Los cines privados no figuran entre los pequeños negocios autorizados por el Gobierno que además lleva todas la de perder porque no está en condiciones de competir con ellos.
Cada vez va siendo más común toparse en La Habana con pequeñas salas de cine privadas que exhiben grandes éxitos de Hollywood, mientras en los destartalados cines estatales la gente solo puede ver películas viejas.
Un corresponsal de la agencia AP describe así un panorama que va siendo usual: “una sala de cine privada, con una pantalla de más de 5 metros (200 pulgadas), un proyector de alta definición 3D, cómodos sillones de cuero y un sofá que puede ser ocupado por una veintena de espectadores”.
En el mismo lugar, en lo alto de un viejo edificio, agrega, a la izquierda, se aprecian “consolas de videojuego Xbox, conectadas a pantallas planas, traídas por cubanos desde el exterior”.
Lo más significativo a su juicio es que los salones de películas 3D y de videojuegos son tan populares que el gobierno no puede ignorarlos, y tanto es así que alude a un artículo publicado por el periódico Juventud Rebelde sobre el asunto.
En el artículo, el viceministro de Cultura Fernando Rojas, propone caerles encima a estos negocios y regularlos, porque según el diario considera que promueven "mucha frivolidad, mediocridad, seudocultura y banalidad, lo que se contrapone a una política que exige que lo que prime en el consumo cultural de los cubanos sea únicamente la calidad".
Esa frivolidad citada por el viceministro se resume en que los cine privados proyectan éxitos fílmicos como "Star Trek", "La era del hielo" y "Guerra mundial Z", y por la tarde exhiben películas para niños y filmes de horror a la medianoche.
Algunas salas solo tienen un televisor, dice el corresponsal, una consola de DVD, un puñado de anteojos de 3D y alrededor de una docena de sillas en el garaje o la sala de estar de una casa de familia, pero otras “están diseñadas por profesionales”. Sus dueños por lo general son gente que opera restaurantes y que añade esos servicios.
La AP cita a Aixa Suárez, exagente de compras de una empresa estatal, quien dijo que un televisor LG 3D de 55 pulgadas y una consola de juegos Xbox que le compró su hermano en Florida le permiten mantener a su madre, su padre y sus hijos de 16 y 9 años.
Suárez les cobra a los adolescentes, añade, entre uno y dos dólares, dependiendo de la hora, para que usen los videojuegos o vean una película en su casa, pero lo más importante según ella es la sensación de independencia que su negocio le da.
El corresponsal pone como ejemplo de cine privado sofisticado una sala dotada con equipos por valor de $100 mil dólares llevados a la isla por viajeros desde Canadá. Las entradas para ver películas, dice, son de $4 dólares, que dan derecho además a una bebida y rositas de maíz.
Un corresponsal de la agencia AP describe así un panorama que va siendo usual: “una sala de cine privada, con una pantalla de más de 5 metros (200 pulgadas), un proyector de alta definición 3D, cómodos sillones de cuero y un sofá que puede ser ocupado por una veintena de espectadores”.
En el mismo lugar, en lo alto de un viejo edificio, agrega, a la izquierda, se aprecian “consolas de videojuego Xbox, conectadas a pantallas planas, traídas por cubanos desde el exterior”.
Lo más significativo a su juicio es que los salones de películas 3D y de videojuegos son tan populares que el gobierno no puede ignorarlos, y tanto es así que alude a un artículo publicado por el periódico Juventud Rebelde sobre el asunto.
En el artículo, el viceministro de Cultura Fernando Rojas, propone caerles encima a estos negocios y regularlos, porque según el diario considera que promueven "mucha frivolidad, mediocridad, seudocultura y banalidad, lo que se contrapone a una política que exige que lo que prime en el consumo cultural de los cubanos sea únicamente la calidad".
Esa frivolidad citada por el viceministro se resume en que los cine privados proyectan éxitos fílmicos como "Star Trek", "La era del hielo" y "Guerra mundial Z", y por la tarde exhiben películas para niños y filmes de horror a la medianoche.
Algunas salas solo tienen un televisor, dice el corresponsal, una consola de DVD, un puñado de anteojos de 3D y alrededor de una docena de sillas en el garaje o la sala de estar de una casa de familia, pero otras “están diseñadas por profesionales”. Sus dueños por lo general son gente que opera restaurantes y que añade esos servicios.
La AP cita a Aixa Suárez, exagente de compras de una empresa estatal, quien dijo que un televisor LG 3D de 55 pulgadas y una consola de juegos Xbox que le compró su hermano en Florida le permiten mantener a su madre, su padre y sus hijos de 16 y 9 años.
Suárez les cobra a los adolescentes, añade, entre uno y dos dólares, dependiendo de la hora, para que usen los videojuegos o vean una película en su casa, pero lo más importante según ella es la sensación de independencia que su negocio le da.
El corresponsal pone como ejemplo de cine privado sofisticado una sala dotada con equipos por valor de $100 mil dólares llevados a la isla por viajeros desde Canadá. Las entradas para ver películas, dice, son de $4 dólares, que dan derecho además a una bebida y rositas de maíz.
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