La Casa Blanca, no muestra inclinación alguna a tomar las medidas necesarias para sanear el presupuesto público de Estados Unidos
Faltan ya poco más de dos semanas para que acabe el año y para que la economía norteamericana llegue al llamado “abismo fiscal”, en el que podría caer el día 1 de enero si los dos partidos y las dos ramas del gobierno no forjan un compromiso con respecto a los gastos públicos y los impuestos.
La razón por la que el riesgo en que el país se halla ha recibido el nombre de “abismo” es que al acabar el año entran en vigor una serie de recortes en el gasto público, porque los legisladores, en su último debate para aumentar el límite de la deuda norteamericana, estipularon que si no había un acuerdo para reducir el déficit antes del 1 de enero, simplemente bajarían los gastos del estado. En la misma fecha, expiran muchas exenciones fiscales y, si no se renuevan, todos pagarás más impuestos.
La confluencia de las dos medidas puede ser mortal para una economía que apenas empieza a salir renqueante de una fuerte recesión y podría producir una nueva recesión, de proporciones aún mayores que la anterior.
En los últimos días, el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, compareció dos veces antes los medios informativos para echar agua fría a quienes esperaban el anuncio de un acuerdo: la Casa Blanca, no muestra inclinación alguna a tomar las medidas necesarias para sanear el presupuesto público de Estados Unidos.
Nadie quedó sorprendido al oir que la Casa Blanca daba la misma versión de los republicanos, que tampoco ellos estaban dispuestos a adoptar las reformas necesarias.
Mientras el país se dirige al tan temido abismo, las posiciones de las dos partes están claras: los demócratas quieren subir los impuestos y pagar con ellos los gastos sociales de programas para ayudar a los desempleados, pagar los costos de la medicina de pensionistas y pobres, además de las pensiones. Los republicanos quieren mantener los impuestos bajos por temor a frenar la economía y quieren recortar los programas sociales, o al menos frenar su crecimiento en el futuro.
Coinciden, sin embargo, en la gravedad del problema fiscal: la deuda del gobierno federal se eleva a 16 billones de dólares y tiende a seguir aumentando, pues el presupuesto se cierra cada año en números rojos. También concuerdan en que la solución no puede ser inmediata, sino que ha de consistir en un plan a medio y largo plazo, para ir saneando la hacienda pública.
Pero la filosofía para resolver la situación es diametralmente opuesta: los republicanos se concentran en el crecimiento y los demócratas en la solidaridad social.
Estas diferencias no son nuevas y ambos partidos encontraron en el pasado fórmulas de compromiso. Pero ahora los números son astronómicos y llegan n momentos de bajo crecimiento y de perspectivas limitadas. Y en el marco de las elecciones del pasado mes de noviembre, que no acabaron con las luchas políticas.
Los demócratas consideran su victoria tan masiva que pueden ahora imponer sus ideas. Los republicanos tratan de salvar sus principios pero se enfrentan a una capacidad de maniobra reducida.
Las exigencias demócratas les parecen desorbitadas, porque no solo han pedido subidas de impuestos dobles a las que mencionó el presidente Obama en su campaña electoral, sino que incluso les piden ahora que renuncien a derechos tradicionales en el Congreso, para dar una autoridad fiscal prácticamente ilimitada a la Casa Blanca que, en estos momentos, controla su partido.
Los republicanos se defienden como pueden y no solo para mantener sus principios pues temen que, de no hacerlo, sus seguidores pueden quedar tan decepcionados que les negarán el voto en las próximas elecciones.
Además, no todos están seguros de la derrota fue tan grande. Si los demócratas ganaron la Casa Blanca, mantuvieron su mayoría en el Senado y recuperaron algunos escaños en la Cámara de Representantes, los republicanos tienen los gobiernos de 30 de los 50 estados del país, algo muy importante en un sistema federal como el de Estados Unidos.
