La prontitud y efectividad son elementos fundamentales para dar un buen servicio en favor de la integridad y patrimonio de la ciudadanía. Brindan atención a toda la sociedad sin distingo y no pocas veces tienen que lidiar con gente que entiende y que no entiende. Es el trabajo de los paramédicos, una labor que no es sencilla.
Maggie Castro es una de las 1,705 paramédicos que cuenta Miami-Dade, el condado más poblado de la Florida, con 2,779,322 habitantes.
Lleva quince años en la profesión y para ella es un orgullo pertenecer a este contingente de héroes anónimos que lo arriesgan todo por salvar al prójimo.
“Respondemos a todo tipo de situación; puede ser un incendio, heridos en un accidente de tránsito, una persona que requiere atención médica de urgencia, ahí estamos nosotros”, dijo la joven de ascendencia cubana, integrante del equipo de 11 paramédicos y bomberos destacados en la estación 69, en la ciudad Doral, en el condado Miami-Dade.
Estadísticas suministradas por el Departamento de Seguridad Vial y Vehículos Motorizados del estado de Florida consignan que en 2018 Miami- Dade reportó 64,013 accidentes de tránsito, con balance de 31,042 heridos y 324 muertes.
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La prontitud y efectividad son elementos fundamentales para dar un buen servicio en favor de la integridad y patrimonio de la ciudadanía.
“El tiempo promedio de respuesta, es decir, el tiempo que toma a una unidad de rescate llegar al lugar de un accidente es de 5 a 7 minutos”, comentó la paramédico que también está facultada para conducir uno de los camiones de respuesta médica en un condado donde el índice de accidentalidad se mantiene alto entre las 2:00 pm y las 5:00 pm.
El año pasado se reportaron en el territorio 1,567 peatones atropellados en la vía, de ellos, 96 fallecieron.
Uno de los accidentes más trágicos ocurrió cuando un hombre perdió el control del volante, y estrelló el auto contra un árbol.
Camiones de la técnica especializada, ambulancias, unidades de rescate acudieron al lugar. Decenas de bomberos y paramédicos lucharon para liberar al herido de entre el amasijo de metal y hierro. El hombre sufrió lesiones críticas en las piernas.
“Fueron muchas horas cortando y separando fragmentos y piezas de carrocería y motor con tijeras y pinzas hidráulicas. Nosotros manteníamos al herido con sueros, terapia psicológica y en la escena habían dos cirujanos listos en caso de que hubiera que amputar las extremidades”, relató la socorrista.
El herido salvó la vida y las piernas y hoy está en recuperación.
“En los próximos días nos vamos a reunir con él ¿qué mejor momento para un rescatista que ese?”, comenta Castro, quien debe su fluidez en el idioma Español a la esmerada crianza de sus abuelos cubanos.
Las unidades de rescate son salas de urgencias sobre ruedas: cuentan con todos los kits, botiquines y maletas para atención pre hospitalaria, además de oxígeno. Dos paramédicos viajan con el paciente, un tercero conduce. Todos están capacitados para cubrir cualquier tipo de emergencia.
“Desde un parto, suministrar oxígeno, entubar a un paciente hasta hacer una incisión para abrir una vía respiratoria si es necesaria. La meta es mantener con vida a la persona camino al hospital”, explicó Maggie Castro, quien es consciente de lo difícil que es desempeñar esta labor y las satisfacciones que se presentan cuando se salva una vida.
El visitante, el curioso que recorre una estación de bomberos lo primero que busca casi siempre es el tubo o barra por donde desciende el socorrista cuando suena la alarma de emergencia.
“Hace muchos años que por ley no se utilizan, ya no existen,” comentó Maggie, y la razón principal es debido a los accidentes que sufrían los bomberos, con caídas que incluso suponían fracturas.
En esta profesión se deja todo, incluso la familia, así lo demanda la misión de aliviar el dolor y las heridas, sofocar un incendio, sin recibir nada a cambio, solo la satisfacción de haber cumplido con una tarea que no cualquiera puede acatar.
Responder a una llamada que implique a menores de edad es lo más difícil para esta madre y abuela. De ahí que Maggie también haya sido testigo de amargas experiencias.
“Cierta vez fuimos a auxiliar a un bebé que había dejado de respirar. Le apliqué la técnica de reanimación cardiopulmonar durante todo el trayecto hasta que llegamos al hospital. Desafortunadamente, el bebé falleció, fue muy difícil para mí.”
De regreso a la estación, había sentido que el amor hacia sus hijos y nietos se hacía aún más intenso y más puro que lo habitual. Agarró el teléfono, llamó a sus hijos.
“¿Qué hacen el domingo? Quiero verlos, quiero ver a los niños, planeemos algo, quiero verlos”, fue lo único que atinó a decir.
Familia, compañerismo y hermandad
Laboran en tres turnos, repartidos en jornadas de 24 horas con descanso de 48 horas. Cada uno tiene un pequeño dormitorio, cama personal, taquillas, una mesita y un televisor.
“Esta es nuestra casa, aquí compartimos los mejores y peores momentos, alegría y de tristeza”, explica Maggie mientras abre la puerta lateral del parqueo interior de la estación que conduce a la cocina y a la sala de estar, esta pieza con cómodos butacones reclinables rojos y un televisor de pantalla plana. Aquí se liberan tensiones y se habla de otras cosas, de la familia, de deportes, eso sí, todo con respeto.
En las estaciones de bomberos no hay cocineros. Son los propios socorristas quienes asumen ese papel.
“Vamos a la tienda y compramos los ingredientes, compartimos el costo y ya. Nos turnamos en la cocina”, explicó.
Y si bien estos héroes anónimos arriesgan todo por el prójimo, soportan situaciones difíciles y desgarradoras, también tienen que llegar a lidiar con gente que ha llamado al número de emergencia 911 por tonterías.
Preguntada sobre el caso más absurdo que tuvo que atender Maggie responde entre carcajadas: “Recuerdo una vez que asistí a una muchacha en estado de histeria, porque se le había pegado un pedazo de chicle en el pelo y no se lo podía quitar. A veces, tenemos que ser hasta psiquiatras”.