Martí o Metafísica de la Guerra en el Diario de Campaña

José Martí y la muerte en Dos Ríos.

Artículo de Análisis

A 125 años del Diario de Campaña de José Martí y de su muerte en Dos Ríos, una relectura del texto lo confirma entre las obras más innovadoras de la literatura en castellano de los últimos dos siglos y ofrece pistas de la dimensión metafísica de su autor al tiempo que lo muestra como un hombre de guerra.

El asomo y el asombro de la muerte

"Voy bien cargado, mi María, con mi rifle, al hombro, mi machete y revólver a la cintura, a un hombro una cartera de cien cápsulas, al otro en un gran tubo, los mapas de Cuba, y a la espalda mi mochila, con sus dos arrobas de medicina y ropa y hamaca y frazada y libros, y al pecho tu retrato". Escribe José Martí a Carmen Miyares de Mantilla y sus hijos en carta incluida en su Diario de Campaña y firmada en la Jurisdicción de Baracoa el 16 de abril de 1895; camino a la muerte.

Grabado del cadáver de José Martí al inhumar sus restos en el Cementerio General de Santiago de Cuba, 1895.

Si en una reseña anterior sobre Las puertas de la percepción y Cielo e infierno, del autor inglés Aldous Huxley, apreciamos a los paraísos artificiales producto de los alucinógenos no sólo como sucedáneos sino como medios de acceso a los paraísos espirituales, en esta apreciamos los estados alterados de la conciencia a consecuencia de la guerra permitir al poeta, patriota y perfeccionador del idioma español de su tiempo, José Martí, acceder a la visión de una realidad otra o metarrealidad.

Ir así a la raíz de la realidad, obtener una visión vedada al observador positivista, ramplón a rajatabla, pero ofrecida al ojo entrenado por la técnica ritualística de las ancestrales tradiciones religiosas o al ojo que naturalmente se abre a lo sobrenatural; como sería el caso de Martí ante el asomo y el asombro (el asombro no como sorpresa sino como viaje iniciático interior) del misterio de la muerte, no como posibilidad futura sino como acontecer presente que se impone por todas partes. Aunque quizá no tan naturalmente, pues Martí, como masón del Grado 30 o Gran Elegido Caballero Kadosh del Águila Blanca o Negra, debió poseer el requerido entrenamiento ritualístico para ello.

La guerra, un ejercicio espiritual

La experiencia de la guerra que abre las puertas de la percepción, del cielo y del infierno, nunca mejor dicho, pues para hombres de la casta de Martí, la más alta, la guerra sería sobre todo, más allá de la carnicería al uso, un ejercicio espiritual, de realización sobrenatural sui generis, sangriento; de apostolado.

En Martí el epíteto de Apóstol encontraría su verdadero significado no como propagador o propagandista de una doctrina exógena para la salvación patria sino como detonador del sí mismo para la salvación del alma. No como doctrina de salvación sino como acto de salvación; salvarse, salvar matando; salvarse, salvar muriendo. De modo que Martí, el Héroe, accede a la añorada inmortalización por vía de las armas, matadoras de cuerpos y restauradoras de almas; guerra santa en suma.

Revólver original Colt Frontier, Six Shooter, calibre 44, que fuera un regalo hecho a Martí por su amigo mexicano Manuel Mercado. El revólver que cargaba en Cuba el día de su muerte era otro.

Aquello de que a Martí lo matan a la primera y como de novatón parecería un interesado mito, miren si no en su Diario este otro fragmento de carta a Carmen Miyares de Mantilla y sus hijos firmada en Guantánamo el 26 de abril de 1895:

"Por el momento veníamos muy seguidos ya por tropa española y contentos y a pie, con la custodia de cuatro tiradores y un negro magnífico, padre de su pueblo y hombre rico y puro, Luis González, que se nos unió con diecisiete parientes, y trae a su hijo; veníamos y estalló a pocos pasos el gran tiroteo de las dos horas: allí cruzaron por nuestras cabezas las primeras balas; momentos después rechazado el enemigo, caímos en brazos de nuestra gente: allí caballos, júbilo, y seguimos la marcha admirable, a la luz de hachas del monte y árboles encendidos; la marcha de ocho horas a pie, después de dos de combate y de cuatro de camino, de la noche entera, sin descanso para comer de día ni de noche. Yo me acosté a las tres de la mañana, curando los heridos. A las cinco en pie, todos alegres; luego duermen, hablan en grupos, pasan cargados de viandas y reses, me traen mi caballo y mi montura nueva; ¿pelearemos hoy? Organizamos y seguimos rumbo; el alma es una: algunas armas cogidas al enemigo".

