Se improvisa una comedia no podía llevar mejor título. Es el espectáculo que está presentando los miércoles el actor cubano Mijail Mulkay en Teatro Ocho, una pequeña sala –para 90 espectadores– que está en el circuito de teatros de la calle 8, muy cerca de La Pequeña Habana (2101 SW 8 Street).
Mulkay está encantado con las dimensiones de la sala, con la acústica y la ubicación en el mapa de Miami. La ciudad es, muy probablemente, una de las más desparramadas del mundo, con varios centros urbanos y una programación cultural también dispersa y con precios a veces prohibitivos.
El actor y director de escena, un protagonista sin lugar a dudas del llamado "boom teatral" de los 90 en la isla, llega en su automóvil y aparca con celo en la puerta del local. Es zona de pago. Se asegura de que no hay vigilantes mientras descarga la utilería del monólogo Se improvisa una comedia. Todo comienza en la calle. Descarga un orinal de hierro, un perchero para trajes y vestidos de fiesta, un soporte de guitarra y una guitarra, entre otros cacharros menores.
–¿Ves? Como mismo hacíamos en Cuba –comenta al periodista.
–Con la diferencia de que en Cuba todo el material viajaba en bicicleta –puntualizamos.
En los años 90 existió la paradoja de que se produjeron la mayor cantidad de espectáculos de teatro de todos los tiempos, en una época sin comida ni transporte. El teatro iba en bicicleta, sin que esto sea una metáfora.
Han pasado 20 años y Mijail Mulkay continúa enganchado al oficio de las tablas. Hijo del conocido actor también de teatro y televisión Iván Mulkay, ahora se presenta en esta pequeña sala los miércoles por la noche, y los fines de semana en el teatro Trail, donde protagoniza la exitosa comedia Oficialmente Gay, del humorista Alexis Valdés.
Pero un mes atrás había presentado su espectáculo Azul, con el que ha ganado premios en Cuba y forma parte de su repertorio desde aquellos 90. Azul es una pieza originalmente escrita por el dramaturgo y novelista Abilio Estévez, bajo el nombre de Perla Marina. Es un recorrido por la cultura nacional que ahora ha sido versionado por el propio Mulkay con música en vivo: se acompaña de la cantante Olga Lidia Thomas y del pianista Isaac Rodríguez.
No sabemos cómo le alcanza el tiempo, pero lo cierto es que Mulkay es una máquina de actuar y producir ideas. Lleva dos años en Miami. Viene de Colombia, donde trabajó en teleseries y también hizo teatro. Aquí en Miami ya rodó una telenovela, en la que interpreta al timbalero Tito Puentes. Se estrenará este verano en Telemundo, comentó.
En fin, una máquina del ejercicio escénico que concede entrevistas a mitad de un ensayo y escenifica fragmentos sin avisar. Él mismo es el teatro dentro del teatro. Se improvisa una comedia es precisamente eso, un juego con el espectador donde el factor sorpresa aparecerá en cada momento mientras el actor desviste el oficio para mostrarlo por dentro, utilizando la broma, contextualizada en Miami, como herramienta principal.
¿Te pasas a la comedia definitivamente?
–Esto lo escribí desde que vivía en Colombia pero lo contextualicé para Miami. Aquí la comedia que se hace envejece rápidamente, es una lástima que Molière haya muerto…
–No, no es que me pase a la comedia definitivamente. Soy muy payaso, un poco eléctrico y tengo la necesidad de expresar ideas en todo momento. Actúo caminando por la calle, cocinando. Aunque te confieso que tengo muchas ganas de hacer una obra puramente dramática y sentimental, porque creo en el teatro psicológico. Mucha gente en Miami dice que aquí nadie va al teatro a ver eso, pero yo no estoy tan seguro. Todos estamos hechos de lo mismo, de corazón, de hígado… Todo lo que se refiera al sentimiento humano es interesante verlo.
Formaste parte de ese gran boom de teatro dramático que hubo en Cuba en los 90. Te recuerdo en muchas obras. Trabajaste en Escuadra hacia la muerte (Carlos Díaz, El Público), en La Noche (dirección general de Roberto Blanco, con Teatro Irrumpe); protagonizaste el Yarini de Teatro Buendía, por solo citar a toda prisa tres espectáculos importantes de aquellos años…
–Agradezco mucho esa época, a pesar de que era difícil y el teatro se hacía en bicicleta, con los cojines de la casa de una tía y las gafas de sol de un amigo. El resultado del nivel de creación que había era excepcional. Tuve unos maestros excepcionales, desde Berta Martínez, Roberto Blanco, Carlos Díaz, Eugenio Hernández Espinosa…
Aquella obra de Vicente Revuelta, Medida por medida, en la Casona de Línea, que cuando anochecía en la obra anochecía de verdad porque se hacía al aire libre y coincidía el tiempo… Eso es teatro en serio y deja una huella en uno para toda la vida, que te hace quizá demasiado exigente. A veces me dicen, en Miami, que soy muy "piki"… No es que sea "piki", es que aprendí a hacer el teatro con absoluto rigor. Hay que llegar tres horas antes, prepararse para la función. Y con ese concepto me formé.
