¡Qué curioso! Les gustan los yumas –como decía aquel reguetón que fue prohibido-, pero no los palestinos, como llaman despectivamente en La Habana a los habitantes de las provincias orientales.
Confieso que no me gusta el baseball, lo cual es casi un pecado entre cubanos. Es un trauma. Como soy muy miope, de pequeño no pude jugar pelota. ¡No veía un burro a tres pasos! Tuve que conformarme con ver jugar a los demás.
Desde entonces, le hice rechazo al baseball. De adulto, me gusta menos. Entre otras cosas, porque el deporte en Cuba está demasiado politizado, y sobre todo el baseball, que siempre fue el preferido del Máximo Líder.
Los peloteros que salen a competir al exterior son despedidos oficialmente como si partieran a la guerra. Sus triunfos son celebrados con bombos y platillos.
Emocionados, ante cámaras y micrófonos, dedican devotamente sus medallas “a Fidel y la revolución”. No importa si la intención de muchos haya sido poner pies en polvorosa al menor descuido de los “segurosos” de la delegación.
Precisamente por tal politización de la pelota, es que no son pocos los cubanos que le van en contra al equipo nacional -al que identifican con el régimen-, especialmente cuando juega contra los Estados Unidos. “Contra Fidel, hasta en la pelota”, suele decir un amigo.
Eso explica los estentóreos gritos de ¡USA!, ¡USA!, la noche del jueves 6 de julio, en el Estadio Latinoamericano, del Cerro, durante el juego entre los equipos de Cuba y Estados Unidos. Los efectivos de Seguridad del Estado y la Policía Nacional Revolucionaria que vigilaban el lugar se quedaron pasmados. Me cuentan que “aquello se caía abajo cada vez que los americanos metían un batazo”. El colmo fue cuando en las gradas empezaron a ondear tres o cuatro banderas norteamericanas. Entonces los segurosos y los policías empezaron a llevarse gente presa.
En el juego del día siguiente, hubo profusión de banderas cubanas y policías, un enorme letrero que exigía “Libertad para los Cinco”, escaso público y menos entusiasmo a pesar de que ese partido lo ganó Cuba, casi de chiripa.
A fuerza de querer inculcarnos el odio a los Estados Unidos, el castrismo consiguió exactamente lo contrario: convirtió a los cubanos en el pueblo más pro-yanqui de la muy anti-yanqui América Latina.
Y lo que es peor, de tan nacionalista que pretende ser la revolución, y de arrogarse el monopolio del patriotismo, ha conseguido que los cubanos rechacen a los próceres y los símbolos nacionales y no sientan el menor orgullo nacional, sino más bien una enfermiza y humillante fascinación por lo extranjero.
En el Stadium del Cerro se producen últimamente espectáculos bochornosos. Los nacionales que reniegan del equipo de su país, que no consideran su equipo “porque es el de Fidel”. Los agentes represivos que se los llevan presos solo por expresar las simpatías por un equipo foráneo que ven como enemigos. Los deportistas groseros y los fanáticos que los insultan y se comportan como caníbales.
Como habanero, todavía me siento abochornado por los varios centenares de coterráneos que hace un lustro, estremecieron el Latinoamericano con sus gritos de “¡Váyanse, palestinos!” y otros insultos, cuando tras derrotar a los Industriales, el equipo Santiago se coronó campeón de la 46 Serie Nacional.
¡Qué curioso! Les gustan los yumas –como decía aquel reguetón que fue prohibido-, pero no los palestinos, como llaman despectivamente en La Habana a los habitantes de las provincias orientales.
¡Vaya xenofobia provinciana y perversa! De tan frustrados, ¡qué odio nos tenemos entre nosotros mismos! ¿Hasta dónde nos ha conducido este sistema? ¿Hasta donde nos podrá conducir?
Publicado en el blog Primavera Digital el 12 de julio del 2012.
Desde entonces, le hice rechazo al baseball. De adulto, me gusta menos. Entre otras cosas, porque el deporte en Cuba está demasiado politizado, y sobre todo el baseball, que siempre fue el preferido del Máximo Líder.
Los peloteros que salen a competir al exterior son despedidos oficialmente como si partieran a la guerra. Sus triunfos son celebrados con bombos y platillos.
Emocionados, ante cámaras y micrófonos, dedican devotamente sus medallas “a Fidel y la revolución”. No importa si la intención de muchos haya sido poner pies en polvorosa al menor descuido de los “segurosos” de la delegación.
Precisamente por tal politización de la pelota, es que no son pocos los cubanos que le van en contra al equipo nacional -al que identifican con el régimen-, especialmente cuando juega contra los Estados Unidos. “Contra Fidel, hasta en la pelota”, suele decir un amigo.
Eso explica los estentóreos gritos de ¡USA!, ¡USA!, la noche del jueves 6 de julio, en el Estadio Latinoamericano, del Cerro, durante el juego entre los equipos de Cuba y Estados Unidos. Los efectivos de Seguridad del Estado y la Policía Nacional Revolucionaria que vigilaban el lugar se quedaron pasmados. Me cuentan que “aquello se caía abajo cada vez que los americanos metían un batazo”. El colmo fue cuando en las gradas empezaron a ondear tres o cuatro banderas norteamericanas. Entonces los segurosos y los policías empezaron a llevarse gente presa.
En el juego del día siguiente, hubo profusión de banderas cubanas y policías, un enorme letrero que exigía “Libertad para los Cinco”, escaso público y menos entusiasmo a pesar de que ese partido lo ganó Cuba, casi de chiripa.
A fuerza de querer inculcarnos el odio a los Estados Unidos, el castrismo consiguió exactamente lo contrario: convirtió a los cubanos en el pueblo más pro-yanqui de la muy anti-yanqui América Latina.
Y lo que es peor, de tan nacionalista que pretende ser la revolución, y de arrogarse el monopolio del patriotismo, ha conseguido que los cubanos rechacen a los próceres y los símbolos nacionales y no sientan el menor orgullo nacional, sino más bien una enfermiza y humillante fascinación por lo extranjero.
En el Stadium del Cerro se producen últimamente espectáculos bochornosos. Los nacionales que reniegan del equipo de su país, que no consideran su equipo “porque es el de Fidel”. Los agentes represivos que se los llevan presos solo por expresar las simpatías por un equipo foráneo que ven como enemigos. Los deportistas groseros y los fanáticos que los insultan y se comportan como caníbales.
Como habanero, todavía me siento abochornado por los varios centenares de coterráneos que hace un lustro, estremecieron el Latinoamericano con sus gritos de “¡Váyanse, palestinos!” y otros insultos, cuando tras derrotar a los Industriales, el equipo Santiago se coronó campeón de la 46 Serie Nacional.
¡Qué curioso! Les gustan los yumas –como decía aquel reguetón que fue prohibido-, pero no los palestinos, como llaman despectivamente en La Habana a los habitantes de las provincias orientales.
¡Vaya xenofobia provinciana y perversa! De tan frustrados, ¡qué odio nos tenemos entre nosotros mismos! ¿Hasta dónde nos ha conducido este sistema? ¿Hasta donde nos podrá conducir?
Publicado en el blog Primavera Digital el 12 de julio del 2012.