En la selva panameña, cubanos comen carne de res y se conectan a internet

Cubanos varados en Darién compran una vaca y sacian deseos de comer carne de res

Varados desde hace más de dos meses en un campamento militar del Darién, los migrantes isleños s elas ingenian para sobrellevar la estancia y recordarle al mundo que existen, y están a la espera de una solución a su caso.

Conocer de la vida de 69 cubanos que se encuentran en cautiverio en un campamento militar en Lajas Blancas, Panamá, en el Darién profundo, se hace hoy más fácil.

Ernesto hace las veces de fotorreportero. Divulga el acontecer de una vida con régimen correccional desafiando la mirada vigilante de los guardias fronterizos del Servicio Nacional de Fronteras, SENAFRON.

Comparte noticias, buenas y malas, aunque más malas que buenas.

“La internet no es de alta velocidad y a veces se torna lenta, pero sirve para recordarle al mundo y a los medios de comunicación que existimos”, comenta el joven que junto a otros 68 antillanos lleva más de dos meses en Lajas Blancas.

Videos y fotografías salen desde el campamento conformado por frágiles casas de campaña, acordonado por alambre de púas, pasto de aguaceros y vendavales que hacen estremecer la zona como temblor de tierra en noches negras y largas, en una de las selvas más tupidas y peligrosas del istmo centroamericano.

Banquete o festín proteico

Cansados de comer arroz y tuna (bonito), los cubanos se llamaron a contar.

“Hicimos una ponina (colecta) y compramos una vaca al propietario de estas tierras”, dijo Ernesto, luego de agradecer la colaboración de SENAFRON en este empeño.

“La vaca costó 200 dólares y pusimos 100 dólares más para la sazón que compraron los guardias”, relató el joven, que calificó el acto como un banquete aristocrático.

“Estuvimos tres días comiendo carne porque no hay refrigeración para conservar los alimentos. Carne y más carne, en bistec, asada, en fin, saciamos los deseos”, dijo el habanero.

Así van sorteando las dificultades, y renuevan las esperanzas estos 69 cubanos, a la espera de mejores días.

Aunque atrapados en el istmo por la eliminación de la normativa "pies secos/pies mojados", lejos de sus familiares en EEUU, todavía sueñan, quizás ahora con rehacer sus vidas en Panamá.