La superioridad occidental acabó sometiendo al cabo de unos pocos siglos el inmovilista mundo musulmán y demás culturas del Tercer Mundo.
El dirigente máximo actual de Alqaeda, Ayman al Zawahiri, instó este pasado fin de semana a los egipcios a renunciar a la democracia e implantar la sharia (sistema jurídico basado en el Corán).
Evidentemente, los egipcios no lo harán porque los islamistas, que representan aproximadamente sólo un tercio de la población, carecen de la fuerza necesaria para ello y los demás ciudadanos no se plantean siquiera la problemática constitucional. Pero el llamamiento de Zawahiri se merece la máxima atención porque constituye una confesión de impotencia; de impotencia total, absoluta.
Y es que leído atentamente, el llamamiento significa que el islamismo radical carece de ideas nuevas para el mundo moderno de los seguidores de Mahoma. En las postrimerías de la Antigüedad y en la Edad Media, los mundos cristiano y musulmán estaban parejos en cuanto a la calidad de las respectivas ofertas sociales, económicas, financieras y militares. Ese equilibrio se rompió en el momento en que el mundo cristiano se sacudió las ataduras políticas del cesarismo y las económicas del anclaje exclusivo en la agricultura y el comercio de caravanas.
La superioridad occidental acabó sometiendo al cabo de unos pocos siglos el inmovilista mundo musulmán y demás culturas del Tercer Mundo; la competencia y la iniciativa individual - que son la simiente del industrialismo -, la vida urbana y el comercio al por mayor terminaron por dar al mundo occidental tal superioridad en todos los terrenos que en la Tierra se acabó imponiendo – muchas veces para mal – el colonialismo y la política internacional de la ley del más fuerte… Que durante los siglos XVIII, XIX y XX fueron, sin lugar a dudas, los occidentales.
Estrictamente hablando, la prepotencia occidental no comenzó por una superioridad intelectual, sino por una superioridad de adaptación. Frente al crecimiento demográfico y de la conciencia social, los occidentales abrieron las puertas al espíritu emprendedor… llámese este, navegación de altura o unión de los capitales (armadores y banqueros) a la apuesta del comercio al por mayor y a larga distancia. En las naciones islámicas los prestamistas seguían discriminados y los ricos, que ya no podían acumular fortunas por las armas (porque la cristianas eran ya mejores), no se atrevían a financiar costosas y arriesgadas empresas comerciales. Y la industria seguía enquistada en el artesanado. La derrota social y económica frente a Occidente estaba sellada.
Y esto sigue siendo así aún ahora, en el siglo XXI, pese a los ríos de oro que generan los yacimientos petrolíferos ubicados mayormente en países musulmanes. La mentalidad de las poblaciones de esos países sigue dando la espalda a la iniciativa individual y prefieren explicar la superioridad occidental con una pretendida “maldad cristiana” Alqaeda logró, por mor de la guerra afgana, movilizar el amargor musulmán, humillado hasta la médula, en un movimiento de rebeldía y rencor. Es una movilización que permite triunfos efímeros y satisfacciones amargas, como el atentado del 11 de septiembre en Nueva York, pero que no ofrece ni ideas nuevas ni abre caminos para salir de la pobreza.
El llamamiento de Zawahiri ha sido, en resumidas cuentas un grito de desesperación. Con más honradez podría haber dicho a los egipcios “volvamos al pasado porque no tenemos el futuro…”
Evidentemente, los egipcios no lo harán porque los islamistas, que representan aproximadamente sólo un tercio de la población, carecen de la fuerza necesaria para ello y los demás ciudadanos no se plantean siquiera la problemática constitucional. Pero el llamamiento de Zawahiri se merece la máxima atención porque constituye una confesión de impotencia; de impotencia total, absoluta.
Y es que leído atentamente, el llamamiento significa que el islamismo radical carece de ideas nuevas para el mundo moderno de los seguidores de Mahoma. En las postrimerías de la Antigüedad y en la Edad Media, los mundos cristiano y musulmán estaban parejos en cuanto a la calidad de las respectivas ofertas sociales, económicas, financieras y militares. Ese equilibrio se rompió en el momento en que el mundo cristiano se sacudió las ataduras políticas del cesarismo y las económicas del anclaje exclusivo en la agricultura y el comercio de caravanas.
La superioridad occidental acabó sometiendo al cabo de unos pocos siglos el inmovilista mundo musulmán y demás culturas del Tercer Mundo; la competencia y la iniciativa individual - que son la simiente del industrialismo -, la vida urbana y el comercio al por mayor terminaron por dar al mundo occidental tal superioridad en todos los terrenos que en la Tierra se acabó imponiendo – muchas veces para mal – el colonialismo y la política internacional de la ley del más fuerte… Que durante los siglos XVIII, XIX y XX fueron, sin lugar a dudas, los occidentales.
Estrictamente hablando, la prepotencia occidental no comenzó por una superioridad intelectual, sino por una superioridad de adaptación. Frente al crecimiento demográfico y de la conciencia social, los occidentales abrieron las puertas al espíritu emprendedor… llámese este, navegación de altura o unión de los capitales (armadores y banqueros) a la apuesta del comercio al por mayor y a larga distancia. En las naciones islámicas los prestamistas seguían discriminados y los ricos, que ya no podían acumular fortunas por las armas (porque la cristianas eran ya mejores), no se atrevían a financiar costosas y arriesgadas empresas comerciales. Y la industria seguía enquistada en el artesanado. La derrota social y económica frente a Occidente estaba sellada.
Y esto sigue siendo así aún ahora, en el siglo XXI, pese a los ríos de oro que generan los yacimientos petrolíferos ubicados mayormente en países musulmanes. La mentalidad de las poblaciones de esos países sigue dando la espalda a la iniciativa individual y prefieren explicar la superioridad occidental con una pretendida “maldad cristiana” Alqaeda logró, por mor de la guerra afgana, movilizar el amargor musulmán, humillado hasta la médula, en un movimiento de rebeldía y rencor. Es una movilización que permite triunfos efímeros y satisfacciones amargas, como el atentado del 11 de septiembre en Nueva York, pero que no ofrece ni ideas nuevas ni abre caminos para salir de la pobreza.
El llamamiento de Zawahiri ha sido, en resumidas cuentas un grito de desesperación. Con más honradez podría haber dicho a los egipcios “volvamos al pasado porque no tenemos el futuro…”