Estudié en el Instituto Superior de Arte (ISA). Entré allí en el año 92 y mi maestra fue Berta Martínez.
La gran especialista de Lorca en Cuba. ¿Hiciste algo de Lorca con ella?
–Hice La zapatera prodigiosa, Bodas de Sangre... Berta siempre hablaba de algo que yo entendí después. Hay que aprender primero con el ABC, después usted se dedica a hacer la estética que le dé la gana. Y eso que en esa época había estéticas teatrales en Cuba para escoger. El problema no es ser un buen actor, sino un gran artista, decía Berta. Y eso le quita el sueño a uno por el resto de la vida. En fin, que le agradezco a Berta todo lo bueno que sé del teatro. Las cosas malas son mías.
¿A qué atribuyes la paradoja de que en los 90 el país atravesaba la peor crisis económica de su historia mientras había estrenos cada fin de semana?
–En todos estos países envueltos en el socio comunismo ha pasado algo similar. Ese sistema provoca una enajenación en las personas. Los que nos dedicamos al arte aumentamos nuestras producciones debido a esa enajenación. No había comida. Tomábamos ron en los ensayos para que se nos quitara el hambre. Y dormíamos en el teatro. Como nadie tenía nada, todo era un poco de todos, nos teníamos a nosotros mismos y nos dio por crear. Además, fue una época en la que la promoción de talentos era maravillosa. Gente muy estudiosa, preparada y gente que de verdad creía en el arte.
¿Dónde está esa gente ahora?
–Por el mundo. La última generación del ISA que tuvo maestros excepcionales fue la mía o la que vino después. También, el hecho de existir prohibiciones gubernamentales hace que el teatro se mueva en otros niveles de lectura. Ahí están las obras de Carlos Díaz.
¿No crees que en los 90 se corrió también el riesgo de irse más hacia lo simbólico que hacia lo directo?
–Se corrió ese riesgo y nos pasamos 30 pueblos con el simbolismo. Llegó un momento con tanto simbolismo que no hay nada. Hay un momento en que el fenómeno teatral se convierte en una canción de Ricardo Arjona: "la pupila de tu oreja llora", por decir una posible metáfora de Arjona, que al final no dice nada. Creo que a Eugenio Barba, que iba mucho a Cuba, no lo entendieron bien. Él hablaba de un teatro mucho más simple.
Azul te identifica en tu repertorio, espectáculo unipersonal escrito por Abilio Estévez que ahora adaptas como espectáculo multimedia…
–En Colombia vi a John Malkovich actuando con una orquesta sinfónica. Ese día quedé tan impactado por el buen trabajo de Malkovich que pensé no actuar nunca más, hasta que pasó la impresión. Pero ese espectáculo me dio la idea o el impulso de montar Azul con música en directo. Ahora la gente solo quiere venir a reírse al teatro. Pero yo quiero insistir con esta obra, Azul.
¿Está la posibilidad de volver a presentarla aquí en Miami?
–No lo sé. Hicimos dos funciones (1 y 2 de mayo pasado) en el teatro Trail, pero luego salimos de programación. Así se mueven las carteleras por aquí.
¿Qué ha significado para ti ser el protagonista de Oficialmente Gay, una comedia para teatro con tanto éxito en Miami?
–Son más de 120 funciones y más de 60.000 espectadores. La gente me reconoce por la calle como si se tratara de una obra de televisión. Eso no suele ser normal. Nunca en mi vida me había pasado en el teatro. El elenco es de primer nivel: Carlos Cruz, Orlando Casín, Yubrán Luna, Claudia Valdés, ahora Jacqueline Arenal y Albertico Pujol, que vienen de Colombia. Teatro lleno, 430 personas todas las funciones. Siempre es muy reconfortante.
¿Entonces estás decidido a vivir del teatro?
–Vivir del teatro es complicado. Dice un amigo que los actores de teatro se conocen de lejos porque tienen el hambre pintada en la cara. De momento sigo perteneciendo al mundo latino, no al anglófono, así que esto es lo que hay. Hoy aquí y mañana no se sabe dónde.
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