniones de aula que tiene como tema obligatorio el discurso más reciente del líder político: nadie escapa a la cucharada de jarabe oficial. Unos estudiantes asumen la situación con estoicismo, pronuncian dos o tres frases llenas de lugares comunes sobre “el compromiso revolucionario”. Ayudan así a que el secretario de actas pueda llenar la cuartilla más aprisa y concluya la reunión.
Otros, hacen mutis, un silencio de 45 minutos que deja claro al profesor o alumno encargado que les importa un comino “la continuidad de la revolución”. Pero no faltan a quienes determinado tema les despierta la pasión, el sentido de justicia o simplemente le ofende la inteligencia.
Para Ávila, la universidad fue un espacio de ruptura: “es muy difícil desprendernos de esa doctrina que ya llevamos muchos años repitiendo. La mayoría lo que hace es repetir un patrón que le fue inculcado y violar esa reglas llega a sentirse como violar reglas morales. Tener inquietudes normales llega a ser un problema moral.”
“El esfuerzo que se necesita para romper todas esas barreras es mucho más grande que cuando se sobreentiende desde la educación que todo es cuestionable, todo es perfeccionable.”
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Sara Marta Fonseca, una habanera de 38 años, miembro de la oposición por herencia y por elección, recuerda que durante su niñez y temprana adolescencia la intolerancia política en las escuelas cubanas alcanzo niveles inhumanos. A pesar de ello, muchos de sus contemporáneos al crecer, mostraron una abierta apatía a integrarse activamente a la vida política del país.
“Solo los que crecieron en familias que alimentaban el odio pudieron ser realmente adoctrinados,” explica. “El adoctrinamiento funciona en el sentido que las personas cogen mucho miedo a decir lo que sienten.”
Incluso con la discreción que piden padres a hijos para evitar ser señalados, la curiosidad y la inocencia echan abajo el falaz discurso político. Por poner un ejemplo, la clase de Historia Mundial dedicada a las causas de la caída del campo socialista en la antigua Unión Soviética, permite al estudiante promedio reconocer a su Cuba reflejada allí.
“Por mucho que el régimen se empeña en adoctrinar a los muchachos, ellos se dan cuenta de que les están diciendo mentiras. Los jóvenes y los adolescentes en lo único que piensa es en salir de Cuba,” acota Fonseca.
Muchos se preguntan cómo ha podido el pueblo cubano soportar tantos años de opresión, de falta de libertad básicas, de adoctrinamiento político desde el círculo infantil hasta la universidad e incluso después. Tal vez sean la apatía y las ganas de volar la primera muestra de esa rebelión.
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