La disidencia cubana es un selfie para los demócratas occidentales

Consejo de Ministros en Cuba

Los demócratas de países occidentales serían coherentes con su decálogo si escucharan las frustraciones de la oposición.

La Habana - La oposición pacífica en Cuba, entre la represión del régimen y el ninguneo de gobiernos democráticos, está pagando un precio demasiado elevado por sus carencias y escaso impacto popular. Pero ellos, no se olvide, son las víctimas, no los culpables del desastre nacional.

Los buenos guionistas tienen la capacidad innegable de convertir a los villanos en santos. Con discreción transgreden el código ético de sus lectores o espectadores.

Y tipos que nunca se llevan la luz roja del semáforo, los vemos sufrir cuando criminales como Vito Corleone en el Padrino o Pablo Escobar en una serie colombiana, son atrapados o aniquilados por las fuerzas del orden.

Esa conversión moral que provoca aplausos de alegría cuando un asaltador de bancos escapa con el botín en un filme hollywoodense, es aplicable a la dramaturgia política.

Me resisto a creer que François Hollande o Barack Obama, presidentes de democracias consolidadas, sientan veneración al dialogar con un autócrata en estado puro como Raúl Castro.

El gobierno de los hermanos Castro tiene todos los ingredientes de una dictadura. Cuba es el único país del concierto de naciones occidentales que prohíbe partidos políticos o medios informativos que queden fuera de su control estatal.

Seamos serios. Que la distensión siempre sea mejor a las sanciones, no puede obviar ciertas verdades como puños. Cuba no es El Dorado empresarial. No hay tribunales independientes, un marco regulatorio coherente para los emprendedores privados locales y el mercado interno es pequeño y de escaso poder adquisitivo.

Puede que el juego sea más sutil y la partida de ajedrez política intente desmontar el manicomio económico e ideológico castrista con una estrategia de alto vuelo. Pero los gobernantes de países democráticos no debieran soslayar a los opositores cubanos. Y menos que en sus visitas a la Isla se tiren selfies con ellos en la trastienda de la casa, para guardar las apariencias de lo políticamente correcto.

Los Castro no son los buenos de la película. Forman parte de una pandilla enquistada en el poder que confunde democracia con lealtad personal. El fracaso de la revolución, la ineficacia del sistema y las penurias materiales no fueron generados por la oposición, pues no tienen acceso a ningún cargo institucional.

Comprendo que se negocia con los que detentan el poder. Y el control casi absoluto en Cuba lo tienen los Castro. Pero no escuchar en primera persona a los que son reprimidos, es de una gran torpeza política para aquéllos que se presentan como demócratas.

Y está sucediendo. Después del 17D, en La Habana han aterrizado importantes políticos y funcionarios estadounidenses. Muy pocos se han reunido con la disidencia o, si acaso, charlan con el segmento opositor que aprueba el nuevo trato.

Siempre son encuentros de última hora, con un café y discursos ambiguos. Mirando el reloj y... hasta luego, que pierdo el avión. Esa tendencia se demostró el 14 de agosto de 2015 con la reapertura de la embajada de Estados Unidos en Cuba.

El Departamento de Estado no invitó a ningún disidente ni periodista independiente. La cita, breve, fue posterior. A la hora de recoger los bates, para retratarse -a los disidentes cubanos les encanta fotografiarse- y hablar de asuntos triviales.

En la próxima visita, la de Barack Obama, fijada para el 21 y 22 de marzo, se desconoce si el presidente o la embajada tienen previsto algún encuentro con opositores o periodistas sin mordazas.

La disidencia no es un desecho de virtudes. Todo lo contrario. Marginada, apaleada y censurada no acaba de dar un golpe de autoridad encima de la mesa. No cuentan con una estrategia inteligente que les haga ganar adeptos entre los cubanos de a pie.

Caminan por las calles como hombres invisibles. Su lobby político es hacia el exterior. No han sido capaces de comprometer y enrolar a su causa a los vecinos del barrio. Y los proyectos de corte comunitario y político, como Candidatos por el Cambio, que puede ser un camino para acceder al parlamentarismo, son menospreciados por algunos líderes disidentes.

¿Qué hay desunión? Es verdad. Lo razonable en una sociedad de corte y rasga es tener una plataforma común donde los diferentes grupos o tendencias coincidieran en tres o cuatros preceptos, no más.

Se intentó con Concilio Cubano en 1996 y ahora con la Mesa de Unidad de Acción Democrática (MUAD). Pero el ego superlativo de los disidentes siempre termina divorciándose de las buenas intenciones.

¿Qué reciben dinero de fundaciones del gobierno de Estados Unidos? Es cierto. Para hacer activismo político se necesita dinero. La estrategia debiera ser transparencia, democracia dentro de las organizaciones y la rendición de cuentas.

Los puristas pudieran verlo como injerencia de un Estado a un gobierno soberano, aunque sea autocrático. Pero les aseguro que ni un centavo ha sido dedicado a comprar armas, preparar cocteles molotov o trazar un plan para asaltar un cuartel militar, como hizo Fidel Castro el 26 de julio de 1953.

Los fondos que el gobierno de Estados Unidos le otorga a grupos disidentes son asignaciones públicas. Por carencias, falta de civismo y descontrol hay opositores locales que actúan como si fuesen caciques, a base nepotismo y utilizando migajas de dólares para comprar lealtades. Pero no se puede meter a todos en el mismo saco.

En el régimen, la corrupción y falta de transparencia es aún peor. Un disidente no es ajeno a la realidad en que vive. Si se comportan como un Fidel Castro vestido de civil, es porque nacieron y se hicieron adultos en un país dirigido por caudillos.

Disidentes y oficialistas se visten de guayabera, no saben utilizar a su favor las nuevas herramientas en internet, tienen una narrativa repleta de jergas y desconocen el valor de una sonrisa ante las cámaras.

Las carencias de los funcionarios castristas son clonadas por sus antagónicos. Pero hay una diferencia notable: los opositores pacíficos sufren golpizas, detenciones y actos de repudio.

Los demócratas de países occidentales serían coherentes con su decálogo si escucharan las frustraciones de la oposición. Es una buena manera de no traicionarse a sí mismos.La política es el arte de lo posible.