Fue Vladimir en “Un Balsero en Varadero”, Chicho en “La Vampiresa de la Calle 8”, luego Crisanto, en “Qué será de mi tía si no viviera en Hialeah”; esos, y otros nombres, conforman un largo etcétera. Eso pasa con los actores, dejan de ser quienes son para meterse en otra piel.
Carlos Orihuela hizo un punto y aparte. Se apostó detrás de la cámara para hacer un documental, -su segundo-, y escogió a un personaje de la comedia de Miami altamente popular, Mariloly, para dejar constancia de su trayectoria.
A un costado de sueños y sorpresas la empresa es loable. Con raras excepciones, ésta una de ellas, no estamos en tiempos de merecidos homenajes salvo cuando la figura está punto de morir, o para satisfacción propia del realizador. Pero Orihuela tiene una especie de deuda, Mariloly y él son artistas. Ambos pertenecen a ese clan en extinción que se ve abrumado por la exuberancia de las redes sociales.
El segundo Festival de Cine Cubanoamericano le entregó en su apartado de documental el premio a Carlos Orihuela. ¡Enhorabuena!
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