La resolución 137/2014, del Ministerio de Comercio Interior publicada en la Gaceta Oficial el pasado día 15 de Julio, autoriza a cualquier ciudadano a hospedarse en casas, hoteles e inmuebles del sistema empresarial de los órganos locales del Poder Popular u otros que se determinen. Lugares que, como sabemos, hasta ese momento funcionaron esencialmente, para organizar la estadía, a aquellos (entiéndase funcionarios del estado o gobierno), que tenían que desplazarse por la isla en cuestiones de trabajo.
La nueva ley atrapa la atención, alimenta la ilusión y es recibida con cierto beneplácito por aquellos que nacidos en un país como Cuba, dentro de una clase desclasada, se encontraron con el prematuro instinto de supervivencia y hoy creen que las diferencias van en picada. Pero cuidado, el gobierno cubano miente y miente muy bien. Esto no es más que un barniz leguleyocon ademanes tribales.
Esta nueva resolución tiene dos direcciones. Por un lado, mueve la opinión a favor de un gobierno aparentemente cambiante. Y por el otro, además de aumentar el cash de organismos del estado que ahora recibirán retribución económica por lo que antes era gasto; delimita con mayor precisión la abismal frontera que separa (y quienes desconocen no aceptan) al trabajador, al funcionario del gobierno, al miembro de empresa estatal, al militar de baja categoría, al michiclón partidista e incluso a dirigentes prescindibles; del verdadero placer que da, ser parte de la copula, perdón, quise decir “cúpula” del poder cubano.
Para desmontar el mito, es necesario saber que Cuba es un país complicado de entender incluso para los cubanos. De algo más de once millones de habitantes, y de una población laboral de casi 5 millones; más de un millón son dirigentes. No todos los que figuran como parte del gobierno en las noticias y los noticiarios son realmente privilegiados. Claro, tantos años exhibiendo un falso culto a la igualdad y a la dignidad de la pobreza, que tener un pedazo de pan y un café con leche matutino, les hace vivir el contagioso espejismo de sentirse diferentes al resto de la población.
Tener un pase para entrar a la casa central de las FAR, a la del MININT, a la Cacolota, a Mabi, La Hiedra, la casa de la CI en Guanabo; o el derecho de alojarse en el hostal para retirados de la Inteligencia en la Coronela, en las cabañas de boca de Camarioca en Matanzas, en Villa Lupe de Varadero, en las cabañas de Seguridad Personal de Vista Alegre en Santiago de Cuba, o en cualquiera de esas instalaciones destinadas para funcionarios del estado y/o el gobierno que por vacacionar o trabajo se desplazan por la isla, crea una sensación de progreso con P minúscula, solo comparable a la que puede experimentar un gallo cantando dentro de un gallinero vacío.
Quienes continúan viviendo sumidos en la compartimentación constante y la desinformación habitual del pueblo cubano, no conocen, que en esos mismos lugares, ahora en el boom, por un módico soborno de 17 CUC diarios entregados con sonrisa por debajo de la mesa, cualquiera podía comprar el derecho de vacacionar junto a esa pléyade vulgar que siente superioridad. Entiéndase que “cualquiera” no incluye a quienes “ni siquiera”.
Ya saben, las personas que inspiradas por el deseo de vacacionar, o por el morbo de experimentar el lujo de la dirigencia, se hospeden en hoteles e inmuebles del sistema empresarial de los órganos locales del Poder Popular, sólamente descubrirán la misma emoción que sintieron los empleados de poca monta al disfrutar de una maltrecha oferta culinaria con agua fría y caliente, un espectáculo musical y electricidad a tiempo completo. Como el placer del faquir, que no es cuestión de sacrificio sino de mala costumbre.
Siento ofender la opinión de los espíritus sensibles; pero el dinero jamás podrá homologar el poder. Las casas y los bunkers donde veranean los verdaderos dirigentes cubanos, por ahora, seguirán inaccesibles.