Cinco meses después que el régimen del general Raúl Castro prohibiera las tiendas privadas, las ventas en el mercado negro se multiplican.
Yaudel (nombres cambiados) ha creado su propio nicho de mercado entre los trabajadores de una empresa estatal y el personal que labora en una gasolinera cercana a su domicilio.
"Mis mejores clientes son las mujeres. Semanalmente les envío un catálogo de fotos. Escogen el modelo y me pueden pagar en dos y hasta tres plazos, algo que no hace el Estado", dice Yaudel.
Y agrega: "Vendo shorts de mezclilla a 20 cuc, jeans en 25 y calzado deportivo a 45 cuc. Los diseños son modernos. Un pariente en el exterior me los hace llegar. Establezco un clima de confianza con los clientes y les ofrezco facilidades de pago de hasta dos meses".
La principal competencia de Yaudel no son las tiendas por divisas, sino los propios centros de trabajo. "Es que en casi todos, hay personas que llevan tiempo llevando ropa para vender entre sus compañeros y también ofrecen descuentos y facilidades. He podido imponerme porque tengo cosas bonitas, de buena calidad y precios".
El trapicheo de ropa y calzado en Cuba es un negocio de vieja data. En los años 70 y 80, cuando el Estado a cada cubano por una cartilla de racionamiento anualmente le otorgaba un pantalón, dos camisas y un par de zapatos chapuceros, ya existían personas que traficaban con ropa.
Tipos como Rigoberto hicieron mucho dinero vendiendo prendas de vestir. "Construí mi casa gracias a estas ventas. La lista de encargos era extensa. Entonces, un 'pitusa' costaba entre 120 y 150 pesos y me lo quitaban de las manos".
Rigoberto explica que era un negocio con varios vasos comunicantes. "Había gente dedicada a la compra de dólares de manera ilegal a los turistas en las calles, a un cambio mejor que el ofrecido por el gobierno. Luego, con ayuda de estudiantes extranjeros o de técnicos del CAME que trabajaban en la isla, en las tiendas por divisas se adquiría pacotilla barata. Las ganancias eran altas".
Treinta y cinco años después, Rigoberto vuelve a montar una tienda clandestina de ropa. "En los dos o tres años que el negocio fue legal, yo seguí vendiendo por la izquierda. Ellos (los del régimen) no son de fiar. Ahora regreso al ‘bisne’ (negocio) con más experiencia".
En una habitación de su casa, colgados en percheros plásticos se ven blusas, sayas, shorts y jeans. Y en un estante, desde zapatos de tacones altos hasta zapatillas deportivas de marca.
"Mi pacotilla es de primera. A los vecinos del barrio y a los amigos y conocidos, les hago pequeñas rebajas o les vendo a plazos", dice Rigoberto.
Según Tatiana, dependienta de una cadena estatal de panaderías-dulcerías en moneda dura, "a diario, no menos de diez vendedores ilegales nos traen catálogos o muestras de sus artículos. Tienen más calidad y son más baratos que los vendidos en las shoppings y puedes pagar a plazos".
Sixto, gerente de una tienda estatal, considera que fue un desacierto prohibir a los particulares vender ropa al detalle. "El argumento del gobierno es que afectaba a las ventas en sus establecimientos. Además del disgusto general de la población por esas medidas, alentó nuevas formas de ventas, con descuentos y facilidades de pagos que las tiendas del Estado no pueden aplicar".
Luis, jubilado con experiencia en el comercio minorista, dice que los negocios particulares siempre están dos pasos por delante de los estatales. "Si el Estado quiere mejorar las ventas, debe bajar los precios, vender a plazos y ofertar mercancías de mayor calidad. Mientras siga ofreciendo productos desfasados y de poca salida, sus ventas seguirán cayendo en picada".
Cinco meses después que el régimen del General Raúl Castro prohibiera las tiendas privadas, las ventas en el mercado negro se multiplican. Su filosofía comercial es simple: diseños modernos y atractivos y facilidades de pago.
"Mis mejores clientes son las mujeres. Semanalmente les envío un catálogo de fotos. Escogen el modelo y me pueden pagar en dos y hasta tres plazos, algo que no hace el Estado", dice Yaudel.
Y agrega: "Vendo shorts de mezclilla a 20 cuc, jeans en 25 y calzado deportivo a 45 cuc. Los diseños son modernos. Un pariente en el exterior me los hace llegar. Establezco un clima de confianza con los clientes y les ofrezco facilidades de pago de hasta dos meses".
La principal competencia de Yaudel no son las tiendas por divisas, sino los propios centros de trabajo. "Es que en casi todos, hay personas que llevan tiempo llevando ropa para vender entre sus compañeros y también ofrecen descuentos y facilidades. He podido imponerme porque tengo cosas bonitas, de buena calidad y precios".
El trapicheo de ropa y calzado en Cuba es un negocio de vieja data. En los años 70 y 80, cuando el Estado a cada cubano por una cartilla de racionamiento anualmente le otorgaba un pantalón, dos camisas y un par de zapatos chapuceros, ya existían personas que traficaban con ropa.
Tipos como Rigoberto hicieron mucho dinero vendiendo prendas de vestir. "Construí mi casa gracias a estas ventas. La lista de encargos era extensa. Entonces, un 'pitusa' costaba entre 120 y 150 pesos y me lo quitaban de las manos".
Rigoberto explica que era un negocio con varios vasos comunicantes. "Había gente dedicada a la compra de dólares de manera ilegal a los turistas en las calles, a un cambio mejor que el ofrecido por el gobierno. Luego, con ayuda de estudiantes extranjeros o de técnicos del CAME que trabajaban en la isla, en las tiendas por divisas se adquiría pacotilla barata. Las ganancias eran altas".
Treinta y cinco años después, Rigoberto vuelve a montar una tienda clandestina de ropa. "En los dos o tres años que el negocio fue legal, yo seguí vendiendo por la izquierda. Ellos (los del régimen) no son de fiar. Ahora regreso al ‘bisne’ (negocio) con más experiencia".
En una habitación de su casa, colgados en percheros plásticos se ven blusas, sayas, shorts y jeans. Y en un estante, desde zapatos de tacones altos hasta zapatillas deportivas de marca.
"Mi pacotilla es de primera. A los vecinos del barrio y a los amigos y conocidos, les hago pequeñas rebajas o les vendo a plazos", dice Rigoberto.
Según Tatiana, dependienta de una cadena estatal de panaderías-dulcerías en moneda dura, "a diario, no menos de diez vendedores ilegales nos traen catálogos o muestras de sus artículos. Tienen más calidad y son más baratos que los vendidos en las shoppings y puedes pagar a plazos".
Sixto, gerente de una tienda estatal, considera que fue un desacierto prohibir a los particulares vender ropa al detalle. "El argumento del gobierno es que afectaba a las ventas en sus establecimientos. Además del disgusto general de la población por esas medidas, alentó nuevas formas de ventas, con descuentos y facilidades de pagos que las tiendas del Estado no pueden aplicar".
Luis, jubilado con experiencia en el comercio minorista, dice que los negocios particulares siempre están dos pasos por delante de los estatales. "Si el Estado quiere mejorar las ventas, debe bajar los precios, vender a plazos y ofertar mercancías de mayor calidad. Mientras siga ofreciendo productos desfasados y de poca salida, sus ventas seguirán cayendo en picada".
Cinco meses después que el régimen del General Raúl Castro prohibiera las tiendas privadas, las ventas en el mercado negro se multiplican. Su filosofía comercial es simple: diseños modernos y atractivos y facilidades de pago.