El Grupo Cubanacán, que opera gran parte de la industria turística en la Isla, se encuentra en negociaciones con una compañía vietnamita para la construcción de un enclave hotelero en los terrenos del antiguo hospital pediátrico Pedro Borrás, según informó recientemente la Agencia Cubana de Noticias (ACN).
Aleida Ramos, ex funcionaria de la extinta JUCEPLAN [Junta Central de Planificación Económica], y vecina del Vedado, considera inaudito que el Estado cubano quiera construir un hotel en medio de una zona llena de hospitales.
Demolido tras años de abandono el hospital Pedro Borrás se ubicaba en las intercepciones de 27 y G, entre los hospitales Calixto García y Fructuoso Rodríguez, y cercana al Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (INOR), al centro hospitalario Manuel Fajardo y otras entidades médicas.
“Ese hospital fue centro de referencia en medicina pediátrica, un símbolo y orgullo de la revolución”, añadió Ramos, la economista jubilada quien no se explica el sentido de que Cubanacán pueda arrogarse la potestad de “olvidar lo que significó ese lugar”, y opinó que construir un parque de descanso, con bastante área verde, “sería más revolucionario y acertado que levantar allí un hotel”.
Armando Arrozarena, señor de ochenta años, resume el sentimiento de una docena de ancianos que hacen fila en una farmacia de que colinda con los terrenos del Pedro Borrás.
“Al principio la revolución convertía cuarteles militares en escuelas, sesenta años después convierte hospitales en hoteles”, expresó Arrozarena.
Para estos ancianos lo alarmante es el mensaje que la construcción de un hotel, precisamente en esta zona exclusiva de hospitales, envía al pueblo.
“Un hospital es un lugar de dolor y padecimientos, donde a veces se encuentra la cura o el alivio, pero donde también termina una vida”, señaló Arrozarena. “De verdad alguien cree correcto erigir entonces un hotel en ese entorno”.
Otros habaneros, preguntados sobre la noticia de que el régimen planea la construcción de un hotel donde antes se levantara “El Infantil”, como popularmente le llamaran los capitalinos, cuestionaron lo que suponen es una decisión inconsulta de Cubanacán, que “sin dudas traerá afectaciones a la infraestructura de la zona”.
“Nunca se informó a la población por qué cerró ese hospital, su abandono y finalmente su demolición”, destacó Esther Vizoso, especialista en Geodesia y Cartografía quien considera que no es de extrañar que esta noticia se haga pública “cuando ya todas las decisiones fueron tomadas”.
En un país donde los ciudadanos son víctimas de los cambios o reformas gubernamentales y nunca partícipes de estas, la geógrafa pregunta si el proyecto hotelero en ese lugar tendrá en cuenta la violentación, no solo de la infraestructura de la zona, sino también social del entorno.
Teniendo en cuenta un sistema de salud pública colapsado—por un lado, debido a las afectaciones del embargo económico y comercial de Estados Unidos y por otro, resultado de las erróneas políticas del Partido Comunista—“es duro imaginar a un enfermo, a la espera de un pésimo servicio de salud, mientras en la esquina contempla lujo y opulencia”, dijo Vizoso.
Hoteles u hospitales parece ser el dilema que confrontan no pocos ciudadanos como Yodelkis Donoso, un joven de treintaicinco años licenciado en Turismo que trabaja en un negocio privado.
“La realidad de Cuba es deberse a la naturaleza del Caribe, una zona dependiente del turismo como fuente principal de ingreso económico”, dijo Donoso. “Cuba se enfrenta tardíamente a esta realidad y se comprende el extrañamiento de los cubanos ante el crecimiento de una infraestructura en función del turismo internacional”, añadió, aunque se apresuró en aclarar que ello no justifica que esté mal enfocado “construir un hotel en una zona totalmente rodeada de hospitales”.
“La noticia de levantar un hotel, allí donde antes estuvo El Infantil, hospital emblemático de las conquistas de la Revolución no es una sorpresa”, dijo el coleccionista Alpidio Espinosa, quien cuestiona el hecho de que “nuestros compatriotas pierdan el tiempo en discutir sobre una cuestión donde todos somos culpables”.
Mientras Espinosa regatea con un turista el precio del libro “El café: historia de su cultivo y explotación en Cuba”, acuñó una frase que, a su entender, lo explica todo: “Hace sesenta años nos vendieron un sueño y lo compramos, hoy no nos queda más remedio que seguir soñando”.