Idabell Rosales: "La libertad, para que sea plena, tiene que ser consciente"

Idabell Rosales, bailarina y coreógrafa cubana, fundadora de Vista Larga Foundation Corp.

Bailarina, coreógrafa, inextinguible, Idabell Rosales se ha convertido, en los últimos años, junto a su esposo Armando Añel, en el epicentro de un movimiento que ha traído nuevos aires a la literatura, tanto dentro como fuera de Cuba: la Fundación Vista Larga Corp., un espacio de creación independiente que une a los escritores y poetas que han cruzado el Estrecho de La Florida con los que, dentro de la isla, se mantienen alejados de la cultura oficial y han encontrado en el Festival Vista, así como en Puente de Letras, un espacio donde proyectarse y crecer.

¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?

Creo que vivir frente al mar, ver canales americanos todos los días, te va creando unos archivos en el disco duro imposibles de borrar. A pesar de que fui una niña que hacía guardias en el CDR y recogía materia prima. Parece que el hecho de tener familiares aquí, los olores de los 80 con la visita de mi abuelita, o seguir viendo canales "yumas", no me dejaba estar dormida totalmente. También, ya a principios de los 90, me sentía ahogada en Cuba. Desde que mi madre se quedó, en el 89, me empezaron a cerrar en el ICRT. Comencé un negocio clandestino de tabacos, vivía con plata pero con mucha zozobra, hasta que me fui en el 96.

¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?

Ya mi madre vivía en Chicago y yo había estado de visita en USA antes de que ella me reclamara definitivamente. Fui la primera cubana que viajó en 1991, cuando bajaron las visitas a USA al límite de 20 años, y parece que, como regresaba, me volvían a dar la visa de visita. Estuve tres veces hasta que mami me reclamó legalmente en el 95.

No tenía muy claro irme de Cuba. Realmente vine a estar más cerca de la familia, ya conocía algo el “otro lado” y quería darle un buen futuro a mi hijo Antonio. Era mi idea principal; también reencontrarme con mi madre, mi hermano y con esos abuelos que se fueron en el 61, y con los que no pude criarme. Era importante. Así y todo, a pesar de que siempre he tenido gran parte de mi familia acá, los primeros meses, diría años, fueron muy difíciles, no hacía empatía con nada ni con nadie, extrañaba mucho a Cuba, hasta que llegó Añel, tan cubanito él, y no me dejó extrañar más.

¿Qué encontraste?

Mucho frío, viento, nieve. Un Chicago que me abrió las puertas, donde bailé en diferentes escenarios, estuve haciendo talleres, coreografías de música cubana, afrocubana, en colegios y universidades, coordinando eventos comunitarios, actuando en comerciales para la radio y televisión local, trabajando en agencias de publicidad para marcas como Coca Cola. Chicago, ciudad que amo profundamente, donde nació mi hijo Enrique Cuba y donde viví años espectaculares.

¿Qué es para ti La libertad?

La libertad es plenitud. Es coger el carro y perderte. Es madurez. Es conocerte. La libertad para que sea plena tiene que ser consciente. Y la plenitud la alcanzas siendo libre. De modo que cuando viajas hacia la libertad, estás yendo a tu interior, a tu verdad, a tu esencia que, en definitiva, es el núcleo de tu ser.

¿Qué has aprendido durante el proceso?

El proceso, el proceso del queso…siempre que escucho ‘proceso’, me acuerdo del queso proceso en mi niñez, amarillo y suave, era rico al paladar, ¿de dónde vendría?

El proceso de salir de Cuba, el proceso de ser libre, que es el proceso de la vida, te enseña a creer en los cambios. Antes yo era muy estática, cuadradita, escéptica ante cualquier situación. Analizar la versatilidad de las circunstancias en las que he vivido me enseña a creer que todo es posible. Vivir intensamente te enseña a ser menos testaruda, y no es que llegues a ser tolerante con todo aquello con lo que no eres a fin, pero sí a ser más comprensiva con la naturaleza humana y su entorno.

¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?

Mis hijos cuando sonríen son mi mejor patria. Ese pedazo de playa donde soy alegría, también es patria. Y sí, mi patria era solamente Cuba, un nacionalismo casi enfermizo que he vencido. Toda esa simbología bien arraigada, con bandera, tocororo y todo. Era muy cubanita, bueno, sigo siendo muy cubana, pero ya no con ese feeling vacío de que soy la mejor bailadora de mambo y me enorgullezco. Yo soy Cuba en todo lo bueno que esa frase pueda encerrar, pero no me quedo ahí. Pienso a menudo en “Ella” pero ya no desde la nostalgia sino desde la urgencia que necesitamos para liberar a cada cubano dentro y fuera.