Los atónitos televidentes cubanos, pudimos ver el pasado jueves un debate entre parte de las fuerzas opositoras en Venezuela y los representantes oficialistas...
El diálogo entre la oposición venezolana y Nicolás Maduro está en pleno desarrollo. Sus críticos son muchos, su perdedor más visible: el gobierno cubano. Para un sistema que en más de medio siglo ha descalificado y reprimido a su disidencia, esa mesa de conversación debe resultar un doloroso reconocimiento de su propia incapacidad.
Los atónitos televidentes cubanos, pudimos ver el pasado jueves un debate entre parte de las fuerzas opositoras en Venezuela y los representantes oficialistas. El polémico encuentro fue transmitido por el canal TeleSur, que se ha caracterizado por su tendencia a respaldar informativamente la labor del chavismo. En esta ocasión, sin embargo, se vio obligado a emitir también las preocupaciones y argumentos de la contraparte.
El requisito de que las cámaras y micrófonos estuvieran presentes en la discusión, ha resultado por sí mismo una magnífica jugada política de los adversarios de Maduro. De esa manera se implica a los espectadores en el diálogo y resulta más difícil publicar versiones tergiversadas a posteriori. Los participantes de ambos bandos contaban con diez minutos de exposición para cada uno, ejercicio de síntesis que el presidente Venezolano, claro está, no pudo lograr.
Para los desinformados cubanos, lo primero que saltó a la vista fue el alto nivel de argumentos que la oposición llevó a la mesa. Cifras, estadísticas y ejemplos concretos quedaron expuestos dentro de un marco de respeto. Al otro día el comentario más repetido en las calles habaneras era la popular frase de “barrieron el piso con Maduro”. Una clara alusión a las apabullantes críticas que le hicieron sus rivales. El oficialismo, sin embargo, se notaba apocado, temeroso y con un discurso plagado de consignas.
Trago amargo sin dudas, ha sido esta mesa de diálogo para quienes hasta unas horas antes acusaban de “fascistas” y “enemigos de la patria” a sus contrincantes políticos. Ya Venezuela no volverá a ser la misma, aunque mañana la mesa de negociaciones termine sin acuerdos y Nicolás Maduro vuelva a tomar el micrófono para repartir insultos a diestra y siniestra. Ha accedido a discutir y eso marca una distancia entre el camino recorrido por la Plaza de la Revolución y este otro que recién comienza para Miraflores.
¿Y en Cuba? ¿Es posible algo así?
Mientras discurría la transmisión del diálogo venezolano, muchos nos preguntábamos si algo similar podría ocurrir en nuestro escenario político. Aunque la prensa oficial muestra estas conversaciones como una señal de fortaleza por parte del chavismo, también ha tomado la suficiente distancia, para que no nos hagamos ilusiones de posibles versiones a la cubana.
Es menos quimérico imaginar a Raúl Castro tomando un avión y escapando del país, que proyectarlo sentado a la mesa con esos a los que llama contrarrevolucionarios. Durante más de cinco décadas, tanto él como su hermano, se han dedicado a satanizar las voces disidentes, de ahí que ahora se vean impedidos de aceptar una conversación con sus críticos. El peligro que entraña la imposibilidad de una negociación, es que apenas deja el camino del derrocamiento con su consiguiente estela de caos y violencia.
Sin embargo, no sólo las figuras principales del régimen cubano se muestran reacias a cualquier mesa de negociación. La mayor parte de la oposición de la Isla no quiere ni escuchar hablar del tema. Ante ese doble rechazo, la agenda de una quimérica reunión tampoco logra ganar cuerpo. Los partidos opositores no acaban de confluir en un proyecto de país que pueda defenderse con coherencia en cualquier negociación y quedar como una alternativa viable. Los miembros de la emergente sociedad civil tenemos razones para sentirnos preocupados por ello. ¿Están preparados los políticos que hoy operan en la ilegalidad para sostener un debate y ser capaz de convencer a la audiencia? ¿Podrán representarnos dignamente llegado el momento?
La respuesta a esta pregunta sólo se sabrá una vez surgida la oportunidad. Hasta ahora la disidencia política cubana se ha concentrado más en derrocar que en elaborar estrategias para fundar, la mayor parte de sus energías ha estado encaminada a oponerse al partido gobernante y no en persuadir a sus potenciales seguidores dentro de la población. Ante las limitaciones para difundir sus programas y las tantas restricciones materiales que padecen, estos grupos no han podido llevar su mensaje a un número significativo de cubanos. No es responsabilidad total de ellos, pero deben estar conscientes de que esas deficiencias los lastran.
Si mañana mismo la mesa para un diálogo estuviera lista, resultaría poco probable que escuchemos un discurso tan bien articulado en la oposición cubana como el logrado por sus colegas venezolanos. Sin embargo, aunque la negociación no se presente ahora como una posibilidad, nadie debe quedar eximido de prepararse para ella. Cuba necesita que ante esos posibles micrófonos estén quienes mejor representen los intereses de la nación, sus preocupaciones, sus sueños. Que puedan hablar por nosotros los ciudadanos, pero que lo hagan –por favor- con coherencia, sin violencia verbal y con argumentos que nos convenzan.
Los atónitos televidentes cubanos, pudimos ver el pasado jueves un debate entre parte de las fuerzas opositoras en Venezuela y los representantes oficialistas. El polémico encuentro fue transmitido por el canal TeleSur, que se ha caracterizado por su tendencia a respaldar informativamente la labor del chavismo. En esta ocasión, sin embargo, se vio obligado a emitir también las preocupaciones y argumentos de la contraparte.
El requisito de que las cámaras y micrófonos estuvieran presentes en la discusión, ha resultado por sí mismo una magnífica jugada política de los adversarios de Maduro. De esa manera se implica a los espectadores en el diálogo y resulta más difícil publicar versiones tergiversadas a posteriori. Los participantes de ambos bandos contaban con diez minutos de exposición para cada uno, ejercicio de síntesis que el presidente Venezolano, claro está, no pudo lograr.
Para los desinformados cubanos, lo primero que saltó a la vista fue el alto nivel de argumentos que la oposición llevó a la mesa. Cifras, estadísticas y ejemplos concretos quedaron expuestos dentro de un marco de respeto. Al otro día el comentario más repetido en las calles habaneras era la popular frase de “barrieron el piso con Maduro”. Una clara alusión a las apabullantes críticas que le hicieron sus rivales. El oficialismo, sin embargo, se notaba apocado, temeroso y con un discurso plagado de consignas.
Trago amargo sin dudas, ha sido esta mesa de diálogo para quienes hasta unas horas antes acusaban de “fascistas” y “enemigos de la patria” a sus contrincantes políticos. Ya Venezuela no volverá a ser la misma, aunque mañana la mesa de negociaciones termine sin acuerdos y Nicolás Maduro vuelva a tomar el micrófono para repartir insultos a diestra y siniestra. Ha accedido a discutir y eso marca una distancia entre el camino recorrido por la Plaza de la Revolución y este otro que recién comienza para Miraflores.
¿Y en Cuba? ¿Es posible algo así?
Mientras discurría la transmisión del diálogo venezolano, muchos nos preguntábamos si algo similar podría ocurrir en nuestro escenario político. Aunque la prensa oficial muestra estas conversaciones como una señal de fortaleza por parte del chavismo, también ha tomado la suficiente distancia, para que no nos hagamos ilusiones de posibles versiones a la cubana.
Es menos quimérico imaginar a Raúl Castro tomando un avión y escapando del país, que proyectarlo sentado a la mesa con esos a los que llama contrarrevolucionarios. Durante más de cinco décadas, tanto él como su hermano, se han dedicado a satanizar las voces disidentes, de ahí que ahora se vean impedidos de aceptar una conversación con sus críticos. El peligro que entraña la imposibilidad de una negociación, es que apenas deja el camino del derrocamiento con su consiguiente estela de caos y violencia.
Sin embargo, no sólo las figuras principales del régimen cubano se muestran reacias a cualquier mesa de negociación. La mayor parte de la oposición de la Isla no quiere ni escuchar hablar del tema. Ante ese doble rechazo, la agenda de una quimérica reunión tampoco logra ganar cuerpo. Los partidos opositores no acaban de confluir en un proyecto de país que pueda defenderse con coherencia en cualquier negociación y quedar como una alternativa viable. Los miembros de la emergente sociedad civil tenemos razones para sentirnos preocupados por ello. ¿Están preparados los políticos que hoy operan en la ilegalidad para sostener un debate y ser capaz de convencer a la audiencia? ¿Podrán representarnos dignamente llegado el momento?
La respuesta a esta pregunta sólo se sabrá una vez surgida la oportunidad. Hasta ahora la disidencia política cubana se ha concentrado más en derrocar que en elaborar estrategias para fundar, la mayor parte de sus energías ha estado encaminada a oponerse al partido gobernante y no en persuadir a sus potenciales seguidores dentro de la población. Ante las limitaciones para difundir sus programas y las tantas restricciones materiales que padecen, estos grupos no han podido llevar su mensaje a un número significativo de cubanos. No es responsabilidad total de ellos, pero deben estar conscientes de que esas deficiencias los lastran.
Si mañana mismo la mesa para un diálogo estuviera lista, resultaría poco probable que escuchemos un discurso tan bien articulado en la oposición cubana como el logrado por sus colegas venezolanos. Sin embargo, aunque la negociación no se presente ahora como una posibilidad, nadie debe quedar eximido de prepararse para ella. Cuba necesita que ante esos posibles micrófonos estén quienes mejor representen los intereses de la nación, sus preocupaciones, sus sueños. Que puedan hablar por nosotros los ciudadanos, pero que lo hagan –por favor- con coherencia, sin violencia verbal y con argumentos que nos convenzan.