La Familia Castro prefiere el sushi

La Paladar de Santiago en Jaimanitas, una de las más caras de Cuba, se especializa en sushi y es frecuentada por los Castro (T. Díaz C)

Dicen los vecinos que la Paladar de Santiago, de las más caras de Cuba y situada en Jaimanitas, es frecuentada casi a diario por los hijos y nietos de los Castro.

Cuando lo supe por “Radio Bemba” no lo creí: ¡una de las paladares más caras de Cuba, especializada en comida japonesa y situada en una callejuela de Jaimanitas, es la preferida de la Familia Real cubana!

Y allá me fui a verlo. Así de chismosos somos los viejos periodistas, esos a los que todavía nos quedan algunas afeitadas.

Debería llamarse “madriguera” o “guarida”, porque la Paladar de Santiago es un escondrijo difícil de descubrir por quienes lo visitan por primera vez. Está situada al final de un callejón sin salida, en las calles 240 y 238, en Jaimanitas, poblado costero al oeste de La Habana.

El sushi de la Paladar de Santiago (T. Díaz C.)

Desde un principio, hace quince años, se especializó, con la ayuda de un amigo japonés, en elaborar los famosos sushis y otros platos tradicionales de Japón, y es comentario de los residentes de la zona que allí llegan casi a diario los hijos y nietos de Fidel y de Raúl. (El primero y su familia viven en el cercano y ultracustodiado complejo residencial conocido como Punto Cero)

Como todo lo que representa la Familia Real castrista, esta paladar, posiblemente una de las más originales de Cuba, posee su misterio. No tiene letrero alguno en su fachada, ninguna señal o número en la puerta de entrada o al principio de la callejuela, donde a cada lado de las deterioradas aceras viven familias muy humildes que jamás han podido conocer su comida, según me dijeron. Ni siquiera han entrado a ver sus paredes, donde se exhiben pinturas de Kcho y caricaturas de Fabelo.

Las empleadas de la paladar son unas muchachas súper lindas, amables y simpáticas, de esas que no abundan –sobre todo no en los restaurantes del Estado– ; las indicadas para atender a los comensales más importantes del país, esos muchachones entrados en los cuarenta que entran en silencio, serios, con aires de poder, casi en puntas de pie como los bailarines de ballet, para no hacer ruido. Altos, atractivos, de buenos modales, en ocasiones acompañados de sus hijos, y con buenos bolsillos para el dinero.

En la Paladar de Santiago, el almuerzo o la cena no se bajan de treinta CUC (o dólares), sin contar el entremés, el postre y las bebidas, una cifra que está muy por encima del salario mensual del trabajador más eficiente y productivo del país.

Los que nacimos y vivimos en la Cuba anterior al castrismo, sabemos que jamás tuvimos tradición de comida japonesa en nuestra mesa familiar. Tampoco hubo un barrio japonés en La Habana y mucho menos restaurantes especializados en platos nipones.

Pero los hijos de la Familia Real, los nuevos ricos que nos anunciara Milován Djilas en La Nueva Clase, prefieren esa comida tan exótica y diferente de la criolla nuestra.

Yates de la familia y amigos en la Paladar de Santiago, Jaimanitas (T. Díaz C.).

Una de las razones de que los platos sean tan caros, no es sólo que requieren mucha elaboración, sino que sus dueños dedican sus modernos yates a la pesca nocturna, con el fin de que su clientela pueda disfrutar de pescado fresco de buena calidad, a pocas horas de capturarse: bonito, atún, pargo y otros, que también cocinan a la cubana.

Seguramente los propietarios siempre supieron que en los restaurantes de comida japonesa más caros del mundo, en Los Ángeles o New York, un almuerzo o cena japonesa, también con pescado fresco, puede costar entre 700 y 950 dólares.

Pero seamos sinceros: juzgando por mis recuerdos de juventud, la comida japonesa de la Paladar de Santiago, a pesar de que tiene buena presencia y se puede comer con agrado, está muy lejos de poseer los sabores y la magia de las que bien conocí en Japón, verdaderas obras de arte de exquisitos sabores, inolvidables para cualquier occidental.

Dicen que los Castro siempre prefieren la terraza, la parte superior del restaurante, muy discreta y separada de la mirada de los turistas. O de algún cubano que entre allí… por equivocación.

(Publicado originalmente en Cubanet el 12/05/2016)