Medio siglo después de una revolución que verbalmente se comprometió con los humildes y excluidos, todavía sufrimos en Cuba las más lacerantes manifestaciones de racismo.
Cuando hace pocas semanas mis hermanos de lucha y yo recorrimos los escenarios de este trascendental acontecimiento histórico sentimos la profunda emoción que genera la enorme carga moral, humana, cívica y política que aquel día glorioso resumió tantos años de sufrimientos y luchas del pueblo afroamericano en la búsqueda legitima de hacer valer sus derechos y valores en el marco de una sociedad que marcaba la vanguardia del desarrollo universal, pero con el lastre de la exclusión discriminatoria de un segmento de su población privado de las bondades y espacios consagrados para los ciudadanos de una democracia antigua y sólida.
La marcha sobre Washington estremeció a la sociedad norteamericana, llamó la atención sobre la necesidad de cambiar la mentalidad y las referencias vivenciales de una nación convertida en paradigma de la modernidad.
Aquel acontecimiento sin precedentes demostró cuantos norteamericanos de todos los sectores estaban, a esas alturas, comprometidos con la universalización de los valores y derechos en los que se fundamenta el ideal de nación definido por los padres fundadores.
La Marcha sobre Washington definió, en Occidente, la trascendencia y el alcance de una forma de lucha que consagra la firmeza, la fe, la determinación y demuestra la valentía de rechazar la violencia, el rencor y la soberbia.
La Marcha sobre Washington marcó el antes y el después de una lucha que hunde sus raíces en los umbrales mismos de nuestra historia hemisférica y que trasciende épocas, circunstancias y generaciones. De hecho medio siglo después de una revolución que verbalmente se comprometió con los humildes y excluidos, todavía sufrimos en Cuba las más lacerantes manifestaciones de racismo. Después de los grandes alcances logrados en los Estados Unidos en las últimas décadas todavía apreciamos actitudes y tragedias que nos conmueven y preocupan.
Durante siglos nuestros dos países se entrelazaron desde la economía, desde la cultura, desde la política, también nos acercan la enorme contribución de los africanos y sus descendientes a la conformación material y cultural de nuestras naciones y los enormes sufrimientos, sacrificios y traumas que a lo largo de la historia han enfrentado los afrodescendientes en Cuba y los Estados Unidos.
En este mes de agosto se cumplen también ciento cinco años de la fundación del Partido Independiente de Color, formación política que incluía cubanos de todas las razas y que en época tan temprana como la primera década del siglo, desde la reivindicación racial, proyectó un programa de demandas progresistas para toda la sociedad, muchas de las cuales conservan total vigencia un siglo después a pesar del discurso igualitarista de un gobierno que se resiste a reconocer el legado de tan insignes patriotas.
La lucha y los alcances de los Estados Unidos nos alientan e impulsan, ser testigos del respeto a la dignidad, el talento, la diversidad y la identidad que se respira en ese país, apreciar cuan altamente se valora el legado de los afrodescendientes que han marcado pautas trascendentales con sus vidas ejemplares como Marcus Garvey, Rosa Park, Martin Luther King, Jackie Robinson o Luis Armstrong, por solo citar unos pocos.
Cuál no sería nuestra sorpresa al ser testigos de que artistas cubanos de la dimensión de Celia Cruz y Mongo Santamaría son en los Estados Unidos objeto del homenaje que lamentablemente no han recibido todavía en la tierra que los vio nacer.
Recorrer la exposición conmemorativa en el Museo de Historia Americana, encontrarnos con el insigne Norman Hill, uno de los organizadores de la Marcha histórica, quien nos brindó su experiencia, afecto y solidaridad, acercarnos a lo que será en 2015 el Museo del Legado Afroamericano nos reafirmó cuanto nos queda por andar en Cuba para alcanzar la igualdad y justicia tantas veces prometida y tantas veces negada, a la vez que nos dio aliento para persistir en esta lucha que sabemos larga y difícil.
La memoria y el legado del gran líder cuya corta y ejemplar vida constituye paradigma inigualable de consagración a la fe, el humanismo y la firmeza de convicciones, libre de rencores y odios inútiles, nos sigue señalando el camino lleno de enormes obstáculos, posibles incomprensiones y seguros sacrificios, camino tan largo y difícil que puede incluso trascender el espacio temporal de nuestra existencia, camino que recorremos iluminados por el sueño que él nos descubrió y hoy une a cada vez más amantes de la justicia, convencidos de que el triunfo nos pertenece sin duda.
A pesar de la retrograda indolencia e intolerancia de un gobierno que desconoce el decoro, el humanismo y la responsabilidad , hoy nuestros pueblos se siguen acercando para lograr, más temprano que tarde, construir esa relación armónica y mutuamente positiva que corresponde a nuestras cercanías geográficas históricas y culturales.
