A 50 años de creado, el Boom fue un movimiento no solo literario sino político. A varios se les adjudica su invención.
Hay una vieja foto de 1974 donde aparecen, abrazados y sonrientes, los escritores Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, en la casa de la agente literaria Carmen Balcells. No están todos los que son, pero sí son todos los que están, menos uno, Muñoz Suay, que era solo guionista. Los otros pertenecían a ese club selecto del boom latinoamericano, un movimiento que cumplió 50 años y que hizo célebres y celebrados a sus socios principales.
El escritor chileno José Donoso (“El lugar sin límites”, “El obsceno pájaro de la noche”), escribió un libro documental sobre la historia de este movimiento literario. Se llama “Historia personal del Boom”, y en él pasa revista a una cofradía de escritores que empiezan bailando en una fiesta en casa de Carlos Fuentes, en 1965, y terminan la parranda la Nochevieja de 1970, donde el español Luis Goytisolo. Entre merengue y merengue, su fama va consolidándose, así como los premios sucediéndose y las chequeras de los principales actores, engordando.
Para ‘Pepe’ Donoso, quien se excluyó gentilmente no de la fiesta sino de la membresía, los cuatro ‘capos’ del Boom eran: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y García Márquez. Donoso aseguró en una entrevista con Joaquín Soler Serrano que “el boom no tiene ciertamente una forma definida, sino que es simplemente quien se considera del boom o quién es considerado del boom. Estamos hablando del pasado, ya no se habla del boom ahora. Es algo que existió mientras existía (digamos la verdad) la envidia hacia esos escritores”.
Lo cierto es que la lista de miembros comenzó a extenderse, y a los ‘capos’ principales se sumó una segunda categoría (llamada por Soler Serrano la del protoboom), con los nombres de Borges, Rulfo, Carpentier y Lezama Lima, en cierta forma los padres verdaderos de los del boom. La etiqueta también alcanzó a Guillermo Cabrera Infante (aunque este siempre se negara a pertenecer), Ernesto Sábato, Roa Bastos, Manuel Puig, Jorge Edwards, Salvador Garmendia, entre otros.
Mario Vargas Llosa (cuya primera novela “La ciudad y los perros”, publicada en 1962, por Seix-Barral marca la celebración de los 50 años de este fenómeno literario), ha definido al boom como “un movimiento no solo literario y cultural, sino político”. “Nadie sabe cómo nació la palabra boom”, confesó recientemente Vargas Llosa. “El escritor y periodista chileno Luis Harss se atribuye la autoría, pero no sé si es exacto, porque en el ensayo que publicó, “Los nuestros”, no aparece”, añade el peruano.
Harss cuenta que, en 1966 se encontraba en una reunión en Buenos Aires, donde estaba presente Vargas Llosa, y empezaron a hablar de la novela iberoamericana. “Entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba pasando con la novela era como el boom económico que había vivido Italia; luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó”.
Los críticos estaban más o menos de acuerdo en fijar 1967 como el año de la consolidación del boom. Ese año el Nobel de Literatura fue para Miguel Ángel Asturias, apareció “Cien años de soledad”, se publicó “Tres Tristes Tigres”, y la editorial Seix-Barral se convirtió en instrumento crucial para la promoción internacional de la nueva literatura latinoamericana.
El único cubano del boom, Guillermo Cabrera Infante (Severo Sarduy comenzaba a forjar su carrera, y en ese entonces militaba en el boom junior) nunca se sintió a gusto en esa clasificación. En un divertido ensayo titulado Include me out, Infante se pregunta: “¿Qué es el Boom? Yo no lo sé pero sí sé qué no es. No es ni un movimiento literario ni una nueva concepción de la novela ni la conciencia de América que balbucea español”. Para él solo fue una “congregación a la que conocí y a la que muchos, incluyendo sus miembros, han llamado Boom”.
