Don Miguel Ginarte, el Lazarillo de la TV cubana

Miguel Ginarte.

Los directores de televisión, cuando deseaban que sus invitados fueran atendidos decentemente, se acercaban a papá Ginarte; jamás les dio la espalda, y luego de dar las respectivas indicaciones, se ocupaba de vigilar que se cumplieran.
Mi madre siempre me advirtió del proceder del gobierno cubano a través de su actuar: “cuando ya no te necesitan, te aplastan como a una cucaracha”.

En el medio cultural es bien conocido que son pocos los programas de la Televisión Cubana que no recurren a Ginarte para poder producir un espectáculo; de hecho, son pocos también los que al final no les agradecen su ayuda desinteresada, su esfuerzo constante, porque se ocupa siempre como si fuera el último proyecto en que colabora. Un hombre a quien pocas veces se le escucha decir que no, y cuando lo ha hecho es porque realmente no estaba al alcance de sus manos. Pero en esa finca no solo se brinda trabajo al ICRT, sino a todo el Ministerio de Cultura, que clausura eventos en dicho lugar, al estilo campesino con puerco en púa bajo las estrellas. Pude participar en algunas de esas clausuras antes de abrir mi blog, por supuesto, y allí pudimos ver también cuál era la dieta del entonces Ministro de Cultura Abel Prieto, hoy asesor del Presidente Raúl Castro: pescado y vino.

Para ese momento, Ginarte no era un traficante o desviaba recursos, como dicen ahora que lo acusan. Los directores de televisión, cuando deseaban que sus invitados fueran atendidos decentemente, se acercaban a papá Ginarte; jamás les dio la espalda, y luego de dar las respectivas indicaciones, se ocupaba de vigilar que se cumplieran.

Como dice en su carta el actor Alberto Pujol, allí no se podía encontrar lujo; al contrario, todo era muy modesto, al punto que parecía una locación para filmar una cabaña de mambises en las estribaciones del monte. A Ginarte jamás le interesó la ostentación, solo la calidad de su trabajo, pues como buen guajiro sabe que “al toro se le amarra por los cuernos, y al hombre por su palabra”.

Como siempre sucede en esta isla, detrás de toda esta patraña contra Ginarte debe haber un funcionario enamorado del lugar para disponer a su antojo del trabajo conseguido con el sudor de otro; tal vez sea alguien resentido con Ginarte porque en algún momento debe haberle dicho que no, como solo sabe hacer él con los burócratas. Pero para nadie debe ser una sorpresa: a todos les llegará su momento, no importa que sean excelentes profesionales, altruistas, creadores, honestos, revolucionarios; solo necesitan no ser el adecuado para los planes de quienes detentan el poder para que sean barridos literalmente de su vista.

Me quedo con su risa jovial de guajiro macho que disfruté pocos días antes de ingresar a la cárcel. Me gustaría poder decirle “que se avergüence el amo, don papá Ginarte”, y recordarlo sobre su caballo, allá por la década de los setenta, yendo a ver a Luyanó a su hija Dánae y, con paciencia, montándonos uno a uno para darnos la vuelta correspondiente sobre sus hermosos alazanes.

De todas formas, a pesar del dolor que nos causa la injusticia cometida contra Ginarte, hay algo que vale la pena, y es que sus amigos y admiradores se le han unido a capa y espada. Seguro estoy que, como siempre, solo firmarán los de vergüenza, como lo han hecho ya por decenas. Otros querrían hacerlo pero el valor no se los permite, o los compromisos o las prebendas; piensan que no es su problema, por ahora. Pero con uno que lo haga de corazón, ya es más que suficiente.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog Los hijos que nadie quiso el 21 de Octubre de 2013.