El castrismo tiene un historial de persecución y deportación religiosa

Procesión de la Virgen de la Caridad el 8 de septiembre de 2019. AP Photo/Ismael Francisco

Las religiones tienden a promover la comprensión, la tolerancia y el respeto a la dignidad humana, contrario a esos principios,ideologías como el marxismo y el fascismo auspician la lucha de clase y la dictadura del proletariado o patrocinan el odio racial y la discriminación, razón por la cual cuando Fidel Castro y sus acólitos llegaron al poder, dispusieron que las religiones fueran perseguidas, imponiendo el odio, sectarismo y represión, factores comunes en el comunismo y el nazi-fascismo, los fundamentos sobre los que reconstruiría a Cuba.

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A 59 años del destierro de más de un centenar de religiosos de Cuba

Castro, consecuente con su naturaleza mesiánica y manipuladora, contradijo la máxima «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».Él, desde su perspectiva, también era un Creador y se esforzó, lo logró en gran medida, en expatriar de la conciencia de muchos de sus conciudadanos toda creencia en un ser supremo ajeno al Comandante en Jefe, y no fue raro que en las casas de familia el cuadro de Jesús fuera sustituido por uno de Fidel, o cualquier otro de sus genízaros. En Cuba se exaltó una nueva religión, el Castrolicismo, como afirmaba el compañero de presidio Gerardo Fundora.

En la Isla, se organizó la persecución de la Iglesia y los creyentes. Se acosó a la feligresía, al igual que abolieron las festividades republicanas y se minimizó la gesta independentista, las fechas claves de las religiones, particularmente las cristianas, como la Semana Santa y Navidad fueron maldecidas, lo que quizás motivó a muchos antes de morir, como Alberto Tapia Ruano y Virgilio Campanería, gritar ante el paredón de fusilamiento “¡Viva Cristo Rey”!

Los extremismos del Castrolicismo han sido padecidos por católicos y no católicos, por todo ciudadano que fue y es capaz de defender sus convicciones y, paradójicamente, hasta por muchos de los que han guardado silencio cómplice ante las tropelías de la dictadura. Es válido decir que aun hoy, después de décadas de fracasos, no faltan quienes tienen una memoria selectiva que les facilita olvidar para lucrar.

Los ataques a las religiones y a los religiosos se agudizaron en 1961. La procesión a la Virgen del Cobre fue prohibida por las autoridades y cuando los feligreses decidieron realizarla, un sicario asesinó a tiros al joven Arnaldo Socorro, portador de una imagen de su Patrona frente a la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en La Habana.

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Dos días después fue arrestado el obispo Eduardo Boza Masvidal, figura emblemática de la Iglesia Católica que con argumentos sólidos e irrebatibles criticaba al nuevo régimen. La dictadura no soportó más el reto continuo a sus prerrogativas y decidió aplicar lo que consideró erradamente un golpe mortal a su principal enemigo ideológico, al ordenar la expulsión del país de 136 religiosos, entre ellos 60 sacerdotes españoles, 45 cubanos, cinco canadienses, un hondureño, un venezolano, un húngaro y un italiano. Las autoridades habían detenido a los sacerdotes en sus diferentes iglesias y fueron conducidos directamente al barco Covadonga, que tenía como destino España.

Entre los desterrados se encontraban el obispo Boza Masvidal y Agustín Román, quien fue obispo auxiliar de Miami, dos personalidades excepcionales que desde sus respectivas responsabilidades siempre honraron a Cuba y lo cubano, contrario a lo que han hecho las figuras más destacadas del castrolicismo.

Transcurridos más de sesenta años, la lectura de la realidad cubana es particularmente devastadora. El régimen arrasó con los valores y principios sobre los cuales se sostenía la nación.

El régimen inculcó en varias generaciones biológicas normas y conceptos contrarios a la dignidad humana, en consecuencia, la sociedad bajo el castrolicismo se ha caracterizado por la intolerancia, acoso, sectarismo, la delación y falta de respeto a la vida, junto a una ausencia de principios que han afectado profundamente hasta el propiototalitarismo, al deformar a una mayoría desujetos que solo viven pendientes de sus intereses más inmediatos sin aceptar la existencia de los compromisos sociales, vitales para cualquier propuesta.

Una dolorosa realidad que ha dificultado en extremo el retorno a los valores tradicionales de la nación cubana. Cuba afronta una profunda crisis de identidad y objetivos. Los perjuicios causados por el totalitarismo llegan a nuestras raíces como nación. Todos los cubanos debemos extirpar esa mácula.