Cabrera Infante atribuía la invención del término Boom al argentino Tomás Eloy Martínez, cuando era director de Primera Plana. Pero en una reunión que ambos sostuvieron en Caracas, Martínez lo negó tajantemente. Dijo que había sido el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, quien residía en París y era el director de la revista Mundo Nuevo, el creador. “Puedo confesar -dice Cabrera Infante- que entonces ni después oí el estruendo del Boom en Mundo Nuevo. Me resisto, por otra parte, a considerar a Emir Rodriguez Monegal capaz de inventar la pólvora, el mosquete de pedernal y la alpargata. Para mí el Boom fue siempre un ruido obsceno entre las letras, pura publicidad -o, si se quiere, competencia desleal”.
Casi todos los miembros del boom estaban ligados por vivencias similares, que pasaban por las estancias en Europa, haber padecido respectivos dictadores en sus países y por el compromiso político, específicamente el izquierdismo y las simpatías por el castrismo, joven por aquellos años, todavía no la añeja dictadura que es hoy.
Pero el caso Padilla, en 1971, y la publicación del libro “Persona Non Grata”, del chileno Jorge Edwards, en 1973, fracturaron lo que parecía un amor “hasta que la muerte nos separe”, distanciando cada vez más a varios miembros del grupo. Edwards, quien había llegado a Cuba como primer enviado diplomático de Chile al reanudarse las relaciones, fue expulsado del Paraíso por el propio Castro, como Persona non grata, por sus “relaciones peligrosas” con intelectuales dentro de la Isla.
Ahora, al calor de las celebraciones, de la edición conmemorativa de “La ciudad y los perros”, y aprovechando que Vargas Llosa es el único de aquellos cuatro ‘capos’ del boom que queda vivo (junto a García Márquez, pero este no tiene memoria para contarlo) se ha fijado 1962 como el año del boom. Es lo justo, si se tiene en cuenta que un año más tarde se publicaría “Rayuela”, de Cortázar, ambos libros verdaderos detonantes de dicho movimiento.
Aunque un monstruo como Borges (que era el boom por sí solo) ni se hubiera enterado del estruendo y otros, como Cabrera Infante, se taparan los oídos para no sentir las molestias en el tímpano. Pues en definitiva, para el cubano, el boom no pasó de ser un “una exclusiva sociedad de bombos mutuos en que cada uno de sus miembros se dedicaba a elogiar, a veces desmesuradamente y con contraproducencia, al miembro que tenía al lado, preferiblemente a la siniestra, pues los miembros del club profesaban un izquierdismo que era la enfermedad infantil del compañerismo”.
El escritor chileno José Donoso (“El lugar sin límites”, “El obsceno pájaro de la noche”), escribió un libro documental sobre la historia de este movimiento literario. Se llama “Historia personal del Boom”, y en él pasa revista a una cofradía de escritores que empiezan bailando en una fiesta en casa de Carlos Fuentes, en 1965, y terminan la parranda la Nochevieja de 1970, donde el español Luis Goytisolo. Entre merengue y merengue, su fama va consolidándose, así como los premios sucediéndose y las chequeras de los principales actores, engordando.
Para ‘Pepe’ Donoso, quien se excluyó gentilmente no de la fiesta sino de la membresía, los cuatro ‘capos’ del Boom eran: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y García Márquez. Donoso aseguró en una entrevista con Joaquín Soler Serrano que “el boom no tiene ciertamente una forma definida, sino que es simplemente quien se considera del boom o quién es considerado del boom. Estamos hablando del pasado, ya no se habla del boom ahora. Es algo que existió mientras existía (digamos la verdad) la envidia hacia esos escritores”.
Lo cierto es que la lista de miembros comenzó a extenderse, y a los ‘capos’ principales se sumó una segunda categoría (llamada por Soler Serrano la del protoboom), con los nombres de Borges, Rulfo, Carpentier y Lezama Lima, en cierta forma los padres verdaderos de los del boom. La etiqueta también alcanzó a Guillermo Cabrera Infante (aunque este siempre se negara a pertenecer), Ernesto Sábato, Roa Bastos, Manuel Puig, Jorge Edwards, Salvador Garmendia, entre otros.
