Por primera vez desde que tengo memoria estoy viendo a los empleados de las “carnicerías” trabajando con guantes y gorros.Los que no tienen guantes utilizan bolsas de nailon.
El mismo cuadro se presenta en las panaderías, en las que usualmente los dependientes manoseaban el pan a mano desnuda, sin importar que segundos antes hubiesen estado fumando, rascando la caspa de sus cabezas o hurgándose la nariz. Esta saludable práctica en los comercios de la red “subsidiada” por la cartilla de racionamiento, resulta sencillamente una novedad insólita.
Por su parte, en la red de mercados recaudadores de divisas también se toman precauciones. Hasta hace poco las mismas manos que restregaban los billetes en la caja registradora eran las que, sin ceremonia alguna, despachaban “a pelo” la comida que nos llevaríamos a la boca. Ahora se colocan cuidadosamente guantes o bolsitas de nailon para no tomar contacto directo con los alimentos.
Los tanques colectores de basura, habitualmente desbordados, están siendo recogidos más de una vez al día, los spots televisivos insisten sobre la importancia de lavarse bien las manos y hervir el agua de tomar, y los inspectores de las cafeterías y quioscos de cuentapropistas que no han sido cerrados alertan los alimentos que no se pueden vender por estos días: nada de refrescos, batidos y jugos; tampoco panes con mayonesa casera ni dulces con merengue u otros que se elaboran con huevos crudos. Para todos nosotros esas señales evidencian que algo grave está ocurriendo y que el cólera está más extendido de lo que pensamos. La violación hasta de las más elementales normas de higiene ha sido tan común entre nosotros que la aplicación de cualquier medida sanitaria salta a la vista por contraste y grita lo que callan las autoridades… Por supuesto, el cólera no es propio de las potencias médicas; mucho menos de un destino turístico.
En la ciudad la gente no habla de otra cosa. No es un susurro temeroso ni un secreto entre comadres, sino una alarma creciente que hablan los vecinos de ventana a ventana, los amigos que se encuentran en cualquier lugar, los taxistas, vendedores y viandantes en cualquier esquina: hay muchos casos de cólera en la capital y un número indeterminado de fallecidos, entre ellos un niño. Varios círculos infantiles y escuelas han cerrado, así como numerosas cafeterías. Ya no solo existen focos de la enfermedad en poblaciones de la periferia como Regla o San Miguel del Padrón, sino que se ha extendido a municipios tan populosos como Cerro, Diez de Octubre y Centro Habana. Todos sabemos que el hospital Salvador Allende (Covadonga), del municipio Cerro, está a tope entre enfermos de dengue y de cólera. Una epidemia como esta era quizás lo único que nos faltaba para el retorno a las condiciones del siglo XIX.
Sin embargo, pese a que el cólera llegó a la capital desde muchas semanas atrás, los informes finales del año 2012 destacaban por su triunfalismo en referencia a los estándares de salud. También la presidenta de la Organización Mundial de la Salud tuvo palabras de encomio para el sistema médico cubano y sus fabulosos avances. Sobre todo, los admiradores del Gobierno de la isla insisten en sus loas a los programas “que garantizan la atención médica de los cubanos y de otros pueblos del mundo”. En un plano más espiritual, tampoco las autoridades eclesiales y los babalaos, que tan preocupados se han mostrado por la salud del presidente venezolano, no parecen muy motivados para invocar la protección de Dios y de los orishas para este pueblo. Obviamente, no tenemos hacia dónde volvernos.
Por el momento, los medios no han informado sobre la presencia del cólera en Cuba ni de la magnitud de la epidemia. Al parecer no sienten presión alguna por parte de las organizaciones internacionales de salud de las cuales Cuba es miembro. Mientras los vendedores de comidas cierran sus establecimientos o enguantan sus manos, el Gobierno cubano -literalmente- se las lava.
Por su parte, en la red de mercados recaudadores de divisas también se toman precauciones. Hasta hace poco las mismas manos que restregaban los billetes en la caja registradora eran las que, sin ceremonia alguna, despachaban “a pelo” la comida que nos llevaríamos a la boca. Ahora se colocan cuidadosamente guantes o bolsitas de nailon para no tomar contacto directo con los alimentos.
Los tanques colectores de basura, habitualmente desbordados, están siendo recogidos más de una vez al día, los spots televisivos insisten sobre la importancia de lavarse bien las manos y hervir el agua de tomar, y los inspectores de las cafeterías y quioscos de cuentapropistas que no han sido cerrados alertan los alimentos que no se pueden vender por estos días: nada de refrescos, batidos y jugos; tampoco panes con mayonesa casera ni dulces con merengue u otros que se elaboran con huevos crudos. Para todos nosotros esas señales evidencian que algo grave está ocurriendo y que el cólera está más extendido de lo que pensamos. La violación hasta de las más elementales normas de higiene ha sido tan común entre nosotros que la aplicación de cualquier medida sanitaria salta a la vista por contraste y grita lo que callan las autoridades… Por supuesto, el cólera no es propio de las potencias médicas; mucho menos de un destino turístico.
En la ciudad la gente no habla de otra cosa. No es un susurro temeroso ni un secreto entre comadres, sino una alarma creciente que hablan los vecinos de ventana a ventana, los amigos que se encuentran en cualquier lugar, los taxistas, vendedores y viandantes en cualquier esquina: hay muchos casos de cólera en la capital y un número indeterminado de fallecidos, entre ellos un niño. Varios círculos infantiles y escuelas han cerrado, así como numerosas cafeterías. Ya no solo existen focos de la enfermedad en poblaciones de la periferia como Regla o San Miguel del Padrón, sino que se ha extendido a municipios tan populosos como Cerro, Diez de Octubre y Centro Habana. Todos sabemos que el hospital Salvador Allende (Covadonga), del municipio Cerro, está a tope entre enfermos de dengue y de cólera. Una epidemia como esta era quizás lo único que nos faltaba para el retorno a las condiciones del siglo XIX.
Sin embargo, pese a que el cólera llegó a la capital desde muchas semanas atrás, los informes finales del año 2012 destacaban por su triunfalismo en referencia a los estándares de salud. También la presidenta de la Organización Mundial de la Salud tuvo palabras de encomio para el sistema médico cubano y sus fabulosos avances. Sobre todo, los admiradores del Gobierno de la isla insisten en sus loas a los programas “que garantizan la atención médica de los cubanos y de otros pueblos del mundo”. En un plano más espiritual, tampoco las autoridades eclesiales y los babalaos, que tan preocupados se han mostrado por la salud del presidente venezolano, no parecen muy motivados para invocar la protección de Dios y de los orishas para este pueblo. Obviamente, no tenemos hacia dónde volvernos.
Por el momento, los medios no han informado sobre la presencia del cólera en Cuba ni de la magnitud de la epidemia. Al parecer no sienten presión alguna por parte de las organizaciones internacionales de salud de las cuales Cuba es miembro. Mientras los vendedores de comidas cierran sus establecimientos o enguantan sus manos, el Gobierno cubano -literalmente- se las lava.