Si algo contenían de genuinos, los llamados del gobierno cubano para desplegar en la Isla un periodismo diferente al del último medio siglo han caído en saco roto, y la crónica deportiva allí expone lamentables ejemplos.
Si algo contenían de genuinos, los llamados del gobierno cubano para desplegar en la Isla un periodismo diferente al del último medio siglo han caído en saco roto, y la crónica deportiva allí expone lamentables ejemplos.
El sitio web del béisbol en Cuba, por ejemplo, hacía referencia la víspera a un documental filmado allí por un realizador norteamericano a partir de un tope entre peloteros infantiles de las dos naciones antagónicas de nuestro continente:
“El intercambio entre los chicos, las bromas y maldades propias de la edad, los juegos, especialmente el celebrado en el estadio Juan Ealo, de la Ciudad Deportiva capitalina, y el vínculo de sus respectivos mentores dejan ver claramente la necesidad de enterrar por siempre la hostil política sostenida por la Casa Blanca contra la isla”.
Hasta aquí la nota es digerible, con matices políticos propicios para la polémica, a favor o en contra. Pero el párrafo que leerán a continuación se adentra en el más puro estilo de la propaganda norcoreana:
“Sin embargo, amén de necesarios retoques finales, el material logró aplausos reiterados con un discurso ameno, asequible a todos, al mostrar la cara de una sociedad norteña que oprime a sus ciudadanos, y en contraposición la preocupación y ocupación aquí de todo un pueblo por su futuro”.
También este miércoles, Juventud Rebelde, un periódico que a menudo se ha permitido ciertos lances de audacia —aunque nada como cuestionar el poder, por supuesto—, se trasladaba en el tiempo hasta la época en que los cubanos desconocían absolutamente lo que ocurría en el mundo:
“Llegaron asombrados, mirándolo todo, descubriendo el calor de un pueblo que los acogía como amigos. En solo unas pocas horas de estancia en este país, los jóvenes universitarios del programa crucero Semestre en el mar descubren una Cuba llena de gente agradable y sonriente, feliz”.
Bueno, nada como para alarmarse, pensará usted acerca de la nota fechada en la ciudad occidental de Artemisa. Hasta el lugar se habían encaminado los colegiales de la Unión para presenciar un encuentro de béisbol de la Serie Nacional cubana.
Más adelante, sin embargo, el reportero pretende convertir en tontos a sus lectores, cuando acerca de una joven visitante dice que “aunque nunca había disfrutado de un juego de pelota en un estadio, porque es muy caro en su país, se emocionó con este juego en Cuba tanto como muchos de sus compañeros”.
Cabría entonces pensar, si nos tragamos semejante párrafo, que las decenas de miles de personas que siguen in situ a los 30 equipos de las Grandes Ligas de EE. UU., durante los 162 partidos de la temporada, son todas ricas.
Por eso agradecí, al pie de la nota de Juventud Rebelde —y aquí va, gracias a Dios, otra pizca suya de audacia— la publicación del criterio de un internauta, que se identifica apenas como Yoko. Respeto, como en las citas anteriores, tanto la redacción como la ortografía originales:
“Si Francesca Santos Vargas nunca habia disfrutado de un juego de pelota en un estadio en U.S.A, es porque no le gusta la pelota o porque no tiene tiempo para ir a un juego. Hay muchas categorias que juegan en estadios y los precios no son tan caros. Ahora, si se refiere a juegos de profesionales, digase Grandes Ligas o Ligas Menores hay precios para todos los bolcillos. En Grandes Ligas puedes ir a un estadio y ver un buen juego de pelota con poco menos de $ 20 y en Ligas Menores $ 12. Ahora si ella se refiere a estar sentada en un V.I.P o detras del Backstop entonces si le creo, cuesta mucho, pero para ir a ver un juego no es necesario estar en esas localidades. El solo estar dentro ya es un show”.
El sitio web del béisbol en Cuba, por ejemplo, hacía referencia la víspera a un documental filmado allí por un realizador norteamericano a partir de un tope entre peloteros infantiles de las dos naciones antagónicas de nuestro continente:
“El intercambio entre los chicos, las bromas y maldades propias de la edad, los juegos, especialmente el celebrado en el estadio Juan Ealo, de la Ciudad Deportiva capitalina, y el vínculo de sus respectivos mentores dejan ver claramente la necesidad de enterrar por siempre la hostil política sostenida por la Casa Blanca contra la isla”.
Hasta aquí la nota es digerible, con matices políticos propicios para la polémica, a favor o en contra. Pero el párrafo que leerán a continuación se adentra en el más puro estilo de la propaganda norcoreana:
“Sin embargo, amén de necesarios retoques finales, el material logró aplausos reiterados con un discurso ameno, asequible a todos, al mostrar la cara de una sociedad norteña que oprime a sus ciudadanos, y en contraposición la preocupación y ocupación aquí de todo un pueblo por su futuro”.
También este miércoles, Juventud Rebelde, un periódico que a menudo se ha permitido ciertos lances de audacia —aunque nada como cuestionar el poder, por supuesto—, se trasladaba en el tiempo hasta la época en que los cubanos desconocían absolutamente lo que ocurría en el mundo:
“Llegaron asombrados, mirándolo todo, descubriendo el calor de un pueblo que los acogía como amigos. En solo unas pocas horas de estancia en este país, los jóvenes universitarios del programa crucero Semestre en el mar descubren una Cuba llena de gente agradable y sonriente, feliz”.
Bueno, nada como para alarmarse, pensará usted acerca de la nota fechada en la ciudad occidental de Artemisa. Hasta el lugar se habían encaminado los colegiales de la Unión para presenciar un encuentro de béisbol de la Serie Nacional cubana.
Más adelante, sin embargo, el reportero pretende convertir en tontos a sus lectores, cuando acerca de una joven visitante dice que “aunque nunca había disfrutado de un juego de pelota en un estadio, porque es muy caro en su país, se emocionó con este juego en Cuba tanto como muchos de sus compañeros”.
Cabría entonces pensar, si nos tragamos semejante párrafo, que las decenas de miles de personas que siguen in situ a los 30 equipos de las Grandes Ligas de EE. UU., durante los 162 partidos de la temporada, son todas ricas.
Por eso agradecí, al pie de la nota de Juventud Rebelde —y aquí va, gracias a Dios, otra pizca suya de audacia— la publicación del criterio de un internauta, que se identifica apenas como Yoko. Respeto, como en las citas anteriores, tanto la redacción como la ortografía originales:
“Si Francesca Santos Vargas nunca habia disfrutado de un juego de pelota en un estadio en U.S.A, es porque no le gusta la pelota o porque no tiene tiempo para ir a un juego. Hay muchas categorias que juegan en estadios y los precios no son tan caros. Ahora, si se refiere a juegos de profesionales, digase Grandes Ligas o Ligas Menores hay precios para todos los bolcillos. En Grandes Ligas puedes ir a un estadio y ver un buen juego de pelota con poco menos de $ 20 y en Ligas Menores $ 12. Ahora si ella se refiere a estar sentada en un V.I.P o detras del Backstop entonces si le creo, cuesta mucho, pero para ir a ver un juego no es necesario estar en esas localidades. El solo estar dentro ya es un show”.