Pocos creen que el país caerá en el precipicio y más bien esperan un compromiso temporal de última hora, pero el nerviosismo es evidente en los mercados de valores que empiezan a tambalearse ante las perspectiva de que no haya acuerdo. Otros incluso se alegran de que no se consiga nada: el abismo fiscal será una cura dolorosa, pero la enfermedad es tan grave que el país no tiene otro remedio que tomar la medicina.
La razón por la que el riesgo en que el país se halla ha recibido el nombre de “abismo” es que al acabar el año entran en vigor una serie de recortes en el gasto público, porque los legisladores, en su último debate para aumentar el límite de la deuda norteamericana, estipularon que si no había un acuerdo para reducir el déficit antes del 1 de enero, simplemente bajarían los gastos del estado. En la misma fecha, expiran muchas exenciones fiscales y, si no se renuevan, todos pagarás más impuestos.
La confluencia de las dos medidas puede ser mortal para una economía que apenas empieza a salir renqueante de una fuerte recesión y podría producir una nueva recesión, de proporciones aún mayores que la anterior.
En los últimos días, el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, compareció dos veces antes los medios informativos para echar agua fría a quienes esperaban el anuncio de un acuerdo: la Casa Blanca, no muestra inclinación alguna a tomar las medidas necesarias para sanear el presupuesto público de Estados Unidos.
Nadie quedó sorprendido al oir que la Casa Blanca daba la misma versión de los republicanos, que tampoco ellos estaban dispuestos a adoptar las reformas necesarias.
Mientras el país se dirige al tan temido abismo, las posiciones de las dos partes están claras: los demócratas quieren subir los impuestos y pagar con ellos los gastos sociales de programas para ayudar a los desempleados, pagar los costos de la medicina de pensionistas y pobres, además de las pensiones. Los republicanos quieren mantener los impuestos bajos por temor a frenar la economía y quieren recortar los programas sociales, o al menos frenar su crecimiento en el futuro.
Coinciden, sin embargo, en la gravedad del problema fiscal: la deuda del gobierno federal se eleva a 16 billones de dólares y tiende a seguir aumentando, pues el presupuesto se cierra cada año en números rojos. También concuerdan en que la solución no puede ser inmediata, sino que ha de consistir en un plan a medio y largo plazo, para ir saneando la hacienda pública.
Pero la filosofía para resolver la situación es diametralmente opuesta: los republicanos se concentran en el crecimiento y los demócratas en la solidaridad social.
Estas diferencias no son nuevas y ambos partidos encontraron en el pasado fórmulas de compromiso. Pero ahora los números son astronómicos y llegan n momentos de bajo crecimiento y de perspectivas limitadas. Y en el marco de las elecciones del pasado mes de noviembre, que no acabaron con las luchas políticas.
Los demócratas consideran su victoria tan masiva que pueden ahora imponer sus ideas. Los republicanos tratan de salvar sus principios pero se enfrentan a una capacidad de maniobra reducida.
Las exigencias demócratas les parecen desorbitadas, porque no solo han pedido subidas de impuestos dobles a las que mencionó el presidente Obama en su campaña electoral, sino que incluso les piden ahora que renuncien a derechos tradicionales en el Congreso, para dar una autoridad fiscal prácticamente ilimitada a la Casa Blanca que, en estos momentos, controla su partido.
Los republicanos se defienden como pueden y no solo para mantener sus principios pues temen que, de no hacerlo, sus seguidores pueden quedar tan decepcionados que les negarán el voto en las próximas elecciones.
Además, no todos están seguros de la derrota fue tan grande. Si los demócratas ganaron la Casa Blanca, mantuvieron su mayoría en el Senado y recuperaron algunos escaños en la Cámara de Representantes, los republicanos tienen los gobiernos de 30 de los 50 estados del país, algo muy importante en un sistema federal como el de Estados Unidos.
Pocos creen que el país caerá en el precipicio y más bien esperan un compromiso temporal de última hora, pero el nerviosismo es evidente en los mercados de valores que empiezan a tambalearse ante las perspectiva de que no haya acuerdo. Otros incluso se alegran de que no se consiga nada: el abismo fiscal será una cura dolorosa, pero la enfermedad es tan grave que el país no tiene otro remedio que tomar la medicina.