‘The New York Times’ y su aventura cubana

El barrio habanero de El Vedado, con el malecón al fondo.

Estoy seguro que Londoño ya tiene previstas las incursiones en los barrios más humildes de La Habana, sin contar con el consjeo de los guías del régimen, por supuesto.

Si en algo podemos estar de acuerdo entre periodistas es que el periodismo debe ser el ejercicio de un servicio público. Para un periodista solo puede existir un deber y ese es el de procurar beneficiar con su actividad profesional el interés general de la sociedad sobre la que escribe y trabaja. Es por ello que el periodismo no es un ejercicio neutral, el ejercicio periodístico es ante todo un acto de defensa de los principios democráticos y valores mundialmente reconocidos, concretados en la carta fundamental de los derechos humanos. Hay que ser muy humano para dedicarse a esto, saber reconocer el dolor y los problemas de los demás, con el fin de contribuir a solucionarlos. Hay que saber emocionarse con la desgracia ajena, pero saber mantener al mismo tiempo la cabeza fría y abordar los asuntos periodísticamente, intentando desapasionarse. No es fácil.

Es por ello que resulta inquietante que la acitividad de los periodistas acabe acomodándose a las necesidades y el interés concreto de un grupo de poder, obviando los problemas de la mayoría. En el caso cubano son múltiples los ejemplos de periodistas que se han lanzado a ofrecer versiones de la realidad que validen el proyecto fallido del castrismo. La prensa en la Isla sigue sometida a lo que establece un partido sin posibilidad de plantear interrogantes al margen de un “proceso” discutible. Además, el régimen ha tenido la habilidad de hacer que los corresponsales extranjeros e incluso los enviados especiales acaben amoldando su trabajo a las necesidades de propaganda.

Algo parecido podría estar pasando con el caso del periodista de The New York Times, Ernesto Londoño, aunque tendremos que esperar a que finalice su estancia y acabe publicando todas sus impresiones para valorar la aventura periodística en concreto. Lo sorprendente es que haya afirmado que el viaje a la Isla corresponde con el trabajo de campo para documentar sus artículos. Londoño parece haber llegado a Cuba habiendo confirmado de antemano la premisa de que los cambios de Raúl Castro son efectivos y ponen el país en la senda del progreso.

Durante los primeros días de viaje ha visitado el periódico (es un decir) Granma y la redacción de la revista ONCuba. El recibimiento que ha tenido por las autoridades nos da una idea de lo provechoso que para el régimen debe estar resultando su aventura. Cualquier espectador atento de la actualidad cubana sabe que el castrismo no está para tonterías ni tiene la intención de dejarséla colar. Si Londoño está en Cuba y visita Granma es porque el castrismo ya ha hecho el cálculo de los créditos propagandísticos que va a sacar de esta jugada.

De todos modos, a Londoño todavía le quedan muchos días en el país, de manera que, insisto, habrá que valorar o juzgar su trabajo una vez concluya todo el ciclo. Quizás puede seguir sus visitas a entornos menos oficiales, conocer a los periodistas independientes de Hablemos Press, Primavera Digital y tantos otros sitios que están habituados a hablar de aquellos asuntos que la prensa oficial silencia. Pero más allá de la prensa independiente, hay miles de personas en esa Isla cuyas experienicas cotidianas pueden ser mucho más jugosas para tomar la temperatura de la realidad cubana.

Estoy seguro que Londoño ya tiene previstas las incursiones en los barrios más humildes de La Habana, sin contar con el consjeo de los guías del régimen, por supuesto. Soy optimista y espero esos testimonios y estoy seguro que nuestro colega del The New York Times completará su retrato de la Cuba actual con el reportaje de los márgenes del sistema. Después de todo ello, quizás, el periódico podría verse obligado a matizar alguna de sus tesis.