Cuba vive un clima de violencia creciente y de formas diversas. Cada vez más se hacen manifiestos en las redes sociales asesinatos y reyertas de los que, antes del acceso de los cubanos a internet, apenas se conocía.
Las casas están enrejadas. La violencia ha irrumpido hasta en los estadios de pelota. Los homicidios siguen aumentando. El irrespeto, la agresividad y el maltrato al prójimo pululan en las calles.
El pasado 31 de octubre Onelky Matos Durán mató a puñaladas a su hermano Mileydis Castro Durán en la comunidad rural La Europa de Alquízar en la provincia de Artemisa, informó la abogada Odalina Guerrero, vecina de la localidad.
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“Los hechos ocurrieron cuando Onelky, de alrededor de 35 años, en estado de ebriedad y después de haber consumido psicofármacos, sostuvo una discusión con Mileydis de 30 años. Cuando su hermano menor se durmió lo atacó por la espalda y lo mató”, dijo.
El activista Mirdael Matos, residente en Maisí, Guantánamo, quien recibió la denuncia de una tía del occiso, detalló que la disputa había sido porque Onelky, recién salido de prisión, había convocado a su hermano a propinarle una golpiza a un hombre por el que lo había abandonado su esposa. El joven se negó y por ello recibió tres puñaladas que acabaron con su vida.
Consultado acerca de este fratricidio y el incremento de la violencia social en la Isla, el economista y licenciado en Ciencias Sociales, Enix Berrio, indicó que “la población cubana, en su inmensa mayoría, está compuesta por personas marcadas por la angustia, por la incertidumbre, por la falta de un proyecto de vida, sobre qué voy a hacer para cambiar mi movilidad social, que es el movimiento de las personas de un nivel socioeconómico a otro", afirmó el analista y aclaró que “la movilidad social en Cuba es una de las más bajas del mundo”.
“Eso lleva a la irritabilidad y a la violencia. El individuo tiene que enfrentarse a otro por una u otra causa, por una transportación, por una cama en un hospital, por una buena escuela, para adquirir alimentos porque la cubana, como en otras partes del mundo, es una sociedad desigual, competitiva, aferrada al consumo porque los 'valores del socialismo' quedaron en un discurso, aunque el gobierno no lo admita. Cómo no reconoce tampoco los problemas como las drogas, el alcoholismo, las altas tasas de suicidio y de intentos de suicidio, los homicidios”, apuntó Berrio.
En el acrecentamiento de la violencia interpersonal en Cuba convergen factores muy variados, desde la desintegración de la familia por la implantación a partir de 1959, de un nuevo modelo educativo, las dificultades económicas que desarticulan las aspiraciones y las posibilidades reales de adquisición, hasta la imposibilidad de las personas para canalizar su inconformidad con el sistema o con su propia vida.
“¿Cómo mantener las normas de educación cuando se convive hacinado en un hogar con ocho, diez personas de cuatro generaciones, donde bullen la intimidación contra la mujer, contra los hijos en un país donde el maltrato familiar o a los hijos no es castigado?”, se pregunta nuestro entrevistado.
A partir del triunfo castrista se plantea un modelo de educación agresivo con el rol de la familia tradicional cubana.
“Cambian completamente los patrones educativos: tu hijo tiene que irse a un campamento o estudiar en el campo o lo mandan para las misiones internacionalistas, para guerras en otros países. El resultado fue jóvenes creciendo sin disciplina, sin respeto ni temor por las normas ni las sanciones”, destacó Berrio.
“Si a esto agregas que la gente no tiene la forma de drenar su inconformidad con el estado de cosas, por represión política, por falta de espacios sociales, cada día se profundiza más la violencia intrínseca del individuo”, dijo.
Por su parte, el escritor y estudioso de temas sociales, Jorge Enrique Rodríguez, acotó: “La violencia está tan arraigada que, por ejemplo, amenazar, insultar o agredir físicamente a alguien están enraizados en la idiosincrasia cubana. Lo que en Dinamarca sería un acto violento, en Cuba es una manera natural de convivir, de cohabitar”.
“Y se ha ido creando ese sentimiento de impunidad, de que dar un golpe o irse a las manos con alguien es natural, que no va a tener repercusión ninguna ante la justicia”, explicó.
“Los cubanos estamos obligados a vivir amontonados: en el transporte urbano, en la cola, en la vivienda, en la escuela, en los lugares públicos. Creo que la no existencia del espacio vital es un generador de violencia. Y muy importante: la impotencia. Ese no poder cambiar mi realidad”, concluyó el escritor.