Mario Vargas Llosa (cuya primera novela “La ciudad y los perros”, publicada en 1962, por Seix-Barral marca la celebración de los 50 años de este fenómeno literario), ha definido al boom como “un movimiento no solo literario y cultural, sino político”. “Nadie sabe cómo nació la palabra boom”, confesó recientemente Vargas Llosa. “El escritor y periodista chileno Luis Harss se atribuye la autoría, pero no sé si es exacto, porque en el ensayo que publicó, “Los nuestros”, no aparece”, añade el peruano.
Harss cuenta que, en 1966 se encontraba en una reunión en Buenos Aires, donde estaba presente Vargas Llosa, y empezaron a hablar de la novela iberoamericana. “Entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba pasando con la novela era como el boom económico que había vivido Italia; luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó”.
Los críticos estaban más o menos de acuerdo en fijar 1967 como el año de la consolidación del boom. Ese año el Nobel de Literatura fue para Miguel Ángel Asturias, apareció “Cien años de soledad”, se publicó “Tres Tristes Tigres”, y la editorial Seix-Barral se convirtió en instrumento crucial para la promoción internacional de la nueva literatura latinoamericana.
El único cubano del boom, Guillermo Cabrera Infante (Severo Sarduy comenzaba a forjar su carrera, y en ese entonces militaba en el boom junior) nunca se sintió a gusto en esa clasificación. En un divertido ensayo titulado Include me out, Infante se pregunta: “¿Qué es el Boom? Yo no lo sé pero sí sé qué no es. No es ni un movimiento literario ni una nueva concepción de la novela ni la conciencia de América que balbucea español”. Para él solo fue una “congregación a la que conocí y a la que muchos, incluyendo sus miembros, han llamado Boom”.
Cabrera Infante atribuía la invención del término Boom al argentino Tomás Eloy Martínez, cuando era director de Primera Plana. Pero en una reunión que ambos sostuvieron en Caracas, Martínez lo negó tajantemente. Dijo que había sido el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, quien residía en París y era el director de la revista Mundo Nuevo, el creador. “Puedo confesar -dice Cabrera Infante- que entonces ni después oí el estruendo del Boom en Mundo Nuevo. Me resisto, por otra parte, a considerar a Emir Rodriguez Monegal capaz de inventar la pólvora, el mosquete de pedernal y la alpargata. Para mí el Boom fue siempre un ruido obsceno entre las letras, pura publicidad -o, si se quiere, competencia desleal”.
Casi todos los miembros del boom estaban ligados por vivencias similares, que pasaban por las estancias en Europa, haber padecido respectivos dictadores en sus países y por el compromiso político, específicamente el izquierdismo y las simpatías por el castrismo, joven por aquellos años, todavía no la añeja dictadura que es hoy.
Pero el caso Padilla, en 1971, y la publicación del libro “Persona Non Grata”, del chileno Jorge Edwards, en 1973, fracturaron lo que parecía un amor “hasta que la muerte nos separe”, distanciando cada vez más a varios miembros del grupo. Edwards, quien había llegado a Cuba como primer enviado diplomático de Chile al reanudarse las relaciones, fue expulsado del Paraíso por el propio Castro, como Persona non grata, por sus “relaciones peligrosas” con intelectuales dentro de la Isla.
Ahora, al calor de las celebraciones, de la edición conmemorativa de “La ciudad y los perros”, y aprovechando que Vargas Llosa es el único de aquellos cuatro ‘capos’ del boom que queda vivo (junto a García Márquez, pero este no tiene memoria para contarlo) se ha fijado 1962 como el año del boom. Es lo justo, si se tiene en cuenta que un año más tarde se publicaría “Rayuela”, de Cortázar, ambos libros verdaderos detonantes de dicho movimiento.
Aunque un monstruo como Borges (que era el boom por sí solo) ni se hubiera enterado del estruendo y otros, como Cabrera Infante, se taparan los oídos para no sentir las molestias en el tímpano. Pues en definitiva, para el cubano, el boom no pasó de ser un “una exclusiva sociedad de bombos mutuos en que cada uno de sus miembros se dedicaba a elogiar, a veces desmesuradamente y con contraproducencia, al miembro que tenía al lado, preferiblemente a la siniestra, pues los miembros del club profesaban un izquierdismo que era la enfermedad infantil del compañerismo”.