Diario de Campaña: un texto aún no superado en la literatura española

Un Martí que presencia fusilamientos y los narra de manera fría, directa, cortante, innovadora, renovadora del moribundo idioma español de su tiempo; renovado, remojado en sangre.

El Diario de Campaña es de un estilo, y una estirpe, no superada por ningún escritor en la historia de la literatura española de los últimos dos siglos. Posee la visión desapegada del que está en este mundo pero no es de este mundo, desapego no desprovisto de sensibilidad, sensibilidad que se aleja espantada de la sensiblería de los poetas al uso; del pedestre positivismo. Escritura acometida con la impasibilidad de los superiores seres del septentrión; así leemos:

"Se va Bryson. Poco después, el consejo de guerra de Masabó. Violó y robó. Rafael preside, y Mariano acusa. Masabó, sombrío, niega: rostro brutal.

Su defensor invoca nuestra llegada, y pide merced. A muerte. Cuando leían la sentencia, al fondo, del gentío, un hombre pela una caña. Gómez arenga: “Este hombre no es nuestro compañero: es un vil gusano”, Masabó, que no se ha temblado, alza con odio los ojos hacia él. Las fuerzas, en gran silencio, oyen y aplauden: “¡Qué viva!” Y mientras ordenan la marcha, en pie queda Masabó; sin que se le caigan los ojos ni en la caja del cuerpo se vea miedo: los pantalones, anchos y ligeros, le vuelan sin cesar, como a un viento rápido. Al fin van, la caballería, el reo, la fuerza entera, a un bajo cercano; al sol. Grave momento, el de la fuerza callada, apiñada. Suenan los tiros, y otro más, y otro de remate. Masabó ha muerto valiente. “¿Cómo me pongo, Coronel? ¿De frente o de espalda?”. “De frente”. En la pelea era bravo".

Y sigue la saga en sangre, en ciega, la saga como soga al cuello con nudo corredizo, y cuenta Martí otro fusilamiento:

“Tocan marcha otra vez, y las filas siguen, de dos en fondo. Con el reo, que implora, Chacón y cuatro rifles, empujándolos. Detrás, solo, sin sus polainas, saco azul y sombrero pequeño, Gómez… que no va al reo, ya en el lugar de muerte, llamando desolado, sacándose el reloj, que Chacón le arrebata, y tira en la yerbas. [...] manda Gómez, con el rostro demudado y empuña su revólver, a pocos pasos del reo. Lo arrodillan, al hombre espantado, que aún, en aquella rapidez, tiene tiempo, sombrero en mano, para volver la cara dos o tres veces. A dos varas de él los rifles bajos, “¡Apunten!” dice Gómez: ¡Fuego! Y cae sobre la yerba, muerto.”

Avanza Martí un relámpago en la muerte y narra otro fusilamiento más, este ocurrido en la pasada guerra, y lo entrevera con una visión que escapa al ojo no entrenado para lo mítico:

"Salimos del campamento, de Vuelta Corta. Allí fue donde Policarpo Pineda, el Rustán, el Polilla, hizo abrir en pedazos a Francisco Pérez, el de las escuadras. Polilla, un día, fusiló a Jesús: llevaba al pecho un gran crucifijo, una bala le metió todo un brazo de la cruz en la carne: y a la cruz, luego, le descargó los cuatro tiros. De eso íbamos hablando por la mañana, cuando salió el camino, ya en la región florida de los cafetales, con plátano y cacao, a una mágica hoya, que llaman la Tontina, y en lo hondo del vasto verdor enseña apenas el techo de guano, y al lado, con su flor morada, el árbol del caracolillo".

Con mano dura

Martí no sólo narra fusilamientos, sino que junto a Máximo Gómez, firma proclamas que facilitarán el fusilamiento por la infracción de permitir el paso de alimentos a las ciudades sitiadas -con lo que muestra saber que tan importante es la presión de las armas como la presión económica para derrotar al enemigo-. Como esta del 12 de mayo de 1895 en la localidad de la Jatía:

"Es el deber indestinable del Ejército Libertador de Cuba, y el derecho reconocido de toda guerra civilizada, privar al enemigo de toda especie de recursos con que nos pueda hacer la guerra. Y ese derecho debe ejercerlo lo mismo el primero de los jefes que el último de los soldados. —No se ha de dar alimentos hoy a la ciudad, que con los alimentos que le demos sostiene a los soldados que nos combaten, y se pertrecha para resistir el sitio que le tengamos que poner mañana. Mientras dure la guerra, todas las ciudades enemigas están en sitio, y forzar el sitio, enviando al enemigo provisiones de boca, es una de las formas del delito de traición a la Patria. Se dispone, pues, en tanto que el general Rabí renueve esta orden: 1º que se impida en absoluto el paso de reses, y de cualesquiera otras provisiones de boca, a los poblados, ciudades, o campamentos enemigos. 2º que se prenda, y lleve a la presencia del general Jesús Rabí para juicio a quienquiera que presente o pretexte autorización de él, o de cualesquiera en abuso de su nombre, para el paso de reses o cualesquiera otras provisiones de boca".

La muerte se enseñorea, ahora de la boca del generalísimo Gómez que le cuenta a Martí un hecho de la Guerra Grande:

“Aquí, me dijo Gómez, nació el cólera, cuando yo vine con doscientas armas y 4 000 libertos, para que no se los llevasen los españoles, y estaba esto cerrado de reses, y mataron tantas que del hedor se empezó a morir la gente, y fui regando la marcha con cadáveres: 500 cadáveres dejé en el camino a Tacajó.”

Martí inmerso en un mundo de fuego y fantasmagoría

El 25 de abril escribe en una especie de estado de posesión mediúmnica, como si viese el paisaje, las personas y la violencia extrema del combate desde las brumas de luz de un mundo mítico. Escribe despersonalizado, divinizado, con palabras que marcan muerte, daño y sacrificio: tajaban, ahorcaban, azotaban; redondo tiroteo:

"Jornada de guerra. —A monte puro vamos acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra, hacia Arroyo Hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras, verdes, pegadas al tronco desnudo, o al ramo ralo. La gente va vaciando jigüeras, y emparejándoles la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate: entran, pesadas, tres balas, que dan en los troncos"… "Siguiendo nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa... —A poco, las noticias: dos vienen del pueblo. Y ya han visto entrar un muerto, y 25 heridos: Maceo vino a buscarnos, y espera en los alrededores"…

Y como en toda elevada experiencia psicodélica, acá la pólvora y la sangre cual sustitutos de la mescalina, como en los sueños lúcidos, es consciente el poeta de su despersonalización, divinización, y se pregunta:

"¿Cómo no me inspira horror, la mancha de sangre que vi en el camino? ¿Ni la sangre a medio secar, de una cabeza que ya está enterrada, con la cartera que le puso de descanso un jinete nuestro? Y al sol de la tarde emprendimos la marcha de victoria, de vuelta al campamento. A las 12 de la noche habían salido, por ríos y cañaverales y espinares, a salvarnos: acababan de llegar; ya cerca, cuando les cae encima el español: sin almuerzo pelearon las 2 horas, y con galletas engañaron el hambre del triunfo: y emprendían el viaje de 8 leguas, con tarde primero alegre y clara, y luego, por bóvedas de púas, en la noche oscura. En fila de a uno iba la columna larga. Los ayudantes pasan, corriendo y voceando. Nos revolvemos, caballos y de a pie en los altos ligeros"… “Párese la columna, que hay un herido atrás. Uno hala su pierna atravesada, y Gómez lo monta a su grupa. Otro herido no quiere: “No, amigo: yo no estoy muerto:” y con la bala en el hombro sigue andando. ¡Los pobres pies, tan cansados! Se sientan, rifle al lado, al borde del camino: y nos sonríen gloriosos. Se oye algún ay, y más risas, y el habla contenta".

Va Martí así inmerso en un mundo de fuego y fantasmagoría, un mundo metarreal que determina sobre el mundo real; de acá abajo:

“Abran camino”, y llega montado el recio Cartagena, Teniente Coronel que lo ganó en la guerra grande, con un hachón prendido de cardona, clavado como una lanza, al estribo de cuero. Y otros hachones, de tramos en tramos. O encienden los árboles secos, que escaldan y chisporrotean, y echan al cielo su fuste de llama y una pluma de humo. El río nos corta"…

El sanador

Y más fuego, y más muerte, y Martí que hace de enfermero, medicineman de las arcaicas eras, que cura a los heridos porque antes se ha curado a sí mismo, cura con lo que hay a mano, agua, iodoformo, algodón fenicado, pero cura sobre todo con el alma y además nos narra.

Presenta la paradoja de un héroe que no sólo ha sido herido de bala sino de sífilis; el héroe Amfortas, flechado por la afición fálica, afición como aflicción del gran señor del ciclo de las leyendas artúricas del Santo Grial que se manifiesta en la manigua cubana:

"A las 5, abiertos los ojos, Coli al costado, machete al cinto, espuela a la alpargata, y a caballo”. — Murió Alcil Duvergié, el valiente: de cada fogonazo, su hombre: le entró la muerte por la frente: a otro, tirador, le vaciaron una descarga encima: otro cayó, cruzando temerario el puente. —¿Y a dónde, al acampar, estaban los heridos? Con trabajo los agrupo, al pie del más grave, que creen pasmado, y viene a andas en una hamaca, colgando de un palo. Del jugo del tabaco, apretado a un cabo de la boca, se le han desclavado los dientes. Bebe descontento un sorbo de Marrasquino. ¿Y el agua, que no viene, el agua de las heridas, que al fin traen en un cubo turbio? La trae fresca el servicial Evaristo Zayas, de Ti Arriba. ¿Y el practicante, dónde está el practicante, que no viene a sus heridos?— Los otros tres se quejan, en sus capotes de goma. Al fin llega, arrebujado en una colcha, alegando calentura. Y entre todos, con Paquito Borrero de tierna ayuda, curamos la herida de la hamaca, una herida narigona, que entró y salió por la espalda: en una boca cabe un dedal, y una avellana en la otra: lavamos, iodoformo, algodón fenicado. Al otro, en la cabeza del muslo: entró y salió. Al otro, que se vuelve de bruces, no le salió la bala de la espalda: allí está, al salir, en el manchón rojo e hinchado: de la sífilis tiene el hombre comida la nariz y la boca: al último, boca y orificio, también en la espalda: tiraban, rodilla en tierra, y el balazo bajo les atravesó las espaldas membrudas, A Antonio Suárez, de Colombia, primo de Lucila Cortés, la mujer de Merchan, la misma herida".

Después la noche, la luz, el misterio, el lenguaje acompasado, música mítica, para el trance, para abrir la visión, para facilitar los estados alterados de la conciencia, como antes en el combate los facilitaron el fuego y el estertor de los heridos: "Hamacas, candelas, calderadas, el campamento ya duerme: al pie de un árbol grande iré luego a dormir junto al machete y el revólver y de almohada mi capa de hule: ahora hurgo el jolongo, y saco de él la medicina para los heridos. Cariñosas las estrellas, a las 3 de la madrugada".

Martí muestra su revólver Colt y mata al surrealismo antes de nacer

En Haití a punto de partir para la guerra, se manifiesta ya la experiencia metafísica propia de la guerra. En una frase que parece anticiparse al movimiento surrealista -como ciertamente la obra martiana es precursora del movimiento modernista- y anular la propuesta de André Breton en 1916, cuando suelta la siguiente frase en su Diario que describe un ademán que pareciera disuadir al práctico haitiano que lo conduce en la noche por un intrincado paraje de la peregrina idea de asaltarle:

"En un claro, al salir, le enseño al hombre mi revólver Colt, que reluce a la luna: y él, muy de pronto, y como chupándose la voz, dice: “¡Bon, papá!”

Metafísica de la guerra en Martí

Que la escritura del Diario de Campaña no haya sido superada por ningún autor en la historia de la literatura española de los últimos dos siglos, no resulta de pura suerte, sino porque conecta con la fuente, fuerza primordial. El Diario es un texto sacral, religioso en el auténtico sentido del término pues religa al taumaturgo, al autor en tanto hierofante, con la potencia de lo divino.

De ahí podemos entender al Homagno generoso de su poema Yugo y estrella -la estrella como sempiterno símbolo en Martí-, donde afirma: "De mí y de la Creación suma y reflejo, Pez que en ave y corcel y hombre se torna"​, hombre que se diviniza en la relación con lo divino; se hace co-creador con Dios.

Luego acá nos topamos con el mismísimo origen de la literatura, con el tropel de bisontes en el cielo no como metáfora artificiosa o surrealista sino como realidad de lo mágico velado al hombre masa; al apagado bruto de su citado poema.

En el Diario de Campaña nos atrevemos a entrever características de las antiguas tradiciones indoeuropeas en las que, como escribe el filósofo italiano Julius Evola en su obra Metafísica de la guerra, "aparecen una y otra vez los temas de la sacralidad de la guerra y del héroe que no muere realmente, sino que se convierte en soldado del ejército místico en una lucha cósmica" para acto seguido apuntar que estos serían elementos a encontrar en el cristianismo, "al menos en aquel cristianismo que pudo adoptar la divisa de Vita este militia super terran y reconocer que no sólo con la humildad, la caridad, la esperanza y todo lo demás, sino también con un tipo de violencia -la afirmación heroica aquí- es posible acceder al Reino de los Cielos".

Sólo así, mediante la idea de la metafísica de la guerra, nos sería dado el poder aprehender el enigma de Martí el Apóstol, el Homagno, el Hombre-Nación, y por consiguiente, entender su muerte allá en un polvoriento potrero de Dos Ríos el 19 de mayo de 1895 -hace ahora 125 años- no como sacrificio suicida sino como acto consciente de quien entrega el cuerpo para salvar el alma, la suya y la de los suyos; en salto a la eternidad.

De ahí pues la sacralidad de los sangrientos, apretados y apresurados párrafos de su Diario de Campaña.