La lectura de Muerte bajo sospecha, el nuevo libro en el que Ángel Carromero cuenta la versión de los hechos sucedidos en julio de 2012 en Cuba, representa un acercamiento inquietante y perturbador a la terrible experiencia del joven político español. Agrega preocupación e inquietud, no solo porque demuestra que el caso de Oswaldo Payá se ha cerrado en falso, con el beneplácito de instituciones y gobiernos ante los que se ha reclamado una investigación de carácter internacional e independiente. También porque retrata cómo se mueven los hilos del poder en esa Isla donde no existe una separación real de poderes y en donde, al mismo tiempo, es factible montar farsas con la implicación de los diferentes instrumentos del Estado, dejando en absoluto desamparo a sus víctimas.
Lo que también añade motivos para la preocupación es que algunos medios y periodistas en España desoigan la denuncia de Carromero por el simple hecho de que el joven es militante de un partido que no es el suyo. Al parecer, algunos no están dispuestos a perdonar que una persona libre, en un país democrático, sea militante del PP, pero en cambio sí están absolutamente encantados de no tener nada que objetar a una dictadura que se prolonga ya por más de 55 años. Terrible es que estos sean los líderes de opinión “progresistas” en España. Y lo más inquietante de todo, además, es que la versión de Carromero se desacredite por razones ideológicas, tal y como ha hecho el director de El Plural, Enric Sopena, en un artículo obsceno y desafortunado, en el que usa la presentación de Carromero para lanzarse a la yugular de Esperanza Aguirre. Como si Aguirre fuera el problema, y no Castro.
Ya no hay ni que leerse el libro para para atacar directamente a su autor. Algunos periodistas, como Sopena, se lanzan, gracias a su labia demagógica, a denigrar sin argumentación alguna a quienes consideran sus oponentes ideológicos. La dicotomía derecha-izquierda va como anillo al dedo para los que aspiran a alimentar esa cultura de la discusión sin acuerdo posible e incrementar el odio hacia el otro. Lamentablemente su progresismo no les ha puesto en la senda de defender la libertad y mucho menos de denunciar los abusos cometidos por una de las dictaduras más longevas de la historia actual, la que ha hecho imposible que hoy en Cuba exista justicia social, la que se ve, ante la evidencia de los hechos, mezclada con un turbio suceso que acabó con la vida de dos opositores pacíficos, Oswaldo Payá y Harold Cepero. La dictadura que se encarga de que hoy en Cuba no haya derecho.
Y si inquietantes son todo este tipo de reacciones al libro lo es más una de las revelaciones que Carromero hace al final cuando explica que, antes de salir de Cuba, las autoridades del régimen le advirtieron de que su vida correría peligro en España si empezaba a hablar más de la cuenta. Según explica el joven político, se le recordó que el régimen tiene posibilidades para acabar con él tanto mediáticamente como físicamente. ¿Se trata de una amenaza sin fondo real, una simple estrategia para aterrorizar, o hay algo de verdad en ella? El gobierno español debería investigar cuáles son las bases reales de esta amenaza que ha denunciado Carromero en su libro. Los ciudadanos de este país deberíamos poder tener la certeza de que un régimen totalitario no dispone aquí de instrumentos para llevar a cabo campañas de fusilamiento mediático y, llegado el caso, cosas más graves.
Muerte bajo sospecha se convierte en un libro denuncia fundamental que deja negro sobre blanco el relato de hechos que necesitan ser investigados y aclarados para que se pueda hacer justicia y a la vez para que los culpables de lo sucedido paguen con las consecuencias. No es hora de debates ideológicos, es hora de buscar la verdad y esta verdad, sea la que sea, no debe dar miedo a nadie. Mucho menos a los que se presentan ante el mundo como defensores a ultranza de los valores del progresismo. Difícilmente podrán representar esos valores si demuestran, como han hecho hasta el momento, tanta insensibilidad e indolencia ante el drama que sigue viviendo y padeciendo Cuba.
Ya no hay ni que leerse el libro para para atacar directamente a su autor. Algunos periodistas, como Sopena, se lanzan, gracias a su labia demagógica, a denigrar sin argumentación alguna a quienes consideran sus oponentes ideológicos. La dicotomía derecha-izquierda va como anillo al dedo para los que aspiran a alimentar esa cultura de la discusión sin acuerdo posible e incrementar el odio hacia el otro. Lamentablemente su progresismo no les ha puesto en la senda de defender la libertad y mucho menos de denunciar los abusos cometidos por una de las dictaduras más longevas de la historia actual, la que ha hecho imposible que hoy en Cuba exista justicia social, la que se ve, ante la evidencia de los hechos, mezclada con un turbio suceso que acabó con la vida de dos opositores pacíficos, Oswaldo Payá y Harold Cepero. La dictadura que se encarga de que hoy en Cuba no haya derecho.
Y si inquietantes son todo este tipo de reacciones al libro lo es más una de las revelaciones que Carromero hace al final cuando explica que, antes de salir de Cuba, las autoridades del régimen le advirtieron de que su vida correría peligro en España si empezaba a hablar más de la cuenta. Según explica el joven político, se le recordó que el régimen tiene posibilidades para acabar con él tanto mediáticamente como físicamente. ¿Se trata de una amenaza sin fondo real, una simple estrategia para aterrorizar, o hay algo de verdad en ella? El gobierno español debería investigar cuáles son las bases reales de esta amenaza que ha denunciado Carromero en su libro. Los ciudadanos de este país deberíamos poder tener la certeza de que un régimen totalitario no dispone aquí de instrumentos para llevar a cabo campañas de fusilamiento mediático y, llegado el caso, cosas más graves.
Muerte bajo sospecha se convierte en un libro denuncia fundamental que deja negro sobre blanco el relato de hechos que necesitan ser investigados y aclarados para que se pueda hacer justicia y a la vez para que los culpables de lo sucedido paguen con las consecuencias. No es hora de debates ideológicos, es hora de buscar la verdad y esta verdad, sea la que sea, no debe dar miedo a nadie. Mucho menos a los que se presentan ante el mundo como defensores a ultranza de los valores del progresismo. Difícilmente podrán representar esos valores si demuestran, como han hecho hasta el momento, tanta insensibilidad e indolencia ante el drama que sigue viviendo y padeciendo Cuba.