El hijo de Furry, dueño de una Paladar, dice que ayuda a los vecinos cuando le es posible

  • Agencias

José Raúl Colomé, dueño del restaurante Starbien.

José Raúl Colomé es propietario del restaurante Starbien, uno de los más visitados por la élite habanera.

En Cuba, la apertura de la economía a los negocios privados permitió el florecimiento de una clase holgada, que empieza a llamar la atención en un país donde los signos externos de riqueza estuvieron reservados por años a un puñado de privilegiados.

José Raúl Colomé, propietario del restaurante privado Starbien, ubicado en el barrio de El Vedado, próximo al centro de La Habana, y que recibe diariamente a 120 clientes, se juega la carta de la solidaridad vecinal para evitar enemistades y la codicia.

"Lo que hacemos es tratar de ayudar a los vecinos en la medida de nuestras posibilidades, de manera que el impacto no sea negativo", dijo a AFP Colomé, hijo del general del Ejército Abelardo Colomé Ibarra, conocido popularmente como Furry.

El hijo del General aseguró a la agencia que a las personas que van a pedirle les propone un trabajo cuando es posible.

Otro hijo de jerarca, Ernesto Blanco, de 47 años y propietario de La Fontana, restaurante de moda en el oeste de La Habana que recibió recientemente a la cantante Rihanna, dijo a AFP que el consumo florece entre los cubanos.


"Cada día vemos más cubanos consumiendo (...). Hay más personas que ejercen actividades económicas por su cuenta e imagino que eso les da la posibilidad de poder consumir en lugares como este", declaró el hijo del fallecido coronel del Ministerio del Interior Manuel Blanco.

Hasta hace poco, sólo una pequeña élite compuesta por militares, dirigentes de empresas estatales, trabajadores del turismo o artistas, podían permitirse el lujo de ostentar sus riquezas, como un automóvil o ropa de marca.

Pero hoy una nueva clase adinerada frecuenta los restaurantes y bares en boga en los barrios chic de la capital cubana, destacándose entre elegantes diplomáticos y hombres de negocios.

Esto "se ha visto mucho más claro en los últimos cuatro o cinco años, se disparó con la apertura al 'cuentapropismo' (trabajo privado)", explica a AFP la psicóloga Daybell Pañellas, autora de múltiples estudios sobre ese tema.

La cantante Rihanna en la foto difundida por el restaurante La Fontana.

Con su apertura sin precedentes a la iniciativa privada, las reformas lanzadas por Raúl Castro en 2008 han permitido que algunos cubanos aumenten sus ingresos.

Según estimados, alrededor de 500.000 cubanos trabajan actualmente en unos 200 oficios por "cuenta propia", que entregan una parte significativa de sus ingresos al fisco.

Entre ellos, son los dueños de restaurantes, mecánicos, propietarios de casas de alquiler y emprendedores del sector de la construcción los que obtienen los mayores ingresos, agrega Pañellas.

Raúl, taxista privado, de 36 años, admite que ese trabajo "mejoró un poco la vida", le "permite consumir cosas un poco más caras" y viajar más. Sentado en una paladar junto a su esposa, cuyos movimientos hacen tintinar sus múltiples pulseras de oro, el taxista también se resiste a ahondar en su nivel de vida.

"En Cuba, ser rico no es el modelo, y en la población se sigue estigmatizando tener dinero", con la notable excepción de los artistas, sostiene Pañellas.

Por ejemplo, apunta la experta, algunos esperan que caiga la noche para sacar sus compras del baúl del auto, para no exponerse a la envidia de sus vecinos o a los pedidos que la vergüenza hace difícil rechazar.

La falta de estadísticas hace difícil definir el perfil de los "nuevos ricos", toda vez que junto con los cuentapropistas comienzan a aparecer los ases del mercado negro, los exiliados que regresan (como los autorizados por el Gobierno en 2013) y los cubanos que se benefician de sustanciales envíos de dinero desde el exterior.

Su alcance es limitado y sus niveles de riqueza están lejos de los estándares de los más ricos en América Latina, pero la llegada de esta nueva clase plantea la cuestión de una eventual crisis de valores en esta isla comunista, donde el salario promedio no supera el equivalente a $20 al mes.