Las intenciones de Raúl Castro es relanzar la economía y que la gente viva mejor sin cuestionarse quien gobierna. Su meta es extender el castrismo más allá de su muerte.
En China dio resultados. El Partido y sus medios ideológicos hicieron una proeza. No solo la economía de mercado y los inversores capitalistas transformaron a China en la segunda economía del planeta con un espectacular crecimiento anual. También las acrobacias ideológicas olímpicas.
Borrar el fracaso estrepitoso de Mao en la etapa del Gran Salto Adelante y la barbarie de la Revolución Cultural fue una obra maestra del ilusionismo publicitario chino.
Xiaoping sufrió en carne propia la violencia revolucionaria. Fue blanco de la Revolución Cultural impulsada por Mao. Fue acusado de contrarrevolucionario y defenestrado del poder. En 1969 es confinado en una región remota y se vio obligado a trabajar en un taller de tractores en la provincia de Jiangxi. Tras la muerte de Mao fue reivindicado. Al llegar al poder, comenzó progresivamente la transformación de China.
De una economía rural a una potencia de primer orden. Fusionó herramientas del capitalismo con la supremacía y control del Partido Comunista. Sus pasos fueron graduales. En ese momento sus camaradas soviéticos de viaje, o el cubano Fidel Castro, lo tacharon de traidor al marxismo.
En La Habana de principios de los años 80, mientras Fidel Castro descalificaba al nuevo gobierno chino, su hermano Raúl Castro tomaba nota. Las reformas chinas acontecieron siete años antes que la perestroika de Gorbachov. Contó con el beneplácito de Estados Unidos, que asombrado del experimento económico y social, le otorgó el trato comercial de nación favorecida.
Amnistía Internacional condena a China por violar los derechos humanos, encarcelar disidentes políticos y aplicar 18 mil ejecuciones de pena de muerte cada año.
En 1989, cuando los incidentes en la Plaza de Tiananmen, a Deng Xiaoping no le tembló la mano para ordenar al ejército que disparara a los pacíficos protestantes que demandaban democracia. Pero Xiaoping lo tenía claro. Nada ni nadie podía detener el rumbo de las reformas.
Gracias a las transformaciones económicas, millones de chinos salieron de la miseria. Hoy el Partido Comunista chino aplaude que la gente haga dinero. Siempre que se mantengan callados, obedientes y no sucumban ante el discurso democrático.
China es hoy un imperio silencioso. Un país donde los obreros laboran por 70 dólares al mes, tantas horas como quiera el inversor y sin las pérdidas que provocan las huelgas y los sindicatos independientes.
China mezcló en su coctelera las ambiciones de los voraces capitalistas con el rígido control de la sociedad, típico de una autocracia. Todo el proceso de reformas en China ha sido minuciosamente estudiado por asesores, tecnócratas y economistas que rodean al General cubano.
Raúl Castro administraba la economía nacional desde mediados de los años 90. Pero fue a partir del 31 de julio de 2006, cuando su hermano le cedió el poder por enfermedad, que tuvo camino expedito para aplicar los cambios económicos en la isla.
En Cuba se irán aplicando gradualmente métodos capitalistas de economía de mercado. Al igual que en la China de Xiaoping, se seguirá hablando de economía planificada, mientras discretamente se abrirán las puertas a inversores capitalistas.
El zar económico Marino Murillo camufla las intenciones futuras.
Entre los próximos pasos está un acercamiento con millonarios empresarios cubanos residentes en Estados Unidos. Pero a diferencia de China, Cuba no es de particular interés para los centros de poder mundial.
Tiene como limitante que su mercado de once millones de cubanos pobres no es un gancho seductor para inversiones foráneas. También su complicada Ley de inversiones no es de fiar.
Hasta ahora, los Castro han sido tramposos. Cuando les parece rompen con los capitalistas extranjeros y cierran sus negocios. El General Raúl promete cambiar las reglas de juego. El embargo es otro lastre pesado. Ningún capitalista que se precie va invertir su dinero en Cuba a costa de no poder hacer negocios con la primera potencia del mundo.
No hay nada más cobarde que un millón de dólares. Para revertir la situación, los sesudos del régimen refuerzan el lobby anti embargo en Estados Unidos.
Cuentan con el apoyo de la mayoría de naciones en el planeta, además de la probada ineficacia del embargo. Las presiones económicas de Washington no han traído democracia ni elecciones libres a la isla.
Las once administraciones que han pasado por la Casa Blanca durante estos 54 años de gobierno autocrático se han comprometido a favor de la democracia en Cuba. Pero la política del Norte es altamente pragmática.
Si Raúl Castro diseña cambios políticos cosméticos y abre espacios y posibilidades de negocio a todos los cubanos, sean exiliados o no, el próximo presidente estadounidense podría cambiar de política.
A fin de cuentas, China no es más democrática que Cuba. Y a Estados Unidos le interesa un vecino que mantenga bajo control la inmigración ilegal y combata el narcotráfico y el terrorismo.
Esa son las bazas que propondría el gobierno de Castro II para sentarse a negociar con los americanos. El actual régimen podría ser novedoso en la creación de bolsones democráticos. Desde hace un tiempo, los servicios especiales han ido colonizando ciertos sectores de la disidencia. Como imagen internacional no viene mal. Y, sobre todo, para acoplarse al resto de naciones del continente, donde la oposición es legal.
Las intenciones de Raúl Castro es relanzar la economía y que la gente viva mejor sin cuestionarse quien gobierna. Su meta es extender el castrismo más allá de su muerte.
Su guía han sido las reformas chinas. Su estrategia es similar. Que el capitalismo salve a un socialismo que naufraga.
Borrar el fracaso estrepitoso de Mao en la etapa del Gran Salto Adelante y la barbarie de la Revolución Cultural fue una obra maestra del ilusionismo publicitario chino.
Xiaoping sufrió en carne propia la violencia revolucionaria. Fue blanco de la Revolución Cultural impulsada por Mao. Fue acusado de contrarrevolucionario y defenestrado del poder. En 1969 es confinado en una región remota y se vio obligado a trabajar en un taller de tractores en la provincia de Jiangxi. Tras la muerte de Mao fue reivindicado. Al llegar al poder, comenzó progresivamente la transformación de China.
De una economía rural a una potencia de primer orden. Fusionó herramientas del capitalismo con la supremacía y control del Partido Comunista. Sus pasos fueron graduales. En ese momento sus camaradas soviéticos de viaje, o el cubano Fidel Castro, lo tacharon de traidor al marxismo.
En La Habana de principios de los años 80, mientras Fidel Castro descalificaba al nuevo gobierno chino, su hermano Raúl Castro tomaba nota. Las reformas chinas acontecieron siete años antes que la perestroika de Gorbachov. Contó con el beneplácito de Estados Unidos, que asombrado del experimento económico y social, le otorgó el trato comercial de nación favorecida.
Amnistía Internacional condena a China por violar los derechos humanos, encarcelar disidentes políticos y aplicar 18 mil ejecuciones de pena de muerte cada año.
En 1989, cuando los incidentes en la Plaza de Tiananmen, a Deng Xiaoping no le tembló la mano para ordenar al ejército que disparara a los pacíficos protestantes que demandaban democracia. Pero Xiaoping lo tenía claro. Nada ni nadie podía detener el rumbo de las reformas.
Gracias a las transformaciones económicas, millones de chinos salieron de la miseria. Hoy el Partido Comunista chino aplaude que la gente haga dinero. Siempre que se mantengan callados, obedientes y no sucumban ante el discurso democrático.
China es hoy un imperio silencioso. Un país donde los obreros laboran por 70 dólares al mes, tantas horas como quiera el inversor y sin las pérdidas que provocan las huelgas y los sindicatos independientes.
China mezcló en su coctelera las ambiciones de los voraces capitalistas con el rígido control de la sociedad, típico de una autocracia. Todo el proceso de reformas en China ha sido minuciosamente estudiado por asesores, tecnócratas y economistas que rodean al General cubano.
Raúl Castro administraba la economía nacional desde mediados de los años 90. Pero fue a partir del 31 de julio de 2006, cuando su hermano le cedió el poder por enfermedad, que tuvo camino expedito para aplicar los cambios económicos en la isla.
En Cuba se irán aplicando gradualmente métodos capitalistas de economía de mercado. Al igual que en la China de Xiaoping, se seguirá hablando de economía planificada, mientras discretamente se abrirán las puertas a inversores capitalistas.
El zar económico Marino Murillo camufla las intenciones futuras.
Entre los próximos pasos está un acercamiento con millonarios empresarios cubanos residentes en Estados Unidos. Pero a diferencia de China, Cuba no es de particular interés para los centros de poder mundial.
Tiene como limitante que su mercado de once millones de cubanos pobres no es un gancho seductor para inversiones foráneas. También su complicada Ley de inversiones no es de fiar.
Hasta ahora, los Castro han sido tramposos. Cuando les parece rompen con los capitalistas extranjeros y cierran sus negocios. El General Raúl promete cambiar las reglas de juego. El embargo es otro lastre pesado. Ningún capitalista que se precie va invertir su dinero en Cuba a costa de no poder hacer negocios con la primera potencia del mundo.
No hay nada más cobarde que un millón de dólares. Para revertir la situación, los sesudos del régimen refuerzan el lobby anti embargo en Estados Unidos.
Cuentan con el apoyo de la mayoría de naciones en el planeta, además de la probada ineficacia del embargo. Las presiones económicas de Washington no han traído democracia ni elecciones libres a la isla.
Las once administraciones que han pasado por la Casa Blanca durante estos 54 años de gobierno autocrático se han comprometido a favor de la democracia en Cuba. Pero la política del Norte es altamente pragmática.
Si Raúl Castro diseña cambios políticos cosméticos y abre espacios y posibilidades de negocio a todos los cubanos, sean exiliados o no, el próximo presidente estadounidense podría cambiar de política.
A fin de cuentas, China no es más democrática que Cuba. Y a Estados Unidos le interesa un vecino que mantenga bajo control la inmigración ilegal y combata el narcotráfico y el terrorismo.
Esa son las bazas que propondría el gobierno de Castro II para sentarse a negociar con los americanos. El actual régimen podría ser novedoso en la creación de bolsones democráticos. Desde hace un tiempo, los servicios especiales han ido colonizando ciertos sectores de la disidencia. Como imagen internacional no viene mal. Y, sobre todo, para acoplarse al resto de naciones del continente, donde la oposición es legal.
Las intenciones de Raúl Castro es relanzar la economía y que la gente viva mejor sin cuestionarse quien gobierna. Su meta es extender el castrismo más allá de su muerte.
Su guía han sido las reformas chinas. Su estrategia es similar. Que el capitalismo salve a un socialismo que naufraga.