El doctor Alexander Pupo jamás imaginó que algún día se radicaría a vivir de manera permanente fuera de Cuba, y que dejaría a sus seres más queridos en su país, entre ellos a su hija.
El sábado último llegó a Miami tras una travesía irregular de casi tres meses por 14 países, que comenzó en Jamaica y terminó en la frontera de México con Estados Unidos, en el puente de Piedras Negras.
“Aterrizamos en el aeropuerto de Miami y me dije, caramba, estoy como si hubiese nacido de nuevo, en un mundo totalmente distinto al que estoy acostumbrado a ver”, dijo el galeno a Radio Televisión Martí en la primera entrevista que concede a un medio de prensa desde su llegada a Estados Unidos.
Confiesa que jamás tuvo planes de salir de Cuba, de dejar a su abuela, a su papá y a su hija.
“Salí, prácticamente, obligado, porque no tenía planes de vivir fuera de Cuba, ni cuando me gradué de la carrera quise salir de misión. No estaba entre mis planes, quería hacerme especialista y dar salud en la isla”, dijo el doctor, conocido por su postura frontal en contra del gobierno de Miguel Díaz-Canel, lo que le costó la expulsión, en 2020, de la especialidad de neurología.
“Uno no sabe lo mal que está Cuba hasta que no pisa otro país... El desarrollo, los niños en las escuelas, el trato, incluso, cuando eres migrante. Ver cómo las personas pueden manifestarse, porque nos tocó ver una manifestación estudiantil en Medellín, Colombia, otro mundo”, comentó el médico, que en Cuba denunció en varias oportunidades haber sido amenazado por la policía política.
“En una ocasión, un oficial de la Seguridad del Estado me visitó y me informó que yo tenía una orden de linchamiento por parte del pueblo si salía a la calle”, dijo Pupo, que, desde el 27 de abril, y hasta el 2 de mayo, vivió sitiado, con agentes apostados cada 50 metros de su casa, en forma de cordones, como él mismo lo define, “casi los tenía en el portal”.
Vivió la amarga experiencia de una detención que llamó secuestro.
“La Seguridad trató de reclutarme, y cuando vieron que había fracasado, los agentes trataron de bajarme la autoestima, y tampoco funcionó. Entonces es cuando pasan a las amenazas personales de golpizas, a la familia y a las amistades. Ese es el manual de ellos”.
Sin embargo, cuenta que no tuvo tropiezos a la hora de tramitar la documentación para viajar, aunque confiesa que tomó precauciones, como trasladarse en bicicleta y disfrazado hasta Cacocum, otra localidad que no le correspondía.
Así las cosas, llegó el día de la partida, el 8 de mayo. Salvo uno que otro interrogatorio en el aeropuerto y la revisión exhaustiva con perros adiestrados para detectar drogas, abordó el avión que lo llevó hasta Kingston, Jamaica.
Estuvo convencido hasta el último minuto de que sería la primera y última vez que visitaría el aeropuerto, porque si no se iba en esta, quedaría en Cuba a continuar la lucha, y así lo dejó conocer a los agentes que, milagrosamente, no pusieron reparos.
“Cuando puse pie en Jamaica me dije, ya sé que estoy fuera de peligro, porque incluso en el avión tenía miedo”, confesó el médico holguinero.
De Jamaica a Trinidad y Tobago, para una breve escala, y luego a Guyana. Desde ahí, la travesía irregular. Sintió la persecución en varios tramos; los temores incrementaron cuando le robaron el celular. Tuvo la impresión de que lo estaban siguiendo por GPS. Trató entonces de siempre pasar el menor tiempo posible en una misma localización.
Tuvo miedo de un atentado que, después, podría aparecer como una agresión por parte de las personas que lo trasladaban de un sitio a otro, personas que sabía eran peligrosas. No fue hasta que cruzó el Río Bravo, el 21 de julio, que el miedo desapareció.
“En ciertos momentos me sentía paranoico. Ya no sabía en quien confiar”, recordó y no fue hasta que llegó a Miami que le regresó el alma al cuerpo.
“Me dije, aquí voy a poder dormir un poco más tranquilo. Aquí les será más difícil dar conmigo, y por lo menos sé que estoy en un país que hay leyes que protegen a las personas que no piensan igual”, reflexionó el médico.
La travesía es harto cocida por sus dificultades y tropiezos, además del alto coste. En el caso del doctor Pupo y su esposa fueron 20,000 dólares invertidos hasta llegar a EEUU.
“La parte más difícil es cuando sales de Cuba, para quienes dejamos familia. La primera noche, cuando llegué a Jamaica, no dormí, me la pasé llorando. Casi me deshidrato. Dejé a mi abuela, a mi padre, a mi niña. Me dije, si no logro sacarlos, o si Cuba no cambia, no los voy a volver a abrazar. Es lo más difícil, cuando miras hacia atrás y dices, quizá, nunca más vuelva a ver esta tierra”, dijo el joven galeno, que ingresó al territorio estadounidense con un permiso de estancia temporal y la meta de volver a vestir la bata de médico.
“Tengo un documento parole, y el día 26 de agosto la primera comparecencia ante Inmigración. Pienso hacer la reválida de mi título. Salir de Cuba solo significa una nueva etapa en la lucha, porque yo no sé perder, y no habré ganado hasta que no vea a Cuba libre”, indicó.