Primera Escena
Sala Martínez Villena de la Unión de Escritores de Cuba (UNEAC) en el pódium, José Antonio Portuondo, “maestro de ceremonia” por sustitución, se dirige al público que, expectante, abarrota la sala.
“Por esa razón él no está esta noche aquí -dice Portuondo, refiriéndose al presidente de la Institución, el poeta Nicolás Guillén, quien, acotación al margen, padecía, cuentan, de la rara virtud de enfermarse oportunamente- nosotros no hemos querido que él salga de su casa, y yo lo sustituyo. Pero el compañero Nicolás está enterado de todo lo que estamos haciendo aquí y de todo lo que aquí se va a decir”.
Esta última frase merece toda la atención del lector; “está enterado […] de todo lo que aquí se va a decir”. Esa es, quizá, la única verdad, el único rastro de honestidad respecto a lo que allí sucedió esa noche del 27 de abril de 1971.
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La noche en que el poeta Heberto Padilla, liberado apenas 24 horas antes de las ergástulas de Villa Marista, sede de la Seguridad del Estado, era obligado a, “voluntariamente”, “cantar” su Palinodia frente a los miembros de la UNEAC.
Padilla, quien públicamente nunca fue acusado, debió retractarse en público, debió acusar, culpar, en fin, detractar a colegas, amigos y conocidos ...
Esa fecha quedará inscrita para siempre en la Historia Nacional de la Infamia (HNI) como la del primer juicio estalinista organizado por el régimen de Fidel Castro y la primera quiebra en el noviazgo de apariencia monolítica entre la intelectualidad mundial y la, hasta ahí, mítica figura del guerrillero barbado de la Sierra Maestra.
Heberto Padilla, quien públicamente nunca fue acusado, debió retractarse en público, debió acusar, culpar, en fin, detractar a colegas, amigos y conocidos allí presentes. Nada que no hubiera sucedido en la Unión Soviética de Iosip Vissarionovich Dzhugashvili, alias, Joseph Stalin. Esa noche del 27 de abril, sobre el escenario de la Sala Martínez Villena, la UNEAC en pleno, claro que exceptuando a su presidente, asistía al último acto de un drama del realismo socialista cubano, cuya trama se venía representando desde tres años antes. Un duelo a muerte entre Fidel Castro Ruz y la libertad de creación y pensamiento.
Segunda Escena
Caliente todavía la sangre por lo que supuso una “victoria” contra la "explotación del hombre por el hombre", Cuba abría sus puertas, casi con desesperación, al turismo político como parte de su estrategia de propaganda, venta de imagen y proselitismo sin tapujos. El mundo, sobre todo el Viejo Mundo, aburrido por la estabilidad y la falta de “héroes”, volcó su entusiasmo en la construcción de la leyenda caribeña y a la cabeza, la intelectualidad, urgida de pretextos y motivaciones no dudó en hacer la fila para la foto con el nuevo Mesías.
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Desde Francia, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, por sólo citar dos nombres, fueron de los primeros en poner un pie en la isla realizando un performance de “neo-descubrimiento” saturado de elogios y bendiciones y, la puerta quedaría abierta, después de semejante espaldarazo por parte de la icónica pareja de la naciente postmodernidad intelectual europea. A partir de ahí, no cesaron el desfile ni el cortejo.
Ya en 1968, convocado el Premio de Poesía Julián del Casal de la UNEAC, se constituyó un jurado de lujo: José Lezama Lima, José Zacarías Tallet, el joven Manuel Díaz Martínez y del extranjero, J. M. Cohen, inglés y César Calvo, peruano.
Desde el principio, según cuenta Manuel Díaz Martínez en su artículo El Caso Padilla: Crimen y castigo (recuerdos de un condenado) todos sintieron interés por el libro número 31 que aparecía bajo el lema: “Vivir la vida no es cruzar un campo”, un verso del escritor y poeta soviético Boris Pasternak y de este libro, titulado Fuera de juego, el autor era otro poeta joven, de la llamada Generación del los 50" su nombre, Heberto Padilla.
Heberto Padilla, el magnífico poeta, nunca pudo superar la traumática experiencia de su paso por la Sede del Terror Revolucionario y la retractación frente a quienes habían sido, quizá, sus amigos ...
Padilla había regresado a su Cuba natal después de 1959, incorporándose al proceso revolucionario, que no dudó en aprovechar sus amplios conocimientos adquiridos en el extranjero, utilizándolo como funcionario de Comercio Exterior destinado a la sensible Europa y también, como corresponsal de algunas publicaciones todavía en pie dentro de la isla.
Fuera de juego logró imponerse en el gusto del jurado y resultó ser el libro ganador en el certamen de 1968 y, de ahí en adelante, Pandora desató las cintas de su caja y todos los males aprendidos de Lenin, Beria, Stalin, etc., fueron esparcidos por la pequeña Cuba, aquella que alguna vez fuera la Perla del Caribe.
Tercera Escena
El “Affaire Padilla”, que comenzara con el escándalo alrededor de la premiación de Fuera de Juego, su retirada de las librerías y el secuestro de las matrices en la imprenta por parte del G-2 cubano, tendría su punto culminante con las consecuencias que trajo para el régimen, aún henchido de confianza basada en la atracción de su carismático líder.
Consecuencia de lo ocurrido en los jardines de la UNEAC aquel 27 de abril de 1971, la misma intelectualidad enamorada que visitaba la isla escribió no una, sino dos cartas, condenando lo que ellos mismos, militantesde la izquierda “progre” de Europa y América Latina, confesaron que les “recuerda los momentos más sórdidos de la época estalinista, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas”.
El verdadero rostro del Proceso Revolucionario quedaba al descubierto, señalado y nombrado por voces con suficiente credibilidad como para poner al descubierto la verdadera identidad de la Revolución cubana. A partir de ahí, las relaciones de los intelectuales extranjeros con el régimen de Castro ha pasado por varias etapas, pero ya nunca fue el cándido romance de los primeros años.
Heberto Padilla, el magnífico poeta, nunca pudo superar la traumática experiencia de su paso por la Sede del Terror Revolucionario y la retractación frente a quienes habían sido, quizá, sus amigos. urante años, para aumentar la dosis de castigo, se le impidió abandonar el país y fue, prácticamente, obligado a deambular por las calles de La Habana como un muerto viviente, sin apenas amigos. No fue hasta 1980 que Padilla pudo salir de la isla y establecerse en Estados Unidos, donde moriría el 25 de septiembre del año 2000.
Coda
Lista de Intelectuales firmantes de la Segunda Carta de protesta por juicio a Heberto Padilla.
Claribel Alegría, Simone de Beauvoir, Fernando Benítez, Jacques-Laurent Bost, Italo Calvino, Josep María Castellet, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger Dosse, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberger, Francisco Fernández Santos, Darwin Flakoll, Jean Michel Fossey, Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Ángel González, Adriano González León, André Gorz, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Rodolfo Hinostroza, Mervin Jones, Monty Johnstone, Monique Lange, Michel Leiris, Mario Vargas Llosa, Lucio Magri, Joyce Mansour, Daci Maraini, Juan Marsé, Dionys Mascolo, Plinio Mendoza, István Mészáros, Ralph Miliband, Carlos Monsiváis, Marco Antonio Montes de Oca, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini, Ricardo Porro, Jean Pronteau, Paul Rebeyrolle, Alain Resnais, José Revueltas, Rossana Rossanda, Vicente Rojo, Claude Roy, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean-Paul Sartre, Jorge Semprún, Jean Schuster, Susan Sontag, Lorenzo Tornabuoni, José-Miguel Ullán, José Ángel Valente.