Armando, Ernesto, Eduardo y Ariel

Armando Sosa Fortuny. Foto cortesía del Observatorio Cubano por los Derechos Humanos

No hay observador, por mucho que repudie el castrismo, que niegue la eficiencia represiva del régimen y su maestría para construir cárceles y campos de concentración, dos realidades que caracterizan la dictadura que avasalla a los cubanos desde hace casi sesenta años.

La población penitenciaria en Cuba es particularmente alta, hay estimados que aseguran que los presos superan la cifra de 70,000, una distinción válida, porque en realidad presa está la mayoría del pueblo por las numerosas restricciones impuestas por la tiranía.

Los reclusos están distribuidos entre unas 180 prisiones de seguridad extrema, a los que hay que sumar centros correccionales y granjas de trabajo, una cifra espeluznante si se tiene en cuenta que al triunfo de la insurrección en el país funcionaban 14 cárceles, una evidencia incontrastable de la eficiencia del régimen en ese campo.

Las causas que motivan esta población penal, son varias. Primero, los que van a prisión por perpetrar delitos que en cualquier sociedad son punibles, aunque en Cuba las sentencias están influenciadas por la conducta política del delincuente, segundo, la legislación castrista hace ilegal todo acto que no esté explícitamente autorizado, convirtiendo en transgresiones eventos que en otras sociedades son lícitos.

Por último la naturaleza sectaria y paranoica sumada a la compulsión política reinante en el país, más la cero tolerancia del régimen a todo pensamiento o conducta que transgreda el discurso oficial, es un factor determinante en la sobrepoblación de las cárceles porque como escribiera el escritor italiano Curzio

Malaparte, “lo que no está prohibido es obligatorio”.

Esta última condición ha hecho que diferentes generaciones de cubanos, por disentir o enfrentar la dictadura dinástica a la manera que sus convicciones, les hayan dictado y con los recursos y medios a su alcance, hayan coincidido en las cárceles castristas.

Es importante destacar que la resistencia a la dictadura no ha sido exterminada porque 59 años y seis meses después de tomar el poder los presos por motivos políticos superan el centenar, según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional que dirige Elizardo Sánchez, quien también ha estado en prisión.

El informe reseña que 24 de los presos políticos han cumplido más de 12 años encerrados y nueve superan los 20 años de prisión, entre ellos, Armando Sosa Fortuny y Ernesto Borges Pérez, dos generaciones desiguales, hombres de formaciones diferentes e historial políticos distintos, pero igualmente aferrados a sus convicciones democráticas.

Es importante reseñar que a pesar del intenso y extenso adoctrinamiento ejecutado con todos los recursos del Estado el fracaso ético-ideológico del totalitarismo es una realidad irrebatible, particularmente en las generaciones emergentes, ya que el elevado número de jóvenes que rechazan las propuestas políticas y económicas, oponiéndose abiertamente a la dictadura como los casos de Ernesto Borges, Eduardo Cardet y Ariel Ruiz Urquiola, o abandonando el país, aún después de cursar estudios universitarios, así lo certifican.

Borges, llegó a estudiar en una escuela superior de la KGB en Moscú, a su retorno a Cuba trabajó en la Dirección General de Inteligencia, pero su experiencia y convicciones lo condujeron a dejarlo todo para reivindicar la libertad que nunca había conocido.

Cardet, nació en 1968, el año de la ofensiva revolucionaria. Estudió Medicina, una de las banderas del castrismo, sin embargo, se sumó a la oposición, asumió la coordinación del Movimiento Cristiano Liberación, la agrupación que fundó Oswaldo Payá, y ahora se encuentra en prisión cumpliendo una injusta sentencia de tres años.

El más reciente de los fracasos del castrismo es el biólogo y doctor en Ciencias, Ariel Ruiz Urquiola, arrestado tres veces por demandar medicamentos para su hermana enferma de cáncer que la “potencia médica” es incapaz de proveer.

El científico finalmente fue condenado a un año de cárcel, por actuar en base a sus conocimientos y convicciones bajo una dictadura.

La sentencia contra estos condenados confirma una vez más que la naturaleza de la dictadura totalitaria es esencialmente contraria a la dignidad humana y a los derechos ciudadanos, Sosa Fortuny, Borges, Cardet y decenas de cubanos más siguen presos, Ruiz Urquiola está bajo licencia extrapenal después de realizar una huelga de hambre.