Víctor Manuel Domínguez: literatura y amores refinados

El poeta Víctor Manuel Domínguez mientras presenta su libro en la Casa del TéAtro, ubicada en 752 SW 10th Avenue, en Miami.

Hay dos tipos de lectores: los que leen para matar el tiempo y luego olvidan, y aquéllos que como Víctor se sumergen dentro de la trama.

El ejercicio del periodismo dicta que la noticia es lo primero. Entonces respetemos las normas. A inicios de octubre, Jorge Olivera y Víctor Manuel Domínguez, presidente y vicepresidente del ilegal Club de Escritores, desde La Habana anunciaron la creación del Premio Nacional de Literatura Independiente de Cuba Gastón Baquero.

Un consejo asesor conformado por periodistas y escritores de la Isla y el exilio seleccionarán a los potenciales candidatos. El premio es coauspiciado por Neo Club Ediciones, con sede en Miami y presidido por Armando Añel. Será entregado en los primeros días de 2015. El plazo de admisión vence el próximo 2 de diciembre.

El objetivo es promover la literatura libre y reconocer la obra y trayectoria de escritores y poetas marginados por el régimen de los Castro. Hasta aquí la noticia, correcta y aburrida.

Lo que la noticia no puede atrapar es al hombre que la genera. Entonces démosle cabida a una crónica o un perfil, como deseen etiquetarle. La primera vez que supe de Víctor Manuel Domínguez fue mediante las lecturas de una columna mensual llamado Nefasto publicada en Primavera Digital, el primer diario independiente cubano (comenzó a editarse en La Habana el 22 de noviembre de 2007).

Los apuntes son una mezcla de sátira que se confunden con la vida real. Siempre cargados de doble lectura y análisis sensatos. Me llegaban otras lecturas suyas. Las notas urgentes y sus reseñas literarias, sitúan a Domínguez entre los más brillantes y documentados dentro del periodismo libre.

Mientras prepara un reportaje sobre Primavera Digital, una tarde de 2010 lo conocí en casa de Juan González Febles. De inmediato constaté que es un tipo sin términos medios. Da la impresión de tener conectado el cerebro con la lengua. Lo que piensa lo dispara. La diplomacia no es su fuerte.

Vive en una pequeña habitación con barbacoa en la céntrica calle Neptuno. En 40 metros cuadrados tiene una cantidad alucinante de libros. De todos los géneros y las más variadas ediciones.

Revisando su biblioteca usted puede encontrar una edición príncipe de Papel de Hombre del poeta Raúl Rivero, hoy desterrado en Madrid por el capricho de los autócratas de verde olivo. No faltan los clásicos de toda la vida. Ni las vacas sagradas de la literatura cubana, llámense Cabrera Infante o Zoé Valdés.

Hay dos tipos de lectores: los que leen para matar el tiempo y luego olvidan, y aquéllos que como Víctor se sumergen dentro de la trama.

En un lector tan avezado que se da cuenta cuando el oficio mata al talento o la espontaneidad. Tiene la rara cualidad, y créanme que no es ni un loco ni un vagabundo, de recitarte de memoria poemas olvidados de Huidobro o un trecho de 250 palabras de un texto del Gabo o Vargas Llosa. Gasta más dinero en libros viejos que en comida. Con la salud resquebrajada, el azúcar en 27 y la presión arterial rozando los 180 con 120, y el hombre tan campante, con un termo de café a su lado, leyendo un libro de Roberto Bolaños. De fondo, Mozart.

Leer es su pasión, pero Víctor también es un hombre de letras. Y no es un francotirador. Dispara a matar desde la prosa o la poesía. Su último libro es una declaración de amor en estado puro a una mujer posible, pero quimérica por las raras circunstancias que rodea la vida en Cuba.

Me contó Víctor Manuel que su poemario Café sin Heydi fue dictado por Dios y Cupido. “Lo hice de un tirón. Catorce horas seguidas sin comer. Solo café y Heydi. Cuando terminé, dormí tres días. Estaba seco”, dice.

Parir una obra literaria es un ejercicio de sacrificio. Pero antes de Café sin Heydi, este mulato nacido en 1957 en Bayamo, a 700 kilómetros al este de La Habana ya había incursionado en la prosa. Escribía entonces su columna Nefasto en un semanario humorístico estatal llamado DDT. Cuando una casa editorial estaba a punto de imprimir Operación Caldosa, los sicarios de la Seguridad del Estado hicieron pulpa su libro.

Luego llegó la disidencia. Política y literaria. Sus charlas con Raúl Rivero fueron cátedras. Su amistad con el periodista y poeta Jorge Olivera es un ejemplo de amor al prójimo. Desde la otra acera, ninguneado y acosado por el Estado, contando el dinero por centavos, gestiona un club de escritores independientes que igual imprime de forma austera los libros con papel de bagazo de caña que ahora, con el apoyo de personas generosas en el exilio, ha podido editar cuatro libros de literatos proscritos.

Ya lo olvidaba. La noticia es el primer Premio Nacional de Literatura independiente en la Isla.

Pero quien desee charlar de literatura cubana o tramar un amor imposible como el de Heydi, cada sábado lo puede encontrar en una tertulia con amigos, en un bar frente al mar cerca del puerto habanero. Siempre después de las dos de la tarde.