El mundo lo vio como la primera vez en 57 años que se importaba un auto de Estados Unidos a Cuba, pero para este cubanoamericano, director de diseño de la compañía Infiniti, el viaje a la isla fue la oportunidad de encontrarse con una parte de su historia personal, de su identidad.
“Placer honestamente no fue”, tantea Alfonso Albaisa tratando de describir lo que sintió al ver con sus propios ojos lo que las fotografías familiares le habían adelantado. “Yo tengo 52 años. Y mis padres (son) cubanos y mi vida entera oí los cuentos de cómo sufrieron familia, amigos, toda la gente. Siempre he tenido un sentido de tragedia, de pérdida”.
“Fue triste de verdad, me cambió muchas cosas personalmente”, apunta en entrevista con el programa 1800 Online, de Radio Martí. “Me afectó mucho”.
Albaisa supervisa los estudios de diseño de Infiniti en el mundo, desde su base en Japón, pero creció en Miami. Por eso, Cuba ha sido en su vida una constante.
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El director aclara que hasta el momento Infiniti no planea hacer negocios con Cuba. Su viaje tampoco se trató de una estrategia de mercadeo, sino, simplemente, un gesto de su compañía para celebrar el nuevo rumbo en las relaciones Cuba-Estados Unidos y el origen cubano de su director de diseño.
“Con la compañía hasta hoy estoy sorprendido, porque políticamente es peligroso,… pero más que todo era una celebración de libertad para ellos. Ellos saben que yo soy cubanoamericano, pero yo digo que yo soy cubano”, indica.
Albaisa recorre La Habana en su Infiniti rojo
La idea de llevar el auto Infiniti Q60 a Cuba surgió hace dos años, pero los permisos de importación temporal del auto de los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba tomó tiempo y esfuerzo. Una preocupación constante de los dos gobiernos era la razón para llevar este auto a la isla comunista.
“Fue requetedifícil”, insiste. Incluso ya el auto en la Aduana cubana, debieron resolver problemas de último momento, explica el director de diseño.
“Había muchos problemas, muchas cosas que no sabíamos”, explica. “A alguna gente no les gustaban esas cosas, porque grabamos esas cosas en casa de mi abuelo. No podíamos tener un plan fijo. Todo era al momento”.
Uno de los momentos más especiales de su viaje fue la visita a casa de sus abuelos maternos, porque aunque sabe lo mucho que sufrieron por Cuba, los años en esta casa fueron para ellos y su madre un tiempo feliz.
“Sentarme en la yerba adonde mi mamá corría cuando tenía 12 años fue un evento de una vez en la vida. Y me senté allí, calladito, no dije nada, hasta hoy seis meses después”, comentó conmovido. “Fue la primera vez que vi en verdad lo que nada más he visto en fotos. Fue muy profundo”.
El nombre de Albaisa está emparentado con cubanos notables. Su tía-abuela Carmen Zayas-Bazán, estuvo casada en 1877 con José Martí. Su bisabuelo materno fue ministro del Interior para el presidente Gerardo Machado, a finales de los 20 y se postuló para presidente en 1931, pero fue asesinado por orden de su oponente político, contó Albaisa.
Su abuelo, graduado en escuelas militares, vengó la muerte de su padre, y durante su vida sostuvo importantes posiciones en oficinas del gobierno y terminó como gobernador de Camagüey. La revolución de Castro le arrebató sus propiedades y le mantuvo en prisión por años.
“Él trabajó en los muelles del puerto de Miami, y nunca hablaba de los 10 años en la cárcel, pero yo lo miraba como: ‘¡Este hombre, qué buena gente! No habla nada malo, está con sus nietos, va a los Miami Dolphins y contento’”.
A pesar de los sentimientos agridulces, Albaisa encontró muy gratificante admirar por primera vez los diseños de su tío-abuelo, el arquitecto Max Borges, diseñador del cabaret Tropicana, el Club Náutico y su propia casa, en la década del 50.
“Los árboles en esa área tan bonita se están comiendo el edificio, pero vi que mi tío-abuelo era innovador, un gran arquitecto. Mi papá era arquitecto”, recuerda mientras celebra la conexión familiar con el diseño.
Por lo demás, los baches en las carreteras cubanas le dejaron un poco de dolor de espalda, pero nada que un par de aspirinas no resolviera, advierte divertido.
La Cuba constante, hasta en Japón... y el regreso
Nacido y criado en Miami, rodeado de la cultura y la cocina cubanas, Albaisa confiesa que aplaca el hambre de congrí, tostones y masas de cerdo fritas en los dos únicos restaurantes cubanos de Tokio, propiedad de dos hermanos japoneses que vivieron en los años 70 en Cuba.
“Yo voy regularmente”, confiesa entre risas, y asegura que “ellos hablan español mucho mejor que yo, y cocinan cubano mejor que yo”.
Interrogado sobre el sentimiento que le dejó conocer Cuba, responde que con ganas de regresar, ahora acompañado por su familia.
“Quiero llevar a mis hijas, quiero ir con mi hermana, porque me ayudó mucho el viaje personalmente a entender que en un sentido no soy cubano”, pero “cuando llegué sí sentí por qué siempre he insistido en que soy cubano. Yo soy miembro de los cubanos y no quiero separarme de eso”, asegura.
“Vamos a ir juntos, y yo quiero caminar las calles de mi familia con ellas, para que nadie se olvide lo que pasó en Cuba, y regresar la isla al potencial que tenía".