Alicia, el festín de los perestroikos

  • David Sosa / martinoticias.com

Cartel del filme "Alicia en el Pueblo de Maravillas"

El fenómeno de Alicia y su censura múltiple y sistemática marcaron sin lugar a dudas un bocinazo de inconformidad en el cine cubano.
La madrugada del lunes 16 de septiembre de 2013, falleció en La Habana el director cinematográfico, Daniel Díaz Torres, quien después de hacer mucho cine “comprometido” (sobre todo documentales) asombró en 1991 con el filme veladamente contestatario, Alicia en el pueblo de Maravillas, por la que adquirió notoriedad internacional y fue inmediatamente acosado y censurado en Cuba.

Díaz Torres, nacido el 31 de diciembre de 1948, había iniciado su trabajo como documentalista en 1975 y estuvo encargado de casi un centenar de ediciones del Noticiero ICAIC. Después de varios documentales olvidables, Díaz Torres debutó en ficción con Jíbaro (1984), a la que le siguió Otra mujer (1986). Pero fue con Alicia con la que se ganó el respeto de los jóvenes, desilusionados e inconformes, que vieron en él un precursor en Cuba de la cinematografía “perestroika”.

El estreno de Alicia (reducido y efímero, solo en cines de La Habana, el 13 de junio de 1991) fue todo un acontecimiento, sobre todo porque por medio de “Radio Bemba” la gente armó verdaderos tumultos para ir a verla. Una de las versiones que hubo era que agentes de la Seguridad del Estado (los temidos “segurosos”) se infiltraban entre el público para medir comportamientos sospechosos. Tonos de risa. Alguna exclamación demasiado jubilosa en ciertas escenas.

El día de su estreno una jauría de cientos de militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas fue soltada a las escasas salas de cine que la exhibieron (entre ellas la de 23 y 12), para mostrar sus “actos de repudio”.

La prensa canallesca cubana también se hizo eco de los ataques y Granma, el diario que tanto recuerda a Caperucita, publicó un artículo que patrióticamente tituló: “Alicia, un festín para los rajados”, cuando en realidad era un festín para los perestroikos, cansados de la miopía del cine cubano.

Muchos jóvenes cubanos que han visto Alicia en estos tiempos, se preguntan hoy el por qué de tanto alboroto cuando se estrenó. Claro, hacerse esa pregunta ahora es fácil. Pero en aquellos tiempos no había primavera negra transmitida en directo, ni Gorki Águila burlándose abiertamente de los militarotes en el poder, ni mucho menos un Robertico Carcassés que llamara en un concierto a elecciones libres.

No es que la represión sea menor ahora, es que en estos tiempos a los dictadores y los genocidas les resulta mucho más difícil ejercerla de forma total. Por eso hay que reconocer abiertamente la valentía del grupo humorístico Nos-Y-Otros (autores del guión), y del propio Díaz Torres, al atreverse a esta sátira feroz donde un Reinaldo Miravalles, en una de sus mejores interpretaciones, encarna a un burócrata demasiado -oíganlo bien: “demasiado”- parecido al Máximo Líder, identificable inclusive en ciertos pequeños gestos.

La película, que mantiene de principio a fin el tono agridulce y sarcástico tan caro a los fundadores de Nos-Y-Otros (Eduardo del Llano, José León, Luis Felipe Calvo y Aldo Menéndez) parte de otra sátira, la de Lewis Carroll, pero con una Alicia criolla, una joven recién graduada, idealista y trabajadora, personificada por Thais Valdés.

Una Alicia que, en la primera escena del filme, corre desesperada por entre charcos y fango para alcanzar un camión. ¿De qué huye la joven Alicia? De un pueblo llamado Maravillas de Noveras, que es casi como la misma reencarnación del Infierno. Pero huyendo del Infierno -este pueblo que de maravilloso solo tiene el nombre- Alicia llega a él por otra puerta. Y se encuentra con el Demonio que la ha estado martirizando en Noveras, ahora en el camión, cubriéndose ladino con un gorro impermeable.

De ese tramo de celuloide en adelante, los espectadores saben perfectamente a qué atenerse, en un mundo poblado de delatores, pusilánimes, corruptos, abusadores de poder, gente de doble faz y ciudadanos castigados que fueron a dar a Maravillas por todo tipo de pecados. Demasiado parecido a 1984, de Orwell, como para no darse cuenta.

Con escenarios siempre lúgubres, con paisajes delirantes de restaurantes con los cubiertos amarrados con cadenas (como ocurría en La Habana de los 90), la presencia de un chino gravitando en ciertas escenas (señal de mala suerte para el cubano) y muchos truenos que presagian desgracia, Alicia-Thais se enfrenta al dogmatismo y la estupidez. Desencantándose poco a poco, pero negándose a aceptar, como le dice Serafín, su novio, que se equivocó yéndose a vivir a Maravillas de Noveras.

El fenómeno de Alicia y su censura múltiple y sistemática marcaron sin lugar a dudas un bocinazo de inconformidad en el cine cubano. Y aunque su director, Daniel Díaz Torres, haya sido obligado luego a retractarse, para reivindicarse y poder seguir filmando en el ICAIC, ahí está la película. Nacida de una pequeña historia del grupo Nos-Y-Otros y ampliada después en el guión.

Precursora, en el tono crítico, de otras que llegaron después como: Fresa y chocolate, de 1993; Madagascar, del mismo año, y Guantanamera, de 1995, Alicia significó para nosotros lo mismo que para los soviéticos, Malenkaya Vera, La pequeña Vera, de 1988. La primera película disidente, aunque esa disidencia haya tenido que ser enmascarada.