Los almuerzos clandestinos cubanos

Cuba comedores obreros

Yamilé Perdomo regatea el precio de una pierna de cerdo en el agromercado de 19 y B, en el Vedado, mientras que su madre efectúa la misma acción con los vendedores de tomates, coles, pepinos, boniatos, plátanos o malangas. Cada domingo invierten, casi toda la ganancia de una semana, en los suministros de su negocio clandestino: elaborar almuerzos para los trabajadores estatales o privados.

“Es un negocio esclavo, de sol a sol, que da para sobrevivir pero no para hacerse rico”, aseguró la madre de Perdomo, que alardea de sus habilidades para el regateo.

Diariamente, de lunes a sábado, suelen elaborar de quince a veinte almuerzos que los trabajadores solicitan con antelación. Según el menú, los precios de estos almuerzos oscilan entre los veinticinco y los trentaicinco pesos.

“Ofertamos pollo, aporreado bistec y chuleta. El pescado es muy caro, para este negocio no da la cuenta. El secreto es cocinar bien, aderezar la ensalada y no ser tacaño con el arroz”, comentó Perdomo en medio del ajetreo y desorden de una modesta cocina.

Sus clientes son trabajadores de cafeterías o centros de trabajos que están ubicadas en la avenida Infanta, cerca de donde residen. Por la mañana recogen los pedidos, al mediodía llevan los almuerzos y en la tarde recogen las cantinas y los cubiertos.

Felicia Cantero, maestra de primaria jubilada, afirma que el negocio de los almuerzos clandestinos surgió cuando el Estado, en medio de la crisis de los años noventa—el llamado Periodo Especial—, autorizó a los artesanos que pertenecían a la ACAA [Asociación Cubana de Artesanos Artistas] a vender sus productos en diferentes plazas de La Habana.

“Yo ayudaba a mi hermana que vendía almuerzos a los artesanos de La Catedral. Cuando me jubilé, hice mi clientela con los trabajadores por cuenta propia de La Palma”, contó Cantero, quien también coincide en que este negocio no genera mucha ganancia.

“Cada vez los cárnicos están más caros, y muchas veces tienes que ir a un agromercado de otro municipio, y bien temprano, para encontrarlos a buen precio”, añadió esta ex maestra que también reconoce que muchos de estos negocios clandestinos son la consecuencia de que el salario promedio en la Isla no sobrepasa los treinta cuc.

No pocos trabajadores de la pizzería El Milano, ubicada en La Rampa, son clientes de estos almuerzos clandestinos. El almuerzo que garantiza la empresa es de pésima elaboración y el horario establecido para almorzar es de treinta minutos.

“No tienes tiempo de salir a buscar mejores opciones y tampoco puedes todos los días traer comida de tu casa. Estos almuerzos te lo traen hasta tu puesto de trabajo, están bien elaborados y bien servidos”, comentó una de las gastronómicas que, al igual que su compañera, ha pedido el menú más caro: bistec de lomo empanado, que cuesta trentaicinco pesos. “Aquí se nos va casi toda la propina del día, pero estamos asqueadas de pollo”.

Gregorio Peñate, es custodio en una agencia del Ministerio de Cultura [MINCULT], uno de los primeros organismos de la administración central del estado que instauraría el sistema de pagar a cada trabajador sesenta centavos de cuc diarios, en sustitución de subvencionar el almuerzo obrero.

“Al principio la gente se alegró porque en total eran trece cuc mensuales, además del salario, pero en la práctica comprobamos que la cuenta no daba ni a empujones”, relató Peñate, y se pregunta qué trabajador almuerza decentemente con sesenta centavos de cuc en la red de servicios estatales de gastronomía, aunque concuerda en que tampoco alcanza para recurrir todos los días a negocios particulares. Dos veces a la semana se permite el lujo de comprar almuerzos clandestinos, siempre el menú más barato.

“El resto me las arreglo con una pizza de diez pesos o traigo un tentempié de la casa”, dijo Peñate.

Elaborar almuerzos clandestinos, aunque es un negocio discreto, no está exento del asedio de inspectores estatales quienes, a criterio generalizado entre la población, viven del soborno.

“Ellos [los inspectores] se apuestan generalmente en las ferias de artesanos o de trabajadores por cuenta propia, en horario de almuerzo. A veces te multan o te piden un almuerzo, que yo siempre llevo de más”, narró Neida Chaviano.

En su experiencia de diez años elaborando almuerzos clandestinos, afirma, no solo se necesita cuidarse de los inspectores estatales.

“Sino además de los chivatos en la cuadra. Una vez me mandaron a salud pública y la ONAT porque yo no cumplía los requisitos en mi casa para elaborar alimentos ni tampoco tenía licencia para ello”, dijo Chaviano.

Chaviano asegura que lo único que ha logrado con las ganancias de este negocio es arreglar el baño y la cocina de su vivienda.