De cuando el astro Frank Thomas visitó La Habana

El exjugador de béisbol Frank Thomas comparece en rueda de prensa en el Waldorf Astoria en Nueva York (NY), EE.UU.

Ignoro si el toletero que jugó casi toda su carrera (1990-2008) con los Medias Blancas de Chicago guarda algún recuerdo de su presencia en el estadio del Cerro.

Frank Thomas estuvo en La Habana, mostró el poder de sus muñecas ante los cubanos y se hospedó --humildemente-- en un hotel que apenas calificaba como de cuatro estrellas. Pero eso fue en 1987.

El moreno era un jugador más dentro del equipo que incluía, entre otros, a los también novatos Jim Abbott, Scott Servais, Tino Martínez y Chris Carpenter, todos representantes de Estados Unidos en el tope amistoso con la selección nacional de Cuba. Thomas, sin embargo, fue excluido de la selección de su país que compitió poco después en los Juegos Panamericanos de Indianápolis.

Pero el pasado domingo, 27 años y 521 jonrones después de conocer La Habana, Frank Thomas fue oficialmente incorporado al Salón de la Fama del béisbol de las Grandes Ligas.

Ignoro si el toletero que jugó casi toda su carrera (1990-2008) con los Medias Blancas de Chicago guarda algún recuerdo de su presencia en el estadio del Cerro. Si hay algún rescoldo habanero en su memoria, será una visión más amable que la actual: no había llegado a la Isla la penuria económica conocida como “período especial” y sus peloteros no arriesgaban el pellejo en espectaculares fugas al exterior; todavía el pitcher reglano René Arocha no había mostrado a sus compañeros de dugout el camino hacia un mejor béisbol.

Frank Thomas, el moreno bonachón --tan bonachón que lloró varias veces en su discurso de llegada al salón de inmortales--, apodado “The Big Hurt” por la manera despiadada con que le pegaba a la pelota, fue inducido al nicho de Cooperstown, en el estado de Nueva York, juntamente con los ases del montículo Tom Glavine y Greg Maddux, así como con los managers Joe Torre, Bobby Cox y Tony La Russa.

Mientras tanto, los talentos que se vieron enjaulados en el amateurismo de estado que imperó en Cuba --y que va siendo desguazado por los mismos hombres que antes lo fraguaron-- envejecen esperando por un museo que les brinde homenaje.
Braudilio Vinent y Rogelio García, Orestes Kindelán y Antonio Pacheco, Agustín Marquetti y Víctor Mesa, ofrecieron sus mejores años a cambio de la admiración de su pueblo, la misma que entonces amasaron --a la par de generosas cuentas de banco--, sus pares de otras latitudes. Otros en Cuba comenzaron la misma ruta, pero cambiaron a tiempo su derrotero, cuando aún les quedaba juventud

Tienen que apurarse los burócratas del deporte en Cuba, ahora que la bancarrota del país les obliga a abrir tímidamente las vías hacia el profesionalismo,

Como el tiempo pasa, y el general-presidente ha declarado sentirse saludable y hacer ejercicios diariamente, sería vergonzoso que algún pelotero cubano --de paso por el extranjero-- llegara a integrar un salón de la fama ajeno... sin que se inaugure siquiera el de Cuba.