A las 7: 30 pm Raúl Castro, Barack Obama y Michel Obama hicieron su entrada en el Salón de los Helechos del Palacio de la Revolución, donde se celebró la Cena de Estado ofrecida por el gobernante cubano al presidente estadounidense. Un caluroso aplauso los recibió.
El lugar —un ancho recinto decorado con mármoles negros, piedras, plantas tropicales y helechos gigantes— era el mismo donde, en la mañana, había tenido lugar la ceremonia de recibimiento al presidente de Estados Unidos. Ahora estaba acondicionado para la ocasión con mesas cubiertas de manteles blancos; en el centro de cada una, búcaros con rosas rojas y flores blancas.
Una vez que la comitiva tomó asiento, rompió la música —por supuesto, en vivo y cubana. A cargo, Failde Youth Band.
La primera dama llevaba un elegante vestido negro con adornos florales; Obama iba de saco, al igual que Castro.
A las 8:30 pm los invitados conversaban animadamente; unos degustaban mojitos; otros tomaban fotografías. Cada mesa reunía a cerca de 12 personas.
A juzgar por los movimientos de los pies, la música fue espectacular. La atmósfera, distendida, lejos del fuerte intercambio sobre derechos humanos y presos políticos de la conferencia de prensa de la tarde.
El menú: mousse de camarones, kisch suprema y sopa sazonada con ron acompañada de lascas de jamón; cerdo asado, tamales y mariquitas; y como postre, variedad de dulces de la abuela, que recoge lo mejor de la repostería tradicional cubana (probablemente arroz con leche, natilla y flan).
Los cubanos se asombrarían de la variedad y refinamiento del menú, desconocido e inalcanzable para la inmensa mayoría. Seguramente Granma no publicará los pormenores.
Aparte de los esposos Obama y Raúl Castro, también participaron John Kerry, Miguel Díaz-Canel, Bruno Rodríguez Parrilla, Valerie Jarrett y Susan Rice, Nancy Pelosi y Esteban Lazo Hernández. Y una nutrida delegación de congresistas y empresarios.
En unos minutos, las voces, antes apagadas, se mostraban más sueltas; las caras serias se trocaban en sonrisas y carcajadas. El ron cubano es mágico. Algunos hasta se aventuraban con los afamados puros de Vuelta Abajo, que los meseros, generosos, traían en bandejas.
Todavía no había terminado y ya se sabía que sería una noche memorable. Al menos durante un buen rato desaparecieron los rencores, los prejuicios, los odios y recelos. Noche cubana.
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