Alberro, prisión para corruptos

cárceles Cuba

En la venta de estos privilegios, como en la de cualquier centro comercial, y más cuando es correccional, las tarifas quedan sujetas a cambios sin previo aviso.
La lucha contra la corrupción ha sido y es, ante la vista del mundo, un blandir de banderas usado por el actual presidente cubano desde que asumió oficialmente las riendas de un país donde desde siempre ha reinado una dictadura familiar, un partido único y una junta militar; además de una muy bien enraizada voluntad caribeña.

Medios cubanos y extranjeros publican a diario lo que con fingida pasión el gobernante ha repetido lo mismo en actos oficiales, que en galas municipales, reuniones partidistas, recorridos provinciales, apertura de gavetas o bautizo de muñecas: “Necesitamos ser implacables contra la corrupción, se necesita firmeza para combatir dicho fenómeno”.

Lo intentó incluso demostrar con hechos. En el año 2009 crea la Contraloría General y, desde entonces, los tribunales cubanos, cumpliendo órdenes precisas, no han parado de procesar casos por delitos económicos y corrupción, a todas las instancias.

Ante tamaña evidencia, cualquiera podría interpretar que el General hablaba en serio; pero nuestra cercanía al sol, la siempre relajante naturaleza isleña, más esa constante influencia del son, el guaguancó, la rumba y otros ritmos contagiosos, ayudan a asumir ciertas cuestiones de una manera inusual y hasta la palabra “verdad” adquiere extrañas acepciones y diferentes matices.

Es cierto, el envilecimiento se persigue y a los corruptos se sanciona; pero estos últimos no van a la sección 47 del Combinado del Este, ni a las tremebundas celdas de Agüica, ni a ninguna de las más de 150 prisiones (sean abiertas o cerradas), que existen en el paraíso insular, donde la superpoblación penal sobrepasa los límites establecidos en calidad de hacinados, donde las riñas entre reclusos son frecuentes, y el abuso de la autoridad aventaja lo aceptado.

No, la corruptela nativa recluída está integrada por ex-cuadros de un selecto y ejemplar grupo de funcionarios a quienes las circunstancias obligaron a cometer algun error; por ello, aquellos que además de dinero prueban su lealtad al gran líder, y mantienen inquebrantable su ideología marxista, cumplen sentencia en Alberro, un centro penitenciario ubicado en el capitalino municipio del Cotorro donde “Máxima Seguridad” se convierte en un concepto muy hinchado.

Fuentes de la Fiscalía General de la República aseguran que no se permite mezclar a los reclusos criminales o contrarrevolucionarios con los condenados por corrupción porque la seguridad de los que un día fueron y ya no son, se pone en riesgo. Pero eso sí, tamaña exclusividad merece pagar un buen precio. Hay una cosa que está clara, el corrupto tiene dinero.

En Alberro, estos singulares reos pueden pagarse el derecho a tener un karaoke en su cuarto, un teléfono celular y una media suerte de comodidad que llaman lujo, siempre muy considerable, teniendo en cuenta que se trata de un centro correccional.

La vida en “La escuelita al campo”, como también se le conoce a esta diferente prisión, se reglamenta en tarifas de las que, según se dice, las autoridades se embolsillan su tajada.

Por ejemplo. Cama en buenas condiciones, 10 cuc. Derecho a un teléfono celular, 10 cuc (mensuales). Autorizo a tener minibar para refrigerar la comida, 30 cuc. Visitas adicionales a las reglamentadas, 10 cuc. La sexo-asistencia va de 20 a 200 cuc por encuentro, (el precio está en dependencia del físico de quien sirve y la candela del que paga). Pasar la noche fuera de prisión, 150 cuc.

En la venta de estos privilegios, como en la de cualquier centro comercial, y más cuando es correccional, las tarifas quedan sujetas a cambio sin previo aviso. Los condenados entienden que no cuesta lo mismo el permiso de ausentarse del penal la noche del tres de febrero, que la del último día del año, víspera del 1ro de Enero.