En ese camino difícil el ejemplo y el legado de los hombres y mujeres que a lo largo de más de dos siglos han consagrado sus vidas a luchar por la igualdad y la justicia nos estimulan a redoblar el esfuerzo y compromiso que nos permitan legar a nuestros descendientes un futuro donde más allá de la tan necesaria prosperidad material, el orgullo, la autoestima, la identidad, la dignidad y la integridad de todos los seres humanos sin distinción constituyan el patrimonio sagrado de una sociedad sin privilegios, injusticias ni discriminaciones.
Ese compromiso, esa fe y esa convicción que compartimos, junto al ejemplo imperecedero de esos hombres y mujeres que hace medio siglo sin saberlo hicieron historia, nos dan la fuerza para, sin derecho al cansancio o al desaliento, seguir luchando y seguir soñando.
Aquel acontecimiento sin precedentes demostró cuantos norteamericanos de todos los sectores estaban, a esas alturas, comprometidos con la universalización de los valores y derechos en los que se fundamenta el ideal de nación definido por los padres fundadores.
La Marcha sobre Washington definió, en Occidente, la trascendencia y el alcance de una forma de lucha que consagra la firmeza, la fe, la determinación y demuestra la valentía de rechazar la violencia, el rencor y la soberbia.
La Marcha sobre Washington marcó el antes y el después de una lucha que hunde sus raíces en los umbrales mismos de nuestra historia hemisférica y que trasciende épocas, circunstancias y generaciones. De hecho medio siglo después de una revolución que verbalmente se comprometió con los humildes y excluidos, todavía sufrimos en Cuba las más lacerantes manifestaciones de racismo. Después de los grandes alcances logrados en los Estados Unidos en las últimas décadas todavía apreciamos actitudes y tragedias que nos conmueven y preocupan.
Durante siglos nuestros dos países se entrelazaron desde la economía, desde la cultura, desde la política, también nos acercan la enorme contribución de los africanos y sus descendientes a la conformación material y cultural de nuestras naciones y los enormes sufrimientos, sacrificios y traumas que a lo largo de la historia han enfrentado los afrodescendientes en Cuba y los Estados Unidos.
En este mes de agosto se cumplen también ciento cinco años de la fundación del Partido Independiente de Color, formación política que incluía cubanos de todas las razas y que en época tan temprana como la primera década del siglo, desde la reivindicación racial, proyectó un programa de demandas progresistas para toda la sociedad, muchas de las cuales conservan total vigencia un siglo después a pesar del discurso igualitarista de un gobierno que se resiste a reconocer el legado de tan insignes patriotas.
La lucha y los alcances de los Estados Unidos nos alientan e impulsan, ser testigos del respeto a la dignidad, el talento, la diversidad y la identidad que se respira en ese país, apreciar cuan altamente se valora el legado de los afrodescendientes que han marcado pautas trascendentales con sus vidas ejemplares como Marcus Garvey, Rosa Park, Martin Luther King, Jackie Robinson o Luis Armstrong, por solo citar unos pocos.
Recorrer la exposición conmemorativa en el Museo de Historia Americana, encontrarnos con el insigne Norman Hill, uno de los organizadores de la Marcha histórica, quien nos brindó su experiencia, afecto y solidaridad, acercarnos a lo que será en 2015 el Museo del Legado Afroamericano nos reafirmó cuanto nos queda por andar en Cuba para alcanzar la igualdad y justicia tantas veces prometida y tantas veces negada, a la vez que nos dio aliento para persistir en esta lucha que sabemos larga y difícil.
La memoria y el legado del gran líder cuya corta y ejemplar vida constituye paradigma inigualable de consagración a la fe, el humanismo y la firmeza de convicciones, libre de rencores y odios inútiles, nos sigue señalando el camino lleno de enormes obstáculos, posibles incomprensiones y seguros sacrificios, camino tan largo y difícil que puede incluso trascender el espacio temporal de nuestra existencia, camino que recorremos iluminados por el sueño que él nos descubrió y hoy une a cada vez más amantes de la justicia, convencidos de que el triunfo nos pertenece sin duda.
A pesar de la retrograda indolencia e intolerancia de un gobierno que desconoce el decoro, el humanismo y la responsabilidad , hoy nuestros pueblos se siguen acercando para lograr, más temprano que tarde, construir esa relación armónica y mutuamente positiva que corresponde a nuestras cercanías geográficas históricas y culturales.
En ese camino difícil el ejemplo y el legado de los hombres y mujeres que a lo largo de más de dos siglos han consagrado sus vidas a luchar por la igualdad y la justicia nos estimulan a redoblar el esfuerzo y compromiso que nos permitan legar a nuestros descendientes un futuro donde más allá de la tan necesaria prosperidad material, el orgullo, la autoestima, la identidad, la dignidad y la integridad de todos los seres humanos sin distinción constituyan el patrimonio sagrado de una sociedad sin privilegios, injusticias ni discriminaciones.
Ese compromiso, esa fe y esa convicción que compartimos, junto al ejemplo imperecedero de esos hombres y mujeres que hace medio siglo sin saberlo hicieron historia, nos dan la fuerza para, sin derecho al cansancio o al desaliento, seguir luchando y seguir soñando.