Las espadas están en alto en Egipto, pero una victoria demócrata en la actual confrontación rondaría el milagro.
Los disturbios y las protestas masivas que se registran actualmente en Egipto se parecen a las que acabaron con el Gobierno de Mubarak como una gota de agua a otra. Y es que ambas tienen, en última instancia, el mismo motor : el Ejército.
En realidad, el Ejército manda ininterrumpidamente en Egipto desde hace siglos; desde la Edad Media, cuando los mamelucos tomaron en poder. Tras la paz con Israel, los militares adquirieron aún más poderío porque más de un tercio del presupuesto nacional está constituido por las ayudas norteamericanas. La mayor parte de este dineral va a las empresas de tecnología castrense para mantener y reparar al modernísimo arsenal ya que la capacidad técnica de los reclutas y soldados profesionales no alcanza ni de lejos las exigencias del armamento moderno (misiles, radares, bombas inteligentes, etc.). No hace falta indagar mucho para descubrir que la inmensa mayoría de esas empresas son propiedad del generalato.
La estabilidad del régimen de Mubarak se echó a perder el día que el hijo del presidente Mubarak – él mismo, procedente de las filas del alto mando militar – fue designado para suceder a su padre en la presidencia y declaró que haría una serie de reformas profundas en la economía del país… empezando por las empresas contratistas del mantenimiento del arsenal nacional.
Eso constituía un atentado a la principal fuente de ingresos del alto mando militar…y desde aquel momento comenzaron los disturbios en Egipto. Disturbios que se generalizaron y agravaron como fuego de paja dada la enorme pobreza del país y la falta de perspectivas económicas a corto y largo plazo.
La macro protesta se les escapó de las manos a los generales y lo que debería haber sido el preludio de un cambio de presidente dentro del marco parlamentario – un Parlamento totalmente controlado por los militares – acabó siendo un barrido político general del país con la victoria obligada, obligada si se quería apaciguar a las masas, de un civil.
La única organización política importante en Egipto eran y son los Hermanos Musulmanes, una visión anticuada, ultranacionalista e islamizada del socialismo europeo. Hace un año, el ganador de las elecciones tenía que ser su candidato, Mosri. Pero no lo podía ser sin la connivencia de los militares y Mosri se avino a un pacto que le repugnaba: Aceptó presidir un Egipto democrático, pero sin hacer apenas ninguna reforma auténtica. Ni la judicatura, ni la orientación social o internacional, ni muchísimo menos, la estructura militar del país debía cambiar.
Era un pacto contra natura, el compromiso de un demócrata a hacer ver que traía la democracia a la república. Y así, a Mosri no sólo le costó horrores mantenerlo, sino que se creyó que la apuesta popular por el socialismo musulmán era auténtica, y no producto del poder en la sombra, los generales. Comenzó a reformar la judicatura, la Administración pública y también la organización militar.
Mosri había cruzado la línea roja de la tolerancia militar y el resultado es la oleada de protestas “espontáneas” del populacho, la presentación de 22millones de panfletos autografiados pidiendo la dimisión del presidente. Y también algarradas, muertes y lesiones porque los Hermanos carecen hoy por hoy de la fuerza, el dinero y la organización del generales, pero cuentan con una importante masa de seguidores.
Las espadas están en alto en Egipto, pero una victoria demócrata en la actual confrontación rondaría el milagro.
En realidad, el Ejército manda ininterrumpidamente en Egipto desde hace siglos; desde la Edad Media, cuando los mamelucos tomaron en poder. Tras la paz con Israel, los militares adquirieron aún más poderío porque más de un tercio del presupuesto nacional está constituido por las ayudas norteamericanas. La mayor parte de este dineral va a las empresas de tecnología castrense para mantener y reparar al modernísimo arsenal ya que la capacidad técnica de los reclutas y soldados profesionales no alcanza ni de lejos las exigencias del armamento moderno (misiles, radares, bombas inteligentes, etc.). No hace falta indagar mucho para descubrir que la inmensa mayoría de esas empresas son propiedad del generalato.
La estabilidad del régimen de Mubarak se echó a perder el día que el hijo del presidente Mubarak – él mismo, procedente de las filas del alto mando militar – fue designado para suceder a su padre en la presidencia y declaró que haría una serie de reformas profundas en la economía del país… empezando por las empresas contratistas del mantenimiento del arsenal nacional.
Eso constituía un atentado a la principal fuente de ingresos del alto mando militar…y desde aquel momento comenzaron los disturbios en Egipto. Disturbios que se generalizaron y agravaron como fuego de paja dada la enorme pobreza del país y la falta de perspectivas económicas a corto y largo plazo.
La macro protesta se les escapó de las manos a los generales y lo que debería haber sido el preludio de un cambio de presidente dentro del marco parlamentario – un Parlamento totalmente controlado por los militares – acabó siendo un barrido político general del país con la victoria obligada, obligada si se quería apaciguar a las masas, de un civil.
La única organización política importante en Egipto eran y son los Hermanos Musulmanes, una visión anticuada, ultranacionalista e islamizada del socialismo europeo. Hace un año, el ganador de las elecciones tenía que ser su candidato, Mosri. Pero no lo podía ser sin la connivencia de los militares y Mosri se avino a un pacto que le repugnaba: Aceptó presidir un Egipto democrático, pero sin hacer apenas ninguna reforma auténtica. Ni la judicatura, ni la orientación social o internacional, ni muchísimo menos, la estructura militar del país debía cambiar.
Era un pacto contra natura, el compromiso de un demócrata a hacer ver que traía la democracia a la república. Y así, a Mosri no sólo le costó horrores mantenerlo, sino que se creyó que la apuesta popular por el socialismo musulmán era auténtica, y no producto del poder en la sombra, los generales. Comenzó a reformar la judicatura, la Administración pública y también la organización militar.
Mosri había cruzado la línea roja de la tolerancia militar y el resultado es la oleada de protestas “espontáneas” del populacho, la presentación de 22millones de panfletos autografiados pidiendo la dimisión del presidente. Y también algarradas, muertes y lesiones porque los Hermanos carecen hoy por hoy de la fuerza, el dinero y la organización del generales, pero cuentan con una importante masa de seguidores.
Las espadas están en alto en Egipto, pero una victoria demócrata en la actual confrontación rondaría el milagro.