Tanto dentro del régimen como entre sus secuaces, hay un sector de 'talibanes' de extrema izquierda. Cada día son menos.
“Si algún día esa 'gente' (la oposición) se hace con el poder, a los tres días van a matar a sus adversarios. Y detrás vendrá la ‘mafia’ de Miami, a confiscar sus antiguas propiedades. Lo que está en juego es nuestra supervivencia. Así de simple”, comenta Raciel, fervoroso castrista.
A falta de argumentos razonables, ciertos partidarios del gobierno utilizan un discurso trillado. Algunos son ancianos rencorosos, con un largo historial a prueba de bombas en apoyo a Fidel Castro y su revolución.
“En 1962 estuve en una trinchera durante la Crisis de Octubre. Y cuando comíamos el rancho, nos preguntábamos si sería nuestra última cena. Estábamos dispuestos a que Cuba fuera barrida del mapa en una guerra nuclear. Luego vino la limpieza de bandidos en el Escambray y las guerras en Angola y Etiopía. Yo no voy a renunciar a tanto sacrificio personal por estar en el jueguito con la oposición. Si los disidentes quieren el poder, que nos lo quiten a tiros”, acota Reinaldo, un viejo achacoso y severo.
Su incapacidad para reír o debatir ideas políticas diferentes le ha granjeado la antipatía del barrio. Tanto dentro del régimen como entre sus secuaces, hay un sector de 'talibanes' de extrema izquierda. Cada día son menos.
Pero existen. Con un lenguaje rudo y cargado de testosterona. Oposición, elecciones y alternancia del poder no figuran en su decálogo. Forman parte de la Cuba de la envidia y el odio. Partidaria de pisotear al 'enemigo' con bofetones y linchamientos verbales. Se consideran marxistas. Con una ideología en la cual creer.
Otros son pobres diablos, con etiqueta de fidelistas. A Raúl Castro lo miran con desdén. Consideran que los cambios económicos, su predisposición a negociar con Estados Unidos y el reconocimiento a los homosexuales son señales de debilidad política.
Son expertos en levantar el teléfono y delatar al vecino que ha conseguido materiales de construcción destinados a reparar su casa. O informar a la contrainteligencia sobre el disidente o periodista independiente que vive en su cuadra. Para estos cubanos, el diálogo es sinónimo de traición. Las diferencias se lavan con sangre. También al otro lado del Estrecho de la Florida hay una legión de políticos ultraconservadores.
Están afincados en el engranaje gubernamental estadounidense, y su guerra contra la autocracia de los hermanos Castro es más personal que racional. Tienen a su favor un lobby político real, dinero, vidas arruinadas y familiares fusilados o encarcelados muchos años en la isla.
Ellos tampoco desean dialogar. Quieren un embargo económico más efectivo. Cero remesas. Ni viajes familiares. O negocios con la dictadura. Odiar es un sentimiento que cada persona es libre de elegir. Pero el gobierno autocrático y sus seguidores más conservadores, deben aprender una lección: la oposición tiene derecho a existir y refrendar leyes que la oficialicen.
Igualmente, al otro lado del charco, los políticos cubanoamericanos pueden y deben cambiar su mensaje. La suerte de Cuba se decide en los próximos 10 años. Quizás menos.
Con oídos sordos y rencor acumulado solo dejaremos abierta la puerta a más autocracia. Para un pueblo pacífico y emprendedor como el cubano, esta larga travesía por el desierto ya es más que suficiente.
No dejemos que el odio nos venza.
A falta de argumentos razonables, ciertos partidarios del gobierno utilizan un discurso trillado. Algunos son ancianos rencorosos, con un largo historial a prueba de bombas en apoyo a Fidel Castro y su revolución.
“En 1962 estuve en una trinchera durante la Crisis de Octubre. Y cuando comíamos el rancho, nos preguntábamos si sería nuestra última cena. Estábamos dispuestos a que Cuba fuera barrida del mapa en una guerra nuclear. Luego vino la limpieza de bandidos en el Escambray y las guerras en Angola y Etiopía. Yo no voy a renunciar a tanto sacrificio personal por estar en el jueguito con la oposición. Si los disidentes quieren el poder, que nos lo quiten a tiros”, acota Reinaldo, un viejo achacoso y severo.
Su incapacidad para reír o debatir ideas políticas diferentes le ha granjeado la antipatía del barrio. Tanto dentro del régimen como entre sus secuaces, hay un sector de 'talibanes' de extrema izquierda. Cada día son menos.
Pero existen. Con un lenguaje rudo y cargado de testosterona. Oposición, elecciones y alternancia del poder no figuran en su decálogo. Forman parte de la Cuba de la envidia y el odio. Partidaria de pisotear al 'enemigo' con bofetones y linchamientos verbales. Se consideran marxistas. Con una ideología en la cual creer.
Otros son pobres diablos, con etiqueta de fidelistas. A Raúl Castro lo miran con desdén. Consideran que los cambios económicos, su predisposición a negociar con Estados Unidos y el reconocimiento a los homosexuales son señales de debilidad política.
Son expertos en levantar el teléfono y delatar al vecino que ha conseguido materiales de construcción destinados a reparar su casa. O informar a la contrainteligencia sobre el disidente o periodista independiente que vive en su cuadra. Para estos cubanos, el diálogo es sinónimo de traición. Las diferencias se lavan con sangre. También al otro lado del Estrecho de la Florida hay una legión de políticos ultraconservadores.
Están afincados en el engranaje gubernamental estadounidense, y su guerra contra la autocracia de los hermanos Castro es más personal que racional. Tienen a su favor un lobby político real, dinero, vidas arruinadas y familiares fusilados o encarcelados muchos años en la isla.
Ellos tampoco desean dialogar. Quieren un embargo económico más efectivo. Cero remesas. Ni viajes familiares. O negocios con la dictadura. Odiar es un sentimiento que cada persona es libre de elegir. Pero el gobierno autocrático y sus seguidores más conservadores, deben aprender una lección: la oposición tiene derecho a existir y refrendar leyes que la oficialicen.
Igualmente, al otro lado del charco, los políticos cubanoamericanos pueden y deben cambiar su mensaje. La suerte de Cuba se decide en los próximos 10 años. Quizás menos.
Con oídos sordos y rencor acumulado solo dejaremos abierta la puerta a más autocracia. Para un pueblo pacífico y emprendedor como el cubano, esta larga travesía por el desierto ya es más que suficiente.
No dejemos que el odio nos venza.