Fue uno de los mejores y más elegantes complejos habitacionales de La Habana. Hoy es un montón de ruinas altamente peligrosas.
El hotel residencial Rosita, y su gemelo, el edificio Riomar, ambos construidos en los años cincuenta, del siglo XX, atraían hacia la esquina de Primera y Cero, en Miramar, el interés de los arquitectos y la admiración de los transeúntes cubanos y extranjeros. Después, llegó la revolución y los hermanó con un solo nombre: Sierra Maestra. Lo que resta es historia con un final que da pena y miedo.
Los especialistas al servicio del régimen alegan que la causa del deterioro es su ubicación tan cerca del mar, en una zona clasificada como de agresividad corrosiva entre alta y extrema, por la influencia directa del aerosol marino. Pero ellos mismos saben que tal no es sino el pretexto con que se intenta encubrir otro vergonzoso capítulo de la desidia oficial, y aun el producto de un ensañamiento cuyas motivaciones no están del todo claras, por presumibles que sean.
El Sierra Maestra nunca llegó a pertenecer totalmente al Estado. Siempre hubo allí vecinos que se negaron a ser desalojados a cambio de otras viviendas con características desventajosas y ubicadas lejos de su lugar de residencia. Lo único que cupo al régimen fue declarar la zona como “congelada”, para impedirles permutar o traspasar sus bienes. Mientras, la edificación sufría, a lo largo de varios decenios, una falta de mantenimiento y de atención especializada que en mucho pareció obedecer a un alevoso plan para su desgaste.
Con la mayoría de los apartamentos en manos del gobierno, los pocos vecinos que restaban del Rosita y Riomar se vieron obligados a convivir con las instancias y los usos oficiales, asumiendo las limitaciones que ello les impuso. Algunos se dejarían vencer por cansancio y terminaron marchándose del país, otros murieron de viejos. Pero siempre quedaron unos pocos dispuestos a echar pie en tierra. Hasta que finalmente el complejo fue declarado inhabitable, por deterioro.
No obstante, todavía se ven señales de vida entre sus ruinas. ¿Serán viejos vecinos dispuestos a derrumbarse junto a las últimas paredes? ¿Serán invasores desesperados que prefieren arriesgar el pellejo antes que pernoctar a la intemperie?
Este complejo habitacional había pertenecido al connotado millonario Alfredo Hornedo, quien fuera senador y alcalde de La Habana, además de propietario principal de los periódicos Excélsior y El País, y socio de un tercer diario, El Crisol. Sería demasiado extensa la descripción del dominio económico de este hombre, que mucho ha dado que hablar, mal y bien. También fue dueño del teatro Blanquita, hoy Carlos Marx, del cual se afirma que, con sus 6 600 lunetas, llegó a ser uno de los mayores del mundo en el momento de su inauguración. Por cierto, este teatro está situado tan cerca del mar como el Sierra Maestra, y es incluso más viejo, pero goza de un excelente estado de conservación. ¿Será inmune al aerosol marino? ¿O habrá recibido otro tratamiento?
El hotel residencial Rosita, con 11 pisos y 172 apartamentos; y el edificio Riomar, con 201 apartamentos, en cinco bloques conectados entre sí mediante pasillos, otorgaron un sello de distinción sui géneris al trazado urbanístico de nuestra capital. Una de las particularidades de su belleza eran los balcones frente al mar, los que en la actualidad, perdidos sin remedio, devinieron fuente suministradora de ladrillos para los llamados “caníbales”, dedicados a saquear todo lo aprovechable de las construcciones abandonadas. Por ese mismo conducto, el Sierra Maestra perdió sus instalaciones sanitarias, la cerámica, la carpintería, etc…
Hasta los especialistas que insisten en tapar el sol con un dedo, están obligados a reconocer que cuando todavía eran salvables, fueron realizados varios estudios con sus correspondientes proyectos metodológicos para el rescate de estos edificios, pero todos terminaron sepultados en las gavetas de la indolencia.
Hoy el Sierra Maestra parece estar pidiendo pista para derrumbarse, tal vez sobre su otrora hermosa piscina, seca en parte y en parte convertida en criadero de insectos y microbios, o tal vez sobre los bañistas que en acto punto menos que suicida, se regodean en la costa, a escasos metros de sus podridos cimientos.
Publicado en Cubanet el 2 de diciembre del 2013
Los especialistas al servicio del régimen alegan que la causa del deterioro es su ubicación tan cerca del mar, en una zona clasificada como de agresividad corrosiva entre alta y extrema, por la influencia directa del aerosol marino. Pero ellos mismos saben que tal no es sino el pretexto con que se intenta encubrir otro vergonzoso capítulo de la desidia oficial, y aun el producto de un ensañamiento cuyas motivaciones no están del todo claras, por presumibles que sean.
El Sierra Maestra nunca llegó a pertenecer totalmente al Estado. Siempre hubo allí vecinos que se negaron a ser desalojados a cambio de otras viviendas con características desventajosas y ubicadas lejos de su lugar de residencia. Lo único que cupo al régimen fue declarar la zona como “congelada”, para impedirles permutar o traspasar sus bienes. Mientras, la edificación sufría, a lo largo de varios decenios, una falta de mantenimiento y de atención especializada que en mucho pareció obedecer a un alevoso plan para su desgaste.
Con la mayoría de los apartamentos en manos del gobierno, los pocos vecinos que restaban del Rosita y Riomar se vieron obligados a convivir con las instancias y los usos oficiales, asumiendo las limitaciones que ello les impuso. Algunos se dejarían vencer por cansancio y terminaron marchándose del país, otros murieron de viejos. Pero siempre quedaron unos pocos dispuestos a echar pie en tierra. Hasta que finalmente el complejo fue declarado inhabitable, por deterioro.
No obstante, todavía se ven señales de vida entre sus ruinas. ¿Serán viejos vecinos dispuestos a derrumbarse junto a las últimas paredes? ¿Serán invasores desesperados que prefieren arriesgar el pellejo antes que pernoctar a la intemperie?
Este complejo habitacional había pertenecido al connotado millonario Alfredo Hornedo, quien fuera senador y alcalde de La Habana, además de propietario principal de los periódicos Excélsior y El País, y socio de un tercer diario, El Crisol. Sería demasiado extensa la descripción del dominio económico de este hombre, que mucho ha dado que hablar, mal y bien. También fue dueño del teatro Blanquita, hoy Carlos Marx, del cual se afirma que, con sus 6 600 lunetas, llegó a ser uno de los mayores del mundo en el momento de su inauguración. Por cierto, este teatro está situado tan cerca del mar como el Sierra Maestra, y es incluso más viejo, pero goza de un excelente estado de conservación. ¿Será inmune al aerosol marino? ¿O habrá recibido otro tratamiento?
El hotel residencial Rosita, con 11 pisos y 172 apartamentos; y el edificio Riomar, con 201 apartamentos, en cinco bloques conectados entre sí mediante pasillos, otorgaron un sello de distinción sui géneris al trazado urbanístico de nuestra capital. Una de las particularidades de su belleza eran los balcones frente al mar, los que en la actualidad, perdidos sin remedio, devinieron fuente suministradora de ladrillos para los llamados “caníbales”, dedicados a saquear todo lo aprovechable de las construcciones abandonadas. Por ese mismo conducto, el Sierra Maestra perdió sus instalaciones sanitarias, la cerámica, la carpintería, etc…
Hasta los especialistas que insisten en tapar el sol con un dedo, están obligados a reconocer que cuando todavía eran salvables, fueron realizados varios estudios con sus correspondientes proyectos metodológicos para el rescate de estos edificios, pero todos terminaron sepultados en las gavetas de la indolencia.
Hoy el Sierra Maestra parece estar pidiendo pista para derrumbarse, tal vez sobre su otrora hermosa piscina, seca en parte y en parte convertida en criadero de insectos y microbios, o tal vez sobre los bañistas que en acto punto menos que suicida, se regodean en la costa, a escasos metros de sus podridos cimientos.
Publicado en Cubanet el 2 de diciembre del 2013