“Desde niño, cuando aprendí a cantar el himno de Bayamo, interioricé que ‘morir por la Patria es vivir’”.
Así concluía Guillermo Fariñas una carta abierta a Fidel Castro que me leyó por vía telefónica para Radio Martí a fines de enero de 2006, en la que se declaraba en huelga de hambre en defensa de su derecho y el de todos los cubanos a conectarse directamente desde sus casas a la Internet.
Ese último verso del Himno Nacional de Cuba se convirtió en su divisa, en su método de lucha para influir en el destino de su país. Si la oposición cubana, pequeña y dividida, era aplastada por el régimen de Castro e ignorada (propaganda mediante) por tirios y troyanos en el mundo, el drama de un ser humano dejándose morir lentamente para llamar la atención sobre una injusticia eventualmente llamaría la atención sobre dicha injusticia.
No era nada nuevo, pero sí efectivo, como lo demostraron, entre otros, las mujeres que reclamaban el derecho al sufragio en Gran Bretaña a principios del siglo XX, y Mahatma Gandhi a lo largo de su lucha contra la dominación británica de la India.
Eso sí, el éxito de una huelga de hambre como forma de protesta política demanda del huelguista una convicción firme (que Fariñas en 2006 ya tenía: “morir por la Patria es vivir”), y una voluntad de acero. Esto último solo podía demostrarse con el paso del tiempo y la resistencia del ayunante.
El sicólogo y ex cadete villaclareño ya había hecho otras huelgas similares desde su ruptura con el castrismo, a raíz de represalias que sufrió por denunciar un caso de corrupción en el sector de la salud. Sin embargo, la primera de estas protestas a costa de su integridad física en tener una resonancia internacional fue la que llevó a cabo durante siete meses, entre febrero y agosto del 2006, para exigir el derecho de todos los cubanos a acceder a la Internet.
Un derecho nuevo
Este era un derecho relativamente nuevo en el mundo, que en las democracias se asumía como un corolario natural ─dictado por el desarrollo tecnológico─ del derecho “a investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión” que consagra el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
En junio de 2011 un informe a la Asamblea General de la ONU del Relator Especial sobre la promoción y protección de la libertad de e opinión y expresión, Frank La Rue, consideró el acceso a Internet como un derecho humano, y su bloqueo, filtración y/o criminalización como una violación del derecho establecido en el artículo 19.
A principios del 2006, cuando Fariñas inició su huelga, Cuba se encontraba aún bajo la cerrazón totalitaria fidelista. Si bien todavía el acceso a la Internet en la isla es difícil y costoso, entonces era mucho más restringido: no había un cable de fibra óptica tendido desde Venezuela, no zonas de wi-fi; una elevadísima tarifa de entre 6 y 10 pesos convertibles la hora, escasas salas públicas de navegación, una bajísima velocidad de conexión y una vigilancia generalizada de los contenidos. La mayoría de los pocos cubanos que tenían con qué pagarla se limitaban a usar casi frenéticamente el correo electrónico para comunicarse con el exterior.
Esa mínima posibilidad era aprovechada por pequeñas agencias cubanas de prensa independiente como la que dirigía en Santa Clara Fariñas, Cubanacán Press (hoy Revista Nacán). Enviaban así al exterior noticias censuradas, breves crónicas y reportajes de la vida cotidiana en la isla, y denuncias de violaciones de derechos humanos. Sobre estos "usuarios", sin embargo, la vigilancia era más estricta y personalizada.
A fines de enero de ese año Cubanacán Press intentó reportar a través del e-mail que porristas del gobierno recién habían golpeado a tres activistas del Movimiento Femenino “Marta Abreu” en la provincia, Tania Nicolás Bernardo, Noelia Pedraza y Bárbara Jiménez. Cada vez que escribían un correo electrónico de su lista de destinatarios el sistema lo rechazaba.
Basándose en el mencionado artículo 19 y en el 27, que consagra el derecho de todo individuo a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten, Fariñas redactó su carta a Castro. No olvidó mencionar que en una de esas noticias que apenas se difunden en la isla se había enterado de que un funcionario cubano había asegurado meses antes, ante la Cumbre sobre el Libre Acceso a la Información de la ONU, que “todos los cubanos tienen libre acceso a Internet".
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El 31 de enero comenzó su ayuno, que se prolongó hasta el 31 de agosto de ese año.
Más allá de una conexión en su casa
Durante esos siete meses, en los que sobrevivió gracias a alimentación parenteral (intravenosa) que le administraban en el hospital de Santa Clara, su organismo se vio afectado por secuelas de la desnutrición como neuritis, convulsiones, problemas renales, abdomen hinchado, cardiopatía y migrañas, así como infecciones oportunistas. El 20 de agosto debido a su gravedad, había sido trasladado a una unidad de terapia intensiva.
Tras consultar con médicos que pronosticaron que podría morir en cuestión de días, compañeros de la oposición le convencieron para que abandonara la huelga, la que ya era tema frecuente de despachos noticiosos y artículos en la prensa internacional.
Si bien su demanda inicial de obtener acceso directo y total a Internet desde su casa nunca fue satisfecha ─rechazó una oferta de acceso parcial─ su protesta sí consiguió un objetivo más importante: denunciar las restricciones impuestas al acceso a Internet por el gobierno de Cuba.
En diciembre de 2006 en la XV edición de los Premios Reporteros Sin Fronteras (RSF)-Fundación de Francia, la organización internacional defensora de la libertad de prensa galardonó a Fariñas en la categoría de "ciberdisidente".
En un comunicado, RSF explicó los motivos de su huelga y precisó que "las autoridades cubanas tuvieron que hospitalizarle a la fuerza y hacerle transfusiones para poner término a su acción, que estaba encontrando eco en los medios de comunicación internacionales”.
Tras resaltar el compromiso del huelguista con los derechos humanos y la prensa independiente, la entidad destacó que al final de su protesta Guillermo Fariñas se había convertido “en una de las voces más escuchadas entre los periodistas de la oposición cubana".
Una que se volvería a hacer escuchar, alto y claro, cuatro años más tarde, cuando Fariñas volvió a poner su propia vida en la línea de fuego para exponer otras injusticias del castrismo en su segunda época.