La escuela de periodismo que se forjó en El Nacional "no podrá ser embargada"

El Nacional, diario de Venezuela.

El anuncio del propio diario El Nacional la pasada semana de que un tribunal ordenó el embargo de su sede en Caracas, como parte de la demanda del número dos del partido de gobierno en Venezuela, Diosdado Cabello, trajo cuanto menos el rechazo local e internacional.

Sin embargo, este nuevo tropiezo reafirma que cerca de ocho décadas de periodismo no se pueden borrar de un tirón.

Así lo confirman periodistas consultados por la Voz de América al recordar lo que ha sido El Nacional para ellos y la magnitud de los hechos recientes.

"Lo primero que me pasó por la mente fue que se iba a borrar la historia de lo que uno fue, de lo que fuimos muchos, porque hay cientos de personas que pasaron por esa redacción". Eso pensó la periodista Adriana Rivera, cuando supo que el edificio del diario venezolano El Nacional había sido tomado por militares, tras una orden judicial de embargo.

Para Rivera, la medida reabre heridas. El Nacional ya había sido blanco del asedio chavista desde comienzos de siglo: las amenazas de Hugo Chávez, la prohibición de publicar noticias sobre violencia, las multas, las limitaciones para comprar papel y la demanda del diputado oficialista Diosdado Cabello por difamación, pero lo de aquella noche de viernes, cuando unos 40 oficiales entraron al complejo donde ella pasó días enteros construyendo textos, lucía como un tiro de gracia.

"Es un luto muy lento. Uno no termina de cerrar el ciclo. Es ver tu historia y la del país", relata Rivera desde México, donde vive actualmente.

Rivera comenzó a trabajar en El Nacional en 2005 y allí estuvo durante nueve años. Sus recuerdos la llevan a una sala de redacción ruidosa, aderezada con el ir y venir de sus colegas, el sonido de los dedos chocando contra los teclados, el volumen alto del televisor, las diatribas apasionadas, la siempre injusta hora de entrega, la conversación amena y la recomendación literaria. Una sala que describe como "apasionante y adictiva".

"Yo no sé qué pasaba, pero la gente renunciaba y volvía", evoca Rivera.

Cuando la mañana del lunes, el gerente general de El Nacional, Jorge Makrioniotis, intentó entrar nuevamente a las oficinas del diario, del otro lado de la verja del edificio, una decena de jóvenes lo increpaba. Una mujer del grupo gritó desde dentro: "El poder popular está aquí. Esta ahora es la sede de la Universidad Nacional de la Comunicación".