La escritura de los gansos

Gansos.

El autor recuerda que el hombre no hace más que leer, hasta los caracoles

El ser humano es un lector compulsivo. Mucho antes de que existiera la escritura existieron los ideogramas, y mucho antes de que existieran los ideogramas existió la pictografía, y mucho antes de que existiera la pictografía, es decir, los dibujos hechos sobre la arena húmeda o las paredes de las cavernas, existieron las constelaciones, donde el hombre creyó y aún cree leer su destino. Es probable que para entonces ya hubiera aprendido a leer los ojos de otros hombres, sus expresiones faciales y movimientos, y los ojos de otros animales, desde los más nobles hasta los más fieros. Tanto ama leer que, no satisfecho con tratar de leerlo todo e incapaz de imaginar criatura que no comparta su afición, se presiente leído incluso desde ámbitos tan distantes como los extraterrestres:

Soy hombre, duro poco
y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura,
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

Octavio Paz

Leemos los titulares de las primeras páginas de los diarios y las portadas de las revistas que nos salen al paso; leemos la información que nos arroja la pantalla del ordenador y las notas que los amigos nos escriben; leemos las marquesinas de los teatros, los títulos de las películas que acaban de estrenarse y el estuche del disco compacto que nos sentimos tentados a comprar; leemos las vallas comerciales, donde si aparece una joven ligera de ropas la lectura resulta mucho más estimulante, ya que también leemos un cuerpo; leemos la tonalidad de las nubes, los sueños y, como si fuera poco, las huellas que el tiempo deja sobre nuestra cara, los caracoles que alguien arroja sobre una estera, las palmas de las manos, la borra de café y la ouija; leemos o intentamos leer el porvenir, y abunda quien vive para leer y releer el pasado y ver en el presente un texto que sólo podrá descifrar cuando éste, a su vez, sea sólo recuerdo. Vivimos para leer.

No puedo imaginar un mundo sin lectores, pero éstos podrían escasear si la literatura no se revelara tan útil como la rueda y tan enigmática y sugerente como los pliegues que produce en la superficie de un mar en calma la vida que bulle en el fondo.

Esos textos encantadores, en el sentido más brujo de la palabra, existen, pero leerlos exige adiestramiento y eso es, precisamente, lo que nos falta. En el hogar y la escuela. Leer no es sólo pasar la vista por lo escrito o impreso, haciéndose cargo del valor y la significación de los caracteres, como reza el diccionario: leer es algo más, y eso que también es suele ignorarse.

Si hoy no se lee tanta poesía como alguna vez se leyó y se favorece otro tipo de actividad que no deja de ser una forma de lectura emparentada con ella -el escrutinio de las imágenes que colman desde las pantallas de cine hasta las de los teléfonos móviles- es porque la mayoría de los hombres ha olvidado cómo leer lo que, lejos de entregársele, se le insinúa. Se enseña a identificar letras, palabras y significados pero no a ver en el acto de conjugarlos creativamente una aventura deleitosa. Tampoco se enseña a leer entrelíneas, que es donde radica la clave de los mejores textos.

Hay un haiku de Yosa Buson, poeta japonés del siglo XVIII, por el que siento predilección:

Son, contra el cielo,
escritura los gansos;

la luna, sello.

Cuando los renuentes a leer poesía comprendan que las palabras del poema no son sino eso, una bandada de aves que cruza el espacio nocturno rumbo a quién sabe dónde, sugiriendo con su formación y aleteos un sentido inesperado, no les quitarán los ojos de encima.