Los cubanos de los 90's: brotes verdes en las filas “revolucionarias”

Un grupo de jóvenes camina frente a un cartel alusivo a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).

La cadena televisiva rusa en español Rusia Today ha emitido en los últimos días un reportaje sobre el 55 aniversario de la Revolución cubana, fecha que el régimen está celebrando por estos días a bombo y platillo. El canal ruso ha entrevistado en la Isla a algunos de sus protagonistas, personas mayores que contemplan, todas con nostalgia, ese momento histórico. Sus relatos, evidentemente, son complacientes con el desarrollo de esa Revolución, un proceso militar devenido en dictadura, y anclado en el destino de Cuba como sistema totalitario, sin posibilidad ninguna de remisión. Eso parece, de momento.

Sus declaraciones sobre la situación anterior en Cuba difiere de la de otros testimonios, la mayoría exiliados, que consideran la de Fulgencio Batista una dictadura menos perniciosa que la actual castrista. En una guerra cruzada de estadísticas, mientras los unos pintan una Cuba en la que los niños morían por inanición, los otros enfatizan el hecho de que, de acuerdo con muchos indicadores, el país caribeño estaba en las primeras posiciones y que su potencial de desarrollo era muy grande. Llegaron los barbudos y empezó la debacle.

Sea como fuere, los dos escenarios ya forman parte del pasado, de la historia. El presente supera ese retrato idealizado por los abuelos de la Revolución, puesto que la realidad es otra muy distinta y por supuesto nada complaciente con el relato de los logros construído por el oficialismo y sus generadores de propaganda. Eso lo sabe cualquiera en Cuba, aunque se engañe, y cualquiera que haya puesto un pie en el país, esa escenografía de escombros, y de hecho no solamente arquitectónicos.

Pero entre los comentarios que ha generado este 55 aniversario de la Revolución cubana me ha llamado poderosamente la atención el análisis de un joven bloguero en Cuba, Yohan Rodríguez, que se define como revolucionario y disidente al mismo tiempo. Su forma de pensar, a primera vista, podría representar un brote verde de una incipiente nueva mentalidad, más abierta, naciendo desde las filas autollamadas revolucionarias y que, quizás, podrían tener algo que ver en un cambio real, desplazando de forma paulatina los talibanes que, hoy por hoy, mantienen las riendas del control.

Conscientes de la herencia recibida, todavía observan la Revolución como algo que fue positivo para el desarrollo de Cuba, una visión evidentemente casi imposible de evitar si se ha nacido y crecido en un entorno de personas “integradas” en el sistema y que, por esa misma condición de “integrados”, han construido alrededor suyo todo tipo de discursos para negar la realidad o relativizar los problemas inherentes a un sistema en bancarrota, ya no por la acción de sus oponentes, sino por su inviabilidad.

En su artículo La Cuba que heredo de mi abuelo, este joven cubano, nacido en 1991, escribe lo siguiente sobre el modelo de país al que gente como él aspira: “Un modelo que debería ir más allá de resoluciones, acuerdos ni lineamientos, más de allá de los calificativos y de los eufemismos producto de un mundo donde las diferencias se definen mediante ideologías, un modelo que debe ser menos equitativo pero más justo, un país que más allá de ser socialista, comunista, izquierdista o progresista, debe ser un país ante todo humanista e inclusivo”.

Ciertamente la Revolución cubana ha jugado con el humanismo. De hecho sus publicitados logros se basan en dos premisas bien humanistas como son la educación y la sanidad. Esa coartada ha sido perfecta para la toma del poder y el mantenimiento del control, así como para posicionarse ante todo el mundo como un gobierno de valores humanistas. Pero todo fue solamente una instrumentalización de esos valores, a la vez que convirtió esas dos instituciones como arma política, no al servicio de ciudadanos libres y conscientes, sino como recompensa para ciudadanos adoctrinados y obedientes, cuyas conciencias fueron moldeadas a través de una política de esclavización ideológica masiva.

Estos jóvenes cubanos, estos cubanos nacidos en los años 90, a quienes el futuro de Cuba pertenece, serán responsables de decidir si continúan con ese proyecto de Cuba a partir de la exclusión o bien reconstruyen un país más abierto, que se reconcilie con la diversidad de pensamiento y opinión. Alguien debería explicarles que también es posible construir una sociedad con valores humanistas sobre la base de una sociedad democrática, respetuosa con cada uno de sus miembros. Esto necesariamente incluye abrir el terreno político y apostar decididamente por el pluralismo. Sin apostar por ese pluralismo es imposible que ningún humanismo se alcance.