Delfín Prats nació en Holguín en el año 1945. Estudió Lengua y Filología Rusa en lo que fue la Unión Soviética y a su regreso a Cuba trabajó como profesor de idioma ruso.
En 1968, Prats ganó el Premio David de Poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) con el poemario Lenguaje de Mudos, que no llegó al mercado pues, sin mediar explicación, fue recogido de los almacenes de la imprenta y convertido en pulpa por orden de los oscuros comisarios de la cultura cubana.
El golpe, brutal para un joven poeta de apenas 23 años, lo mantuvo durante 20 años sin publicar un verso.
Prats ingresó en la lista de los poetas malditos y se refugió en su natal Holguín donde poco a poco se rehízo, arropado por el grupo de poetas y escritores de su entorno y, en 1987, como una bengala que estalla en el mismo corazón de la mediocridad, Delfín Prats se eleva al firmamento con otro poemario que marcaría un antes y un después en la historia de la literatura cubana: Para festejar el ascenso de Ícaro.
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Desde entonces, la isla en que nacimos se ha ido disolviendo a la par que sus empecinados comisarios y censores, sin embargo, la obra poética de este hombre silencioso y modesto llamado Delfín Prats, enemigo de comparecencias y aspavientos, continúa creciendo, iluminando los cuatro puntos cardinales.
Palabras harto conocidas
Pon el amor a compartir tu casa,
Siéntalo a tu mesa, que coma, que beba, que hable
De cuanta cosa se le ocurra.
Ofrécele tus ropajes, tus planes inmediatos;
Prométele consejos, almuerzos, artículos sobre el tercer mundo, pero el amor rehúsa tus ofertas, mueve negativamente la cabeza, se tapa los oídos, los ojos, no manifiesta el menor interés por tus asuntos.
El tiempo de disparo de un relay no le preocupa,
Las cápsulas transmisoras receptoras de polvo de carbón, los electroimanes, no lograrían entusiasmarlo.
La espeleología, los clásicos, los problemas del estructuralismo y la cibernética no figuran entre sus planes.
La manipulación de frecuencias no ocupa lugar en sus meditaciones pero, si tienes una camisa azul, si tienes un caracol donde se escucha el mar, con peces ciegos grabados, con aves de colores revoloteando bajo el cielo,
Si tienes el mapa de una isla, un tatuaje en el pecho, cualquier leyenda que conozcas, si notas que te llaman, si grupos de muchachos, desde los malecones o desde los muros de los grandes edificios, te llaman con amplias señas en la tarde, no temas, acude a su llamada, sal a la calle, confúndete entre los que pasan, trafica con sonrisas, con signos, con saludos.
Di tu amor a la gente, a los afiches en los cines,
Llégate por las ferias, por las exposiciones, por las improvisadas orquestas de música moderna, comparte el baile de los adolescentes, intenta con las chicas, tómales las manos, la cintura, la nuca, que te enseñen los bailes.
Pero, si tienes la certeza de que la realidad es mucho más intolerable, más absurda, si tienes un aullido entre los dientes, un grito a medio pecho, si te persiguen, si constantemente te asedian, si a cada paso te exigen credenciales; si apalean tus canciones delante de tus ojos, si escupen sobre las canciones de tu adolescencia,
Si te han puesto un hierro duro sobre el corazón, ofrécelo al amor.
Ofrécele también algunas cosas simples: cigarros, jaiboles, dos maracas, una gran rosa de papel. Dale a leer las cartas de tu madre, pero no pierdas tiempo, porque el amor ya se ha vestido, se alisa los cabellos.
Porque el amor se ha puesto los zapatos y echa una ojeada entre tus cosas, da unos pasos, todavía sin avanzar hasta la puerta, sin abrirla, antes de que se cierre pesadamente a sus espaldas y te sorprendas en la calle.