Los movimientos de oposición en la isla han sido aislados no solo en su país, sino también totalmente abandonados en el exterior.
La celebración de la cumbre de la CELAC ha sido, vista desde la distancia, como el mayor naufragio de los valores que, supuestamente, esta organización dice tener la intención de promover.
El resultado del evento no ha sido nada más que la puesta en escena de un frente común diplomático de apoyo al régimen de Raúl Castro, al más alto nivel y sin ningún tipo de matiz. Para ello se ha hecho una escenificación pública de este apoyo con una retahíla de fotos con encajadas de mano, abrazos, sonrisas, por lo que no hay ni una sola declaración pública de uno de esos mandatarios latinoamericanos que haya incomodado al régimen. Más bien todo lo contrario.
Lo contradictorio del caso es que ese supuesto agente promotor de la democracia que debería ser la CELAC deja, el día después, una Cuba mucho más lejos de los valores democráticos y casi se podría decir que pasa al mismo tiempo por encima de los movimientos de oposición en la Isla, aislados no solo en su país, sino también totalmente abandonados en el exterior.
Ejemplo de ello es la presencia del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, cuyo paso por La Habana parece tener más que ver con la contratación por parte de los anfitriones de la actuación de un payaso para una fiesta de cumpleaños especial, que no con la visita de un representante mundial para conseguir la extensión de los principios de un organismo internacional
enfocado, teníamos entendido, a la defensa de los derechos humanos en el mundo.
De todo lo dicho y hecho por Ban Ki-moon en Cuba, solo he logrado escuchar una declaración imperceptible de 17 segundos, que alguien colgó en algún rincón de Facebook, en la que pide al gobierno de Raúl Castro que ratifique los pactos sobre derechos humanos. Está claro que dicha petición al “presidente” Castro le ha entrado por una oreja y le ha salido felizmente por la otra.
Frente al desfile de autoridades, en plena sintonía y harmonía, la rimbombante inauguración del puerto del Mariel, con la presencia de la presidenta brasileña Dilma Rousseff, la oposición ha sido totalmente anulada, silenciada con mucha facilidad; su grito ha sido acallado en un santiamén gracias a la prafernalia del momento que ha pasado por encima de cualquier denuncia aunque se haya intentado. Del foro alternativo nada se ha oído, además de que uno de sus participantes extranjeros, Gabriel Salvia, de CADAL, fue deportado desde el aeropuerto internacional José Martí. Aministía Internacional hizo un comunicado denunciando los arrestos que se habían producido durante la celebración regional, y ese comunicado pasó sin pena ni gloria en los medios de comunicación.
La conclusión que se puede extraer de todo ello es que la solidaridad internacional no se le puede reclamar a los gobiernos o políticos de turno, esa solidaridad se tiene que reclamar a movimientos sociales y gente corriente, a personas de la sociedad civil que sintonicen con los valores de la democracia y la libertad, lejos de esos escenarios oficiales que, como hemos visto, se mueven guiados por otro tipo de intereses.
Asimismo, estos gobiernos y organismos no se avanzarán nunca a las demandas de los ciudadanos. Solamente la movilización ciudadana dentro y fuera de Cuba puede cambiar esta situación. Seguir confiando en la acción por iniciativa propia de gobiernos y organismos internacionales es, hoy por hoy, como esperar un milagro. La alternativa es seguir promoviendo entre los cubanos la conciencia de que todo ser humano tiene sus derechos y que nadie puede arrebatárselos. Y las personas de otros países pueden tomar medidas para presionar a sus gobiernos a tener un compromiso firme con la libertad en Cuba y a favor de la democracia en ese país y en cualquier otro.
La pelota está en el tejado de los que se sienten demócratas y comprometidos con estos valores.
El resultado del evento no ha sido nada más que la puesta en escena de un frente común diplomático de apoyo al régimen de Raúl Castro, al más alto nivel y sin ningún tipo de matiz. Para ello se ha hecho una escenificación pública de este apoyo con una retahíla de fotos con encajadas de mano, abrazos, sonrisas, por lo que no hay ni una sola declaración pública de uno de esos mandatarios latinoamericanos que haya incomodado al régimen. Más bien todo lo contrario.
Lo contradictorio del caso es que ese supuesto agente promotor de la democracia que debería ser la CELAC deja, el día después, una Cuba mucho más lejos de los valores democráticos y casi se podría decir que pasa al mismo tiempo por encima de los movimientos de oposición en la Isla, aislados no solo en su país, sino también totalmente abandonados en el exterior.
Ejemplo de ello es la presencia del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, cuyo paso por La Habana parece tener más que ver con la contratación por parte de los anfitriones de la actuación de un payaso para una fiesta de cumpleaños especial, que no con la visita de un representante mundial para conseguir la extensión de los principios de un organismo internacional
enfocado, teníamos entendido, a la defensa de los derechos humanos en el mundo.
De todo lo dicho y hecho por Ban Ki-moon en Cuba, solo he logrado escuchar una declaración imperceptible de 17 segundos, que alguien colgó en algún rincón de Facebook, en la que pide al gobierno de Raúl Castro que ratifique los pactos sobre derechos humanos. Está claro que dicha petición al “presidente” Castro le ha entrado por una oreja y le ha salido felizmente por la otra.
Frente al desfile de autoridades, en plena sintonía y harmonía, la rimbombante inauguración del puerto del Mariel, con la presencia de la presidenta brasileña Dilma Rousseff, la oposición ha sido totalmente anulada, silenciada con mucha facilidad; su grito ha sido acallado en un santiamén gracias a la prafernalia del momento que ha pasado por encima de cualquier denuncia aunque se haya intentado. Del foro alternativo nada se ha oído, además de que uno de sus participantes extranjeros, Gabriel Salvia, de CADAL, fue deportado desde el aeropuerto internacional José Martí. Aministía Internacional hizo un comunicado denunciando los arrestos que se habían producido durante la celebración regional, y ese comunicado pasó sin pena ni gloria en los medios de comunicación.
La conclusión que se puede extraer de todo ello es que la solidaridad internacional no se le puede reclamar a los gobiernos o políticos de turno, esa solidaridad se tiene que reclamar a movimientos sociales y gente corriente, a personas de la sociedad civil que sintonicen con los valores de la democracia y la libertad, lejos de esos escenarios oficiales que, como hemos visto, se mueven guiados por otro tipo de intereses.
Asimismo, estos gobiernos y organismos no se avanzarán nunca a las demandas de los ciudadanos. Solamente la movilización ciudadana dentro y fuera de Cuba puede cambiar esta situación. Seguir confiando en la acción por iniciativa propia de gobiernos y organismos internacionales es, hoy por hoy, como esperar un milagro. La alternativa es seguir promoviendo entre los cubanos la conciencia de que todo ser humano tiene sus derechos y que nadie puede arrebatárselos. Y las personas de otros países pueden tomar medidas para presionar a sus gobiernos a tener un compromiso firme con la libertad en Cuba y a favor de la democracia en ese país y en cualquier otro.
La pelota está en el tejado de los que se sienten demócratas y comprometidos